Payasos de hospital

Juan Tomás Frutos

 

No hay mayor incertidumbre que la que provoca el desconocimiento. Lo sabemos desde pequeños, desde que somos niños. Por eso, cuando asomamos por el campo de batalla de la vida sentimos una especie de vértigo en cuanto se nos escapan algunas cuestiones incontroladas.

El tener que pasar por una operación quirúrgica es un asunto que, aunque a veces se plantee como un mero trámite, no lo es. Se presenta, como poco, la duda sin método respecto a ese adormecimiento que nos ubica en un estado de cierta indefensión y de temor a lo que vendrá después, o en el entreacto… Cuando apenas somos unos críos el miedo puede ser mayor, porque todavía nos faltan más datos en torno a lo que va a suceder, a cómo nos lo cuentan, y sobre los posibles resultados. Así, cuando vamos de camino a una sala de operaciones, que es como la vida misma, un puro riesgo, pero viéndole al toro los cuernos, cuando vamos, digo, por ese túnel de esperanza y de falta de fe, cuando la inseguridad se apodera, o se puede apoderar, de nuestro cuerpo y de nuestra mente, a menudo se produce el milagro de una cara feliz al lado nuestro. Si son dos rostros, mucho mejor. Es el caso que pude comprobar recientemente sobre la inmensa e impagable labor de los payasos de hospital. Te miran, te sonríen, y te dicen sin decirte nada que la existencia humana es una oportunidad para alegrarnos, incluso cuando la opción parece no llegar, en los momentos de tinieblas, de apagones analógicos en pos de un remedio mejor, que puede llegar, o no… Ahí están: son los payasos de la vida, en este caso de un hospital de vida, procurando que nada falte en este valle inconmensurable de ocasiones para la sorpresa y la sonrisa en paralelo, aunque a menudo nos parezca imposible. Ellos, como nadie, te cuentan cuentos que no tienen fin, te expresan sus deseos más íntimos y sencillos, y procuran que no haya un atisbo de soledad hasta el momento mismo de la soledad, que se diluye en un espacio-tiempo sin tránsito. Son, sí, esos payasos que pasan un tanto desapercibidos hasta que los necesitas, hasta que ves en ellos a tus padres, a tus abuelos, a las gentes de bien que te quisieron, a los que te comunicaron las buenas venturas, las confianzas, las esperanzas, los milagros más sencillos, los mismos universales que nos vienen directamente de la Antigua Grecia. Te subrayan sin hablar apenas que la hermosura de un buen día está en el equilibrio de no faltarte una taza de té, un trozo de pan y una mano amiga, aunque sea desconocida, como la de ellos. Sin pretenderlo, sin auparnos a aceleraciones extrañas, te llevan, con sus caras y trajes de payaso, por un camino mágico hacia un Mundo de Oz sin mago, porque los magos son ellos. Y entonces, cuando se supera el trance, cuando todo vuelve a la normalidad, cuando la imagen del pasado parece que apenas ocurrió, uno se acuerda, como hoy, de los payasos, de los payasos de hospital en sentido amplio y más que figurado, de quienes hacen sonreír a niños, a adultos, a perdidos por la nebulosa de la fe en la misma nada, y, aún entre lágrimas de jovialidad, se jura y se promete a sí mismo que hará todo lo posible para que en el próximo trance, incluso en el más duro que pueda venir, nos hallemos con unos payasos de hospital a cada lado, aunque no los reconozcamos, aunque no vistan tal atuendo, aunque nada sea como les cuento yo ahora mismo. Lo importante es que, en un evento severo, tengamos la suerte de no estar solos, y que disfrutemos de unos payasos sonrientes que nos digan que todo ha merecido la pena, y que, a pesar de los pesares, este planeta y su gente son algo extraordinario. Ganémonos desde ya a esos payasos. Son un ejemplo de comunicación, pura y bella comunicación. P.D.: El niño sonríe cada día más, contagiado, quizá, de aquellos payasos.

La Primera Víctima

Juan Tomás Frutos

 

Se habla, hoy en día, de sistematizar las víctimas que se producen y también de catalogar aquellas otras que se desarrollan como consecuencia de la labor más o menos meditada de los medios de comunicación de masas. Ésa es una tarea pendiente, difícil de realizar, y con seguridad sin unos límites convenientemente marcados, habida cuenta de que irán surgiendo, si nos ponemos manos a la obra, más denominaciones y conceptualizaciones de las que pensamos.

