Ayudar a los corazones

Juan Tomás Frutos

 

Repongamos las materias primas con unos pocos deseos con los que crecer en el escenario de la vida, que de todo tiene.

Dispongamos amistades con resortes poderosos, con voluntades decididas de llegar donde sea menester para variar y mejorar.

No paremos. Hemos de atender las peticiones de quienes creen en la memoria de las ideas, que ahí están para algo. Debemos inmiscuirnos con los recuerdos más alineados.

No rompamos las lanzas que podrían ayudarnos a seguir con una cautela medio divina. Nos regocijamos en lo bueno, debemos, y eso nos ha de servir de experiencia vital para conseguir la felicidad a la que tenemos derecho.

No fracasemos en las áreas repetidas con las que nos hemos de proponer cambios de sencillez y durabilidad. No pensemos que las cuestiones fundamentales tienen un único sentido, pues el sentido ha de ser colectivo y lleno de entereza y de oportunidades.

Aprovechemos lo poco y lo mucho que nos rodea buscando atenciones y entregas para conseguir lo mejor de cuanto se halla a nuestro alrededor. Ayudemos a nuestros corazones, y seremos más capaces, mucho más capaces, incluso para superar los problemas que puedan ir surgiendo.

Viajamos al origen del Universo

Nos adentramos en el mayor laboratorio del mundo, el Centro Europeo de Investigación Nuclear. Próximo a la frontera franco-suiza, cerca de Ginebra, está el LHC, el Gran Colisionador de Hadrones, el mayor y más potente acelerador de partículas del mundo.

A más de cien metros bajo tierra, a lo largo de un túnel circular de 27 km de longitud, chocan protones que viajan a velocidades próximas a la de la luz. Con estos experimentos, científicos de todo el planeta intentan descubrir algunas incógnitas, como la validez del modelo actual de la física de partículas o la existencia de la conocida como “Partícula de Dios”, o bosón de Higgs.

Viajamos al origen del Universo

Todos podemos aportar

Juan Tomás Frutos

 

Nos hemos de aleccionar con presentaciones serenas, equidistantes, sonoras, cautelosas y arriesgadas en los tonos precisos y buscando el brillo de la vida en la mirada de los demás.

Despertemos incluso a lo conocido, haciendo que el factor sorpresa nos ilumine y nos guíe con fortuna y garra. No nos quedemos eternamente circunflejos y callados, pues hay mucho que mitigar y que hacer.

Propongamos medidas que nos acerquen a los puntos cruciales del devenir humano. No debe faltar tiempo para el consenso y el aprendizaje. El mundo, en continua evolución, necesita que le dediquemos planes de adaptación y de incorporación a los diferentes peldaños que vayamos subiendo.

Cuajemos los quehaceres con detecciones de los posibles fallos para nos reiterarlos. Es bueno que divisemos desde la fe, que incluso ha de ir más allá de los conceptos religiosos.

Tomemos el jarabe del amor interpretado en forma de tolerancia, de respeto, de conversaciones, de diálogos proactivos en favor de la comprensión, del entendimiento y de andar juntos. Aceptemos lo que somos y cuanto son los demás desde la consideración de que todos nos podemos aportar algo, mucho.

Sencillez y naturalidad

Juan Tomás Frutos

 

Consultemos las experiencias vitales que nos permiten soslayar, mitigar y no repetir errores. No nos quedemos en esos planos que producen melancolías por falta de interés o de productividad en un momento determinado.

Unamos los espacios para trasladar esa parte de paciencias que nos pueden incluir en un trasiego capaz de reconducir todo lo que vaya sucediendo.

Fidelicemos la unión entre los buenos actos y nuestra mente en connivencia siempre con el corazón. Pueden ser auténticos elementos para un cambio meditado y duradero. Todo es posible cuando nos llama una vocación interior real.

Hemos de aplicar remedios constantes a los problemas más o menos relevantes que se produzcan. La labor ha de ser diaria, sin dilación, procurando que haya siempre un avance. Es importante que la dirección sea la correcta, con previsiones de abundar en lo que es beneficio comunitario.

