Manuel Suárez

Manuel Suárez

LOS INSTANTES, LOS COLORES…EL SILENCIO

Hay en Manuel Suárez un constante palpitar, un hálito de vida que nos encadena a sus obras, sentidas y hechas para sentir. Hay un afán por captar el instante, el momento, puede que una mirada impresionista a la fugacidad de la luz, al cambio del color, al diván de las formas.

Es una pintura nostálgica, embriagadora de esos aromas errantes que en otoño, las hojas sienas llevan hasta los corazones. En abril, se torna mezcolanza de tonos, abrazos de colores injertados en nuestra retina, paisaje de la huerta tan querida, tan amada por el maestro.

No hay término medio en la obra de Suárez. Su pintura se nos torna auténtica, sincera, sin necesidad de recurrir a estridencias compositivas, o de paleta. Maestro del dibujo, en su pintura prevalece sin embargo el color sobre la forma. Sus pinceladas, largas, sueltas, son concebidas con misma fragilidad que tienen los suspiros cuando rozan la madreselva. Y así, el pintor convierte lo efímero en eterno, lo cambiante en inmutable. De su pincel brota un universo de sentimientos, de destellos plasmados en la flor del manzano, y del granado, en el lirio, y con ellos, dulzura de abrazo, los rojos, llanto derramado de atardeceres en la granada, amarillo, omnipresente fulgor del membrillo en las manos del pintor, carmesíes en la rosa, fucsias en la parra derramada de uvas ya maduras.

Entonces, todo se nos presenta como ofrecido, como dado, con la verdad de quien extiende sus dedos para sentir la naturaleza domesticada de la huerta, y fundido en su viento, en su olor, Suárez todo nos lo da. Se nos presenta la floración del melocotonero en toda su efímera hermosura, pero vista a través de sus ojos, sentidas en sus manos. El campo se nos abre en frutales que se pierden en el horizonte. Al fondo, como centinela de las estaciones, el formidable murallón de la Sierra de la Cabeza , magnifica, serena, prudencia de paleta frente al cálido de los campos en flor. Y allí, la sierra puede que sea definidora del cuadro, superposición de lo evidente, como si los silencios que de la obra se desprenden, la quietud, la calma, fuera turgencia viva de la montaña, como si maestro en otro lugar, en otro espacio, acaso no pudiera dejar de rememorar otras quietudes, otras calmas, otros espíritus; las montañas de su Asturias natal. Y envolviendo a la huerta, a la sierra, la luz, el color, y juntos la atmósfera, nexo de unión entre los planos y el horizonte, estancia para las almas que un día aprendieron a amar.

Hay en Manuel Suárez una especial sensibilidad por la forma, el color, una especial inclinación por plasmar la compleja sencillez de la naturaleza, la pureza de la vida, el cambio y la renovación. Paisajista hondo, profundo, captador de instantes, esqueje mismo del árbol su pincel, sus manos, su alma toda. Mirad, recordad,es tiempo.

Manuel Martínez Morote

Fotos: Luis Urbina