La vida es lo que nosotros hacemos de ella, en función de lo que determinen las circunstancias que tengamos en cada momento. A menudo hay etapas cruciales, pocas, que caracterizan a las demás, esto es, a la mayoría de los días, meses y años que experimentamos. Ortega y Gasset decía que somos nosotros y nuestras circunstancias,  aludiendo a lo mismo que estamos diciendo aquí. Por eso, porque hay un yo en la reflexión del afamado filósofo, es precisamente en este punto donde debemos y queremos hallar “la primera posibilidad de víctima”. El que nos sintamos más o menos culpables, el que seamos más o menos felices, el que tengamos más o menos moral, el que seamos más o menos bondadosos y fieles a nuestras convicciones, el que toleremos, el que busquemos la belleza, el que disfrutemos con lo poco, el que tengamos mesura y comprensión hacia los otros, el que nos conformemos con lo que poseemos con la suficiente gratitud… el que seamos dichosos con lo que somos, en definitiva, influye en nuestra forma de vivir y de ser, en nuestras actitudes. La primera víctima en nuestras vivencias somos nosotros, si no somos capaces de ver con ojos plenos de hermosura, de comprensión, de compasión y en busca de alicientes sin más compromisos que esforzarnos para que las cosas vayan a mejor hasta donde sea posible. El intentarlo es ya un éxito. Lo que ocurre es que no siempre ponemos ese empeño. Por eso, la recomendación es amarnos primero a nosotros mismos, como diría Agustín, y a partir de ahí brotará el amor hacia la Naturaleza y hacia toda la Creación. Ya se sabe que es más fácil perdonar, creer, comprender, sentir, ver en positivo, etc., si amamos a los protagonistas de las acciones que tenemos que catalogar siempre teniendo como origen la estima interna y a nuestro propio ego como punto de fermento. Nosotros En este mundo de prisas, de competencias, de aceleraciones, donde el corto plazo es el rey, la primera víctima de lo que hacemos, de lo que omitimos, de aquello que es perjudicial, incluso de los triunfos, somos nosotros, pues pagamos un alto coste en perspectiva, en ánimo, y en visión de presente y de futuro. Por desgracia, a menudo el tiempo se pierde en cosas nimias, y, por ende, no siempre vemos lo importante. Además, consentimos recurrentemente en aplicar períodos de estudio a cuestiones que no nos sirven para avanzar, si acaso para gestar más enfrentamientos y frustraciones. Ante los fracasos reales o ficticios que nos rodean, lo primero que debemos defender es el equilibrio mental propio y de nuestro entorno, para que seamos capaces de enderezar el rumbo de aquellos eventos que no salen como queremos, o como pensamos que deberían suceder, amén de la serie de acontecimientos accidentales que se producen sin que les tengamos que dar más significación que el interiorizar que la vida es así, y, pese a todo, nos debemos insistir que hay que seguir. No podemos caer ni dejar caer, a las primeras de cambio, a nuestras almas, pues, si así sucede, detrás irán nuestros cuerpos. La primera fortaleza, consecuentemente, ha de ser interna. Hagamos acopio de energías para capear los períodos de crisis (inevitables, por otro lado), y para saborear el día a día con sus pequeñas y grandes opciones, que las hay. Saquemos provecho a lo cotidiano y evitemos ser víctimas innecesarias de nuestro propio afán o de la carencia de carácter. Por lo tanto, cuidemos las formas y los elementos internos, pues esa víctima interior que podemos llevar dentro es la más peligrosa, fundamentalmente por difícil de detectar. Vayamos adelante.

Por un uso responsable de Internet

Juan Tomás Frutos

 

Las etapas de la evolución humana se sustentan sobre hitos determinados, como son el descubrimiento del fuego, de la rueda, el uso de herramientas, la utilización del hierro y, luego, de otros metales, la llegada de una agricultura sistemática, la implantación de una industria más o menos precaria hasta los estadios actuales… Cada cierto lapsus de tiempo ha ocurrido, y sigue sucediendo, un cambio fundamental,  una transformación extraordinaria que nos lleva al género humano a realizar un paso de gigante. A veces más que eso.