Volvamos a decir lo fundamental con sencillez. Reiteremos con naturalidad lo que es atractivo para el colectivo, y avancemos a ese paso que nos permita consolidar lo que vayamos haciendo.

Convocar espíritus y almas

Juan Tomás Frutos

 

Nos hemos de agradecer lo que sentimos en un instante de pasiones múltiples. No dejemos que las voluntades se queden rotas en la nada. Hagamos caso al corazón mismo y a sus esencias.

Nos declaramos abiertamente a favor de la amistad, que ha de ser la luz que nos ilumine cada día. Nos debemos a los compañeros de viaje existencial, con los que hemos de crecer sobre todo en calidad.

Nos inmiscuimos cotidianamente en unos adelantos que nos deben propiciar cambios para dar con mejorías constantes. Nos hemos de proponer actuaciones solventes, aunque no siempre serán las que dictaminemos.

Hemos de sugerirnos avances con reglas de oro que nos deben dinamizar con actividades en los recodos del camino.

Comuniquemos todo lo que sentimos, y procuremos sentir lo que nos llega desde los afectos más o menos contenidos. Apliquemos las regulaciones normativas que permitan el progreso societario.

Nos debemos entusiasmar desde la eficacia más señera. Convoquemos, fundamentalmente, a los espíritus y a las almas.

El Cabaret y los sueños de Álvaro Peña

El artista expone en la galería Romea 3alvaro peña

 

No sé si la vida es un cabaret, como nos cantaba Liza Minnelli. Seguramente es un cúmulo de espectáculos, recordando un tema apoteósico de uno de los más altos talentos musicales, Freddie Mercury. Es probable que uno de esos espectáculos sea un cabaret de voces múltiples y complejas en su definición.
Compleja es también la factura de nuestro querido artista Álvaro Peña, que, en los dos últimos años, ha pegado un “triple salto” en su percepción profesional, y, así, sus cuadros nos ofrecen unos personajes tan rotos como extravagantes, tan coloridos como duales y variados. Son tan de todas partes y de ninguna que nos llenan de preguntas y puede que hasta de zozobras. Mírenlos.

El título de la exposición que aquí se van a encontrar (seguro que no es por casualidad) es ya, en sí, llamativo: “El cabaret de los sueños perdidos”. Cabaret significa, según nos desbrozan los diccionarios, taberna, y, abundando un poco más, se trata de un lugar para unos espectáculos muy particulares donde se mezclan canciones, bailes divertidos, mucho humor y más entusiasmo. El ritmo musical es el hilo conductor. Las voces están repletas de alegría en estos sitios, pero también de sabores y de aromas amargos. La ambivalencia es propia de la vida, que es agria y dulce a la vez.
Sí, los personajes retratados en esta treintena de obras, en técnica mixta, acrílico y acuarela, son harto imposibles, pero, al tiempo, nos enseñan trazos humanos más que reales, entre insinuaciones, en actitudes forzadas, en combinaciones que invitan a la reflexión melancólica y fragmentada, como los propios cuadros, basados en un conocimiento profesional que, por depurado, por ensayado, por estudiado, es muy preciso y nada improvisado, aunque parezca otra cosa a primera vista.
Álvaro Peña, en su confección pictórica, se acuerda de algunos de los grandes, de Gustav Klimt, de Egon Schiele y de Toulouse-Lautrec, entre otros, pero los supera, porque ahora (sí, ahora) quiere ser más libre que nunca. Ha dominado la técnica durante muchos años, o puede que fuera ésta la que le contrajo a él. Sin embargo, ese tiempo ya pasó. Actualmente se adentra en su en otro momento realismo estético o insinuado y prosigue una aventura que le transporta hacia el surrealismo en un modo concebido particularmente por él.
Confiesa que su inspiración (puede que su obsesión) es la obra “El retrato oval”, de Edgar Allan Poe, una inspiración para huir hacia ninguna parte. Quiere ser él mismo en busca del río de la vida, como el Kim de Rudyard kipling. Ha dado con una nueva factura donde se reconoce, porque sigue inmiscuyéndose por un itinerario donde encuentra a ese yo por el que siempre ha pugnado tras décadas de trabajo pictórico. Es, el que disfrutamos, su nuevo ego, o puede que el de siempre, ahora hallado en un difícil equilibrio, al igual que sucede con sus figuras, que adquieren unas vivencias extrañas e ignotas.
Sus personajes aquí retratados son demonios y ángeles, mujeres y hombres, guapos y feos, fuertes y débiles, rudos y suaves, queridos y odiados, atrayentes y oscuros, cargados de coloridos y de olores que nos ubican y desubican con sueños y realidades por igual, sin que sepamos catalogarlos ni emplazar nuestros pensamientos e ideas respecto de lo que nos transmiten… En esta polivalencia ha sido muy consciente Álvaro Peña, que ha cargado de dudas una fantasía que es un puzle de lo cotidiano, que seguramente pasa a nuestro lado, pero sólo unos elegidos, como nuestro artista, saben descifrarlo.
Nos regala, pues, con esta exposición una especie de manual de vida, de existencia, con una interpretación que supera incluso a las palabras de Théophile Gautier, quien nos recordaba que “el fin del arte no es la reproducción exacta de la realidad”. Una muestra de ello, de la superación de lo que oteamos, son estos cuadros que, aunque sujetos a las dimensiones pictóricas, viajan más allá del trazo y se colocan en nuestra retina, en nuestro corazón y en nuestra mente. Tanto es lo que nos resaltan que por eso hemos tenido que organizar este segundo pase de nuestro especial “Cabaret”, con el propósito de que no se pierdan su música, sus mensajes y sus existencias de ilusionistas.
Señoras y señores, todo está por suceder en este “Cabaret de los sueños perdidos”. ¡Sean bienvenidos!

