Manuel Coronado: “Si la pintura no se toma como un sacerdocio, no es nada”

    Vivir para pintar, pintar para vivir

Pocas veces vida y obra estuvieron tan indisolublemente unidas como en el caso de Coronado. Que lo suyo era la pintura lo supo desde que, de niño, se ganaba reprimendas de sus mayores por ‘ensuciar’ con colores y formas que salían de su imaginación todo cuanto se ponía a su paso.    Pero esta pasión por la pintura no ha constituido impedimento alguno – “No podría pintar si careciera de experiencias ¿Cómo podría pintar la oscuridad si no me meto en el túnel?”- para que el artista haya pasado por la vida bebiéndola a grandes sorbos, disfrutando de la existencia, adquiriendo experiencias, desarrollando, en fin, su personalidad, el gusto por una estética personalísima que ha plasmado en cuadros llenos de vida y de magia, repletos de color y de sentimiento.

La vida de Coronado es tan hechizante como sus cuadros. Pero estos, también como la misma existencia, plantean seguridades y contradicciones, esperanzas y constataciones de desastres; fantasmas y seres tan carnales que parecen rozarse con el espectador.

Solitario y solidario, hechicero y cronista, lírico y prosaico, la cara y la cruz, en definitiva, como esos momentos alternantes que nos depara la vida. Preocupado por el ser humano –‘Desde el enfrentamiento entre David y Goliath, la humanidad no ha cambiado nada’- e infatigable defensor de un arte auténtico que se libere de la dictadura de un mercado que considera miope y provinciano –‘El artista está haciendo ahora lo que el ignorante quiere’-, Coronado es la perfecta encarnación de esa eterna dualidad que ha planteado con frecuencia en sus obras a través de sus enigmáticas máscaras. Una dualidad que esconde una inusitada riqueza de matices y sugerencias que hace de sus cuadros objetos para el disfrute.

-Pregunta: Lo último suyo ha sido una mirada al mundo de la inmigración ¿Qué le ha llevado a ello?-Respuesta: El hecho de que mueran seres humanos todos los días intentando entrar a este continente es terrible, y lo peor es que pasa desapercibido. Lo tenemos asumido. ¿De qué huye esta gente? La emigración siempre se ha producido por necesidad, por subsistencia. Los murcianos eramos antes gente de segunda para muchos, como ahora se les considera a esos otros emigrantes que llegan a nosotros.

Somos muy injustos. A las personas se las considera no por sus valores, sino por sus posesiones. Y no es sólo una cuestión de razas. A un árabe o a un africano se le mira mal en muchos sitios, pero es suficiente con que tengan dinero para que se les ponga a los pies la alfombra roja.

-P: ¿Qué le preocupa a Manuel Coronado?

– R: Me preocupa mucho la paz en el mundo. Desde el enfrentamiento entre David y Goliath parece que la humanidad no ha cambiado nada. El concepto de amar al prójimo está olvidado. Es como si estuviésemos condenados a luchar siempre por algo. Dios parece separar a los hombres, cuando debería ser al contrario.
Artista y cronista

-P: ¿Piensa que los artistas tienen el deber moral de erigirse en cronistas de lo que ocurre alrededor, de denunciar lo que ven?

-R: Ya no estamos decorando templos ni palacios. A partir del impresionismo, el artista empezó a pintar en la calle y a plasmar lo que le rodea, lo que ve. La pintura ha dejado de ser esclava de unos ‘protectores’ para ser libre. Ahora todos pueden pintar, y eso es una maravilla. Pero no todo el mundo es creativo.

-P: Según eso hay que distinguir a quienes pintan por afición de los que pintan por una auténtica necesidad vital.

-R: Yo creo que la pintura como elemento decorativo es algo válido. Puede valer plasmar el paisaje o un bodegón para que la gente vea lo que le gusta… Pero yo creo que el artista debe ser cronista de lo que nos rodea. Los artistas tenemos obligación de denunciar lo que ocurre, de dar pequeños toques de atención. No debemos ceñirnos a ser pintores cómodos, limitarnos a pintar para decorar las paredes… Se dice mucho eso de ‘me gusta solamente lo que entiendo’, pero los artistas tenemos la obligación de hacer pensar a la gente. El arte debe llegar a las entrañas. No pintamos para mayorías. Ya me gustaría que la mayoría lo entendiera, pero hay minorías espléndidas, de gente que piensa, que interpreta y que entiende el arte.