En todos esos acontecimientos extraordinarios se daban toda una serie de pautas, de momentos, de trasiegos, de mejoras o de cambios que nos conducían con una velocidad más o menos sosegada a una era nueva de más brillo en lo que eran los logros intelectuales y manuales del ser humano en el planeta tierra. Ahora todo eso ha cambiado con Internet. Ese fenómeno de entrelazado de redes, que ya no es tan nuevo, pues se remonta a finales de la década de los 60, nos viene aupando, sobre todo en las últimos diez años, a una atalaya desde donde divisamos un ritmo frenético de crecimiento y de transformaciones en los órdenes más diversos. Es genial. Nada es comparable desde una óptica cualitativa y cuantitativa a lo que ha acontecido en nuestro devenir, a pesar de los hitos que hemos destacado. Como todo invento, como todo avance, hay un antes y un después. Las rutinas de trabajo, de ocio y de estudio, las familiares, las modas, las visiones del universo y de la existencia… todo tiene una perspectiva distinta desde que apareció Internet, desde que se metió en nuestras vidas, desde que forma parte del propio entorno, en lo físico, en lo mental, en lo real, en lo virtual, en lo que hacemos, en lo que pensamos, etc. En este sentido, no hay parangón, como hemos resaltado, con otros momentos históricos. El cambio ha sido radical, total, consiguiendo que el concepto de globalidad tenga sentido. Nada escapa a la red, que nos permite viajar por todas partes en tiempos paralelos. Accedemos a tanta información que nuestros ancestros pensarían que estamos soñando si fuéramos capaces de hacerles palpar lo que ahora experimentamos.  Nos dirían que es imposible. Y, sin embargo, es posible. Como todo invento, como todo desarrollo de una nueva panorámica cultural, Internet tiene sus lados buenos y aquellos otros que no lo son tanto. Depende del partido que le saquemos a todo ello, de los beneficios o perjuicios que seamos capaces de afrontar y optimizar. Ángeles y demonios se disputan el uso o el abuso o mal uso de este gran instrumento de labor en todos los órdenes que es la Red de Redes. Por eso es preciso que la normativa jurídica, que los usos sociales, que las demandas de todas las Organizaciones y Administraciones sean en la dirección de democratizar Internet en un sentido de amplio y cohesionado conocimiento de cuanto ocurre y se manifiesta en ella. Si estamos pendientes de que se optimicen los recursos, de que se generen los universales griegos más íntimos y solidarios, si corregimos los desniveles o perjuicios, fomentando unos usos responsables y equilibrados, seguro que haremos de este fenómeno algo mejor, al tiempo que el futuro también lo será, lo cual quiere decir que todos seremos más felices. Éste debería ser el fin primordial de Internet. Acaso lo sea. Hagámoslo.

Comunicación con nuestros semejantes

Juan Tomás Frutos

 

Evitemos la noche comunicativa. La luz ha de brillar ante las sombras que nos pueden impedir el conocimiento y una relación consolidada. Lo fugaz es enemigo del aprendizaje sencillo y amplio. No reparemos en esfuerzos por saber más de lo que nos sucede. De todo hemos de sacar una moraleja. La permisividad respecto de lo nimio puede llevarnos demasiado lejos sin que construyamos una realidad con varios vectores de influencia. Todo es relevante, incluso lo más pequeño.

Nos tenemos que sincerar cada día, a cada paso, con lo que nos acontece. Los planteamientos han de ser más absolutos. No aguardemos milagros que no somos capaces de demandar con energías propias. Separemos lo accesorio de lo importante. Las enseñanzas nos llegan de todas las premisas. Apuntemos hacia la concordia con el quehacer de compartir, de sumar, de añadir a los propósitos, que serán más y mejores si son colectivos. Las causas nos deben servir para comunicar con las conclusiones más acordes, con las que nos transforman para ser más joviales y serenos. Las vicisitudes de la existencia humana nos deben conducir por itinerarios que deberemos hacer comunes. Salgamos hacia el aprendizaje más conmovedor. Las sensaciones nos deben mover hacia un positivismo empático. Las comuniones desde las experiencias han de soportarse en elementos de un mayor valor. Todo es posible, si así lo observamos. Vivamos los pronósticos que embellecen como algo factible. Las fortunas tienen que ver más con lo intangible. No tenemos que ver todo, no tenemos que formalizar todo, no tiene que ser todo material. Lo abstracto nos diferencia, porque nos relaciona con lo no vivido, con el futuro incluso, y aquí la comunicación con nuestros semejantes es básica.

El amigo Félix, en la cercana nostalgia

Juan Tomás Frutos

 

Félix Rodríguez de la Fuente falleció hace 30 años, efeméride que se cumple este mes. Fue un mazazo, entonces, para toda la sociedad, especialmente para los amantes de la Naturaleza y de su flora y su fauna, y, cómo no, un golpe también para los niños, que veían en él un icono en lo humano, en su calidez, en su cercanía, en su honestidad y en su compromiso como buena persona y mejor profesional en un ámbito, el de la biología, desconocido para el gran público en esos albores de una lucha motivada por un nueva sensibilidad.