El porvenir, en la unidad

Juan Tomás Frutos

 

Nos debemos aproximar a las soluciones que nos proponen seguir del mejor modo. No nos abrumemos antes de tiempo. Hemos de sembrar en el presente y en el futuro teniendo en cuenta cómo nos ha ido en el pasado.

Secuenciemos las miradas y los objetivos con voluntades que han de ganar en las ocasiones más oportunas, que no oportunistas. Suscitemos emociones e ilusiones para no quedarnos fuera de juego.

Hemos de propiciar traslados y mejorías. Las mutaciones vitales son una necesidad para no quedarnos parados, varados, vacíos, sin esos valores que nos pueden otorgar el impulso suficiente para saldar cuentas y salir con bien.

Hemos de prevenir y de curar el género humano, para lo que hemos de aplicar criterios de consultas y de análisis para controlar y mitigar los problemas, de los que hemos de aprender en toda su extensión.

Hay remedio para todo. Las cristalizaciones de lo que nos conviene son deseos posibles con los que aunar los esfuerzos y las causas comunes que nos permitirán ese progreso que definirá el futuro, en el que todos debemos contar para que sea sólido y duradero. Comuniquemos las buenas nuevas desde la unidad, y ahí hallaremos el porvenir.

Víctimas

Juan Tomás Frutos

 

El experto en “victimología” Emilio Mercader, mi querido amigo, insiste en que todos somos víctimas. En verdad lo somos por esos sucesos más o menos duros que afrontamos con periodicidad, unas veces por lo que tenemos (que, a veces, nos “engancha” en exceso), en otras ocasiones por lo que no poseemos (una perspectiva que nos puede amargar), así como por accidentes de tráfico propios o ajenos, por todo tipo de violencias, por la economía, por la pobreza, por la soledad, por la incomprensión… Hay un caudal y toda una galería de eventos interpretables como generadores de una cierta victimización. Podemos ser víctimas incluso por no comprender que otros lo son únicamente como consecuencia del azar.

Miremos alrededor: Gentes que pierden el trabajo, personas que se van de nuestra vera de la más variopinta manera, fallecidos, pérdidas de más o menos calado, vivencias que suponen sufrimiento por necesidades no cumplidas, ya sean perentorias o de otro calado… Toda esa radiografía nos distrae y nos rompe incluso con sus vacíos, penas y frustraciones; y, así, nos convertimos en víctimas. La aceptación equilibrada de la realidad nos podría ayudar muy mucho a conseguir una determinada serenidad.

