Más comunicación estival

Los días de verano ayudan a comunicarnos más y mejor. El calor, la luz, la impronta de toda la naturaleza seguro que ayudan a que no nos repleguemos sobre nosotros mismos y a que nos contemos nuestras cosas. Siempre lo he pensado. El verano es una etapa de más comunión, de más comunicación, de más convencimientos gracias a que la climatología, entre otras cosas, nos ayuda con su benevolencia, pues es mejor, nos ofrece sugerentes temperaturas y el tiempo parece transcurrir de otro modo, como más plácidamente, como sin prisa, con sosiego, claro.

Salir a la calle a primera hora de la mañana, o de la tarde, cuando el sol es menos implacable y se agradece el fresco que nos llega, aunque sea livianamente, es un placer. Lo es también, si nos gusta el ambiente más tórrido, enfrentarnos al mediodía con su actitud dura de calor, que nos seduce en ocasiones y que hemos de respetar para evitar sustos. Es el verano, con todo por hacer, con muchas valoraciones de lo que fueron los meses pasados, o de cálculos estimados respecto de lo que está por venir.

Abandonamos, en esta época estival, muros y barreras para conocer más gentes, y más a la gente que nos rodea. Hay tiempo para conversar de todo y de nada, que es como más se aprende, aunque parezca mentira. Nos rodeamos de buenas vibraciones, pues ya no vamos tan deprisa. La versión que nos otorgamos nos regala más jovialidad, mejores anhelos, toda una gran oportunidad.

Hay más tiempo para contemplarnos de manera presencial. El teléfono parece que languidece, como si durmiera. No tenemos prisa para que despierte. Ya se  hará valer en las otras etapas del año. Lo hace. Ahora, estos meses son nuestros, más nuestros que ningún otro, pues nos contemplamos como somos, o eso pensamos. Nos miramos, nos reímos, nos emocionamos, nos gustamos…

Es el verano, que llega con sus calores, pero también con sus puntos y aparte respecto a locuras cotidianas de insanas incomunicaciones. En estas semanas sí tenemos tiempo para contarnos nuestras cosas, aunque no sean importantes (no tienen por qué serlo). Nos buscamos con prestaciones periódicas de unos empujes que nos han de salvar de experiencias apremiantes, que ahora no surten efecto, gracias, nos decimos, al ritmo que nos imprime el estío, que es así, como a nosotros nos gusta.

La gran pregunta, y eso no nos tiene que llenar de intranquilidad, es por qué asociamos verano a temperaturas altas. Podríamos hacer que lo fuera todo el año, al menos en las posturas y actitudes vitales que mantenemos. Es cuestión de probar. Seguro que nos sorprendemos. Las presencias comunicativas veraniegas se pueden extender mucho más. No colocar barreras es una primera medida para cosechar óptimos resultados.