Félix, el amigo Félix, fue todo un símbolo para varias generaciones. Aunaba de una manera natural y hasta instintiva esos dones que hacen que alguien sea un comunicador nato: era pura sensibilidad (en la mejor y más excelente de las interpretaciones) y genuina cercanía. Pocos como él ha propiciado el medio televisivo, y menos aún en el específico terreno de los documentales sobre la Naturaleza, por ser capaz de mostrarnos una agradable sensación de formar parte de la familia, de conocerlo de toda la vida, de aproximarnos a su alma y a su intelecto, que tenía y mucho. Se fue hace tres décadas una gran personalidad, dejando el camino abierto para todo un género televisivo que ha vivido momentos gloriosos en cuanto a audiencias, una situación que ahora, por desgracia, no se repite. Ha transcurrido el tiempo como una exhalación desde que nos dejó un poco huérfanos. Los años discurren muy rápidamente. El legado es magnífico, pero aún lo puede ser más si somos capaces de seguir encendiendo la antorcha de su vocación y su entusiasmo por la vida y por todas sus formas de expresión en la Naturaleza. No lo olvidemos. De hacerlo, es olvidarnos un poco a nosotros mismos.

Buenas vibraciones comunicativas

Juan Tomás Frutos

 

Reparemos los entuertos, y seamos “pequeños quijotes” en busca de aventuras de mejor final. No consideremos la inacción como base del sistema vital. Hagamos todo el bien que podamos, incluso con el riesgo de equivocarnos. Expongamos lo motivos, seamos bondad o aspiración a ella. Dirijamos los mejores esfuerzos, que han de ser un poco de todo.

Simpaticemos con la mejor comunicación y sentemos las bases de un modelo que nos ha de servir ahora y siempre. No juguemos a perder sin motivos. Realicemos el milagro del intento de mejora cotidiana. No sellemos los compartimentos en los que nos movemos y aumentemos los anhelos de ser libres, que podemos y debemos. Aseguremos los procedimientos con el afán de extender los elementos positivos, las ilusiones, las grandezas de unas realizaciones que no deben quedarse atrás. Hemos de consolidar los deseos, las gracias más serenas, los distingos y sus implicaciones más o menos ciertas, exprimiendo las ocasiones que se vayan dando. Aseguremos la felicidad rodeándonos de los aliados espirituales, de los que nos recalcan con sus buenos oficios las caricias de un quehacer sin paradigmas extraños y sin plazos determinados. Hemos de auspiciar las simpatías y el conocimiento con resultados societarios. Han de cuidarse los principios y los finales, y hemos de rentabilizar los intermedios de cada día, que son esa cotidianidad que nos rodea con ocasiones que no hemos de dejar pasar. Constantemente comienzan procesos comunicativos que debemos alimentar con sus dones más especiales que, a menudo, son los más sencillos. Miremos bien, sin prisa, y seguro que ya llegaremos, cuando sea oportuno, a esa meta que nos regala buenas vibraciones.

García-Balibrea y Pedro Vicente toman posesión como vocales del Consejo Social

García-Balibrea

Foto de Juanchi López

José García-Balibrea Ríos, en representación de la Confederación Regional de Organizaciones Empresariales de la Región de Murcia (CROEM), y Pedro Manuel Vicente Vicente, por el sindicato CC.OO., han tomado hoy posesión como vocales del Consejo Social de la Universidad de Murcia.

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El Área de Gestión Económica de la Universidad de Murcia recibe la certificación de calidad AENOR

ISO

Foto de Luis Urbina

El Área de Gestión Económica de la Universidad de Murcia ha obtenido la certificación de calidad ISO 9001:2008, que le ha concedido la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR) tras someter a evaluación sus actividades.

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La Facultad de Letras reconoce a los funcionarios María Freitas y Antonio Labaña

LETRAS 2
Foto de Juanchi López

La Facultad de Letras de la Universidad de Murcia ha premiado la trayectoria del matrimonio de funcionarios jubilados María Freitas Sobral y Antonio Labaña Serrano, en un acto presidido por el rector, José Antonio Cobacho y que ha constituido la actividad central de las fiestas del centro en honor a su patrón, San Isidoro.

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