La única manera de salir de la dinámica “victimista”, inevitable en algún período de nuestras vidas para todos, es apartarnos de la soledad y de los pensamientos negativos. Hemos de decidir que podemos. Realmente podemos adaptándonos a las circunstancias de cada instante, y procurando progresar solidariamente. No es bueno que estemos solos. Entiendo que sobran gritos y enfrentamientos, si bien, en paralelo, hace falta que todos nos tengamos en cuenta, que tendamos la mano a los que menos poseen, que son los que hemos de salvar en una crisis. Han de ser “nuestros primeros”.

En nuestro afán de tener en cuenta a las víctimas, hemos de “empatizar”, indudablemente, con los niños que están solos, con los heridos por la vida, con los enfermos, con los que no tienen nada, con los que pierden a seres queridos, con los que envejecen sin alegría, con los que no saben valorar cuanto consiguen, con los que no viven los sabores amables de la sociedad, con los que no creen ni en sí mismos ni en el colectivo… Todos, ellos y nosotros, nosotros y ellos, somos víctimas en un momento determinado, en un período más o menos largo, de manera activa o pasiva, directa o indirectamente.

Este sistema, que hasta ahora era de crecimientos exponenciales, o puede que infinitos, ha generado demasiadas rupturas y traumas. Un modelo que se precie, o que quiera ser verdaderamente un modelo, no puede pensar sólo en incrementos, sino que se ha de preparar para los momentos duros. Ocurre que éstos han llegado: ya llevan meses y años. Parece que no siempre estamos preparados para atender a los que se quedan por el camino. Sin ellos, no lo olvidemos, nada de lo que hagamos merecerá la pena. Todos nos necesitamos, todos somos necesarios. La justificación de un sistema de bienestar se encuentra en ocuparse de los peor tratados por la vida. Si no es así, estamos hablando de otro tipo de sociedad.

El reloj de la vida

Juan Tomás Frutos

 

Los remedios están cerca, más de lo que pensamos, sobre todo en las pequeñas cosas, que, a menudo, superan en envergadura a su cautivadora dimensión.

Cultivemos las ocasiones con una buena voluntad procurando abundar en las solventes soluciones a curiosidades existenciales.

Demos abrazos a la vida, que, sin duda, tiene muchos recovecos a los que agarrarnos. La paz viene de la justicia, de las emociones compartidas y equilibradas, de las causas que han de seguir la estela de la suficiencia.

Aprovechemos los aciertos, así como los equívocos, para configurarnos como personas. Nos hemos de adiestrar en los huecos nada fortuitos de las voluntades y del trabajo serio.

No permitamos que las horas bajas nos ganen. Superemos las situaciones de duelo, y procuremos que la alegría nos haga aletear con fuerza y puro entusiasmo, que lo hemos de tener en consideración en todos los órdenes. La vida es un reloj, pero la hora y el ritmo los ponemos nosotros.

Consideraciones compartidas

Juan Tomás Frutos

 

No me digas por dónde puede fructificar ese todo que es alimento para seguir adelante. Dime con hechos que es posible. Lo es.

Demostremos que somos capaces de superar las ruedas dentadas del destino, que nos debe mostrar las salidas ante los desmanes que puedan ir sucediendo.

Nos hemos de proponer avances con lo poco o lo mucho que vaya surgiendo por el camino. Hemos de buscar acicates para no quedarnos en la parte de atrás de una existencia que, cuando menos, precisa intentos, aunque no siempre den resultados.

Busquemos las apetencias compartidas desde el quehacer no arbitrario. Hemos de postularnos con pretensiones no vehementes. Juntemos las memorias a los eventos que se configuran como hechos ante las causas que no siempre podemos entender.

Hagamos el esfuerzo para progresar. Hemos de considerar los derechos de todos, y no únicamente los individuales. Demos forma a lo colectivo con el apoyo individual a esas recetas que son vanaglorias y beneficios compartidos. Podemos mucho en este universo de consideraciones magníficas en las que hemos de postularnos para estar todos los que podamos.

UNIVERSIDAD DE MURCIA