-P: Una visión del artista como el Pepito Grillo de la sociedad…

-R: Es que si no vas un poco contracorriente te adocenas.

-P: ¿Se ha visto más impulsado a esa idea por la injusticia que ve a su alrededor o siempre pensó así?

-R: Siempre pensé así. De joven viví en Suecia, un modelo espléndido de sociedad en el que se preocupaban por lo social, pero también se preocupaban mucho por la cultura. Eso impresionó mucho a un joven que, como yo, salía de mi Murcia querida, una sociedad bastante más atrasada en muchos aspectos.

-P: ¿Quién es Manuel Coronado y hasta qué punto está imbricada su personalidad con su propia obra?

-R: Yo creo que mi obra y mi personalidad están íntimamente relacionados. A Manuel Coronado se le puede conocer muy bien a través de una pintura muy concreta y que a menudo ha pasado desapercibida en mi trayectoria: la de los carnavales, las máscaras. Para sobrevivir, las personas nos hemos rodeado de muchas máscaras. En esas obras hago una crítica tremenda de lo que me ha tocado vivir. Existe un gran misterio y un poder de sugestión muy grande en las máscaras.

El arte sobre todas las cosas-P: El arte por encima de todo y de todos.

-R: En cierto modo, yo no he tenido familia. Veo y quiero a mi hija y a mi nieta, pero apenas he ejercido como padre. Mi hija siempre comprendió que lo mío era una locura hacia la pintura, un egoísmo tal que ha hecho que pusiera mi familia en segundo plano y me dedicara casi exclusivamente al arte.

Si la pintura no se toma como un sacerdocio, no es nada. Hay quien la toma como un modo de vivir, pero yo he llegado a trabajar para poder pintar, y si tuviese que hacerlo de nuevo, lo haría. He tenido la suerte de poder vivir de ella, lo cual me ha evitado muchos problemas psicológicos.

La verdad y la fantasía, el estar pegado a la tierra y las ansias de volar. Las máscaras constituyen para Coronado un trasunto de la propia existencia, con todo lo de esplendoroso y grisaceo que ésta conlleva: ‘Mi vida ha estado repartida entre la tristeza y la alegría’ –de nuevo la dualidad implícita en las máscaras-. Un Manuel Coronado tan joven que apenas había salido de la adolescencia quedó viudo y con un hijo al que tuvo que sacar adelante. Pero esta tesitura no le apartó de su gran pasión, la pintura: ‘Lo cierto es casi nadie conoce esta parte de mi vida, porque he vivido exclusivamente para el arte, lo he sacrificado todo, he renunciado a todo por él’.
-P: Pero por encima de su faceta de artista, usted es un ser humano solidario que cree firmemente en los hombres.-R: Yo he sido solidario y solitario al mismo tiempo, pero cuando llaman a mi puerta, siempre abro. Siempre he buscado la parte humana en todas las personas con las que me he cruzado en mi vida. He intentado compartir. He encontrado a muchos buenos hombres, y me he apiadado de ellos, porque pueden sufrir mucho. Cuando veo a alguien bueno, doy la vida por él.

-P: Como pintor de gran experiencia ¿Qué le recomendaría a un joven que estuviese pensando en dedicarse a esta actividad?

-R: Si le interesa la pintura, lo primero que tiene que hacer es olvidarse del precio del cuadro. Que se forme mucho en el dibujo, y que no busque la inspiración, sino que la escale. El arte es tiempo, mucho tiempo. Nuestro oficio es algo de mucha práctica. Y de sabiduría: saber mucho, estudiar mucho, conocer a los clásicos… Precisamente para no copiar, porque el arte consiste en aportar algo nuevo.

-P: Empezó sentir la pintura desde muy pequeño.

-R: Desde que tengo uso de razón. De pequeño, en la posguerra, no tenía colores, pero ya pintaba con flores, con hojas…, mi familia llegaba a pegarme por ‘ensuciar’ todo. Cuando llegué a Mallorca, el novio de mi tía Rosa, me preguntó qué quería y yo le pedí colores. Me trajo unas ceras duras con toda la ilusión del mundo, pero estaba acostumbrado a pintar con lápiz y no sabía nada de la técnica, aunque poco a poco la fui descubriendo.
Pintura y experiencia

-P: Ha dedicado su vida a la pintura, pero al mismo tiempo le ha dado tiempo a compatibilizar su faceta artística con otras muchas actividades. Su vida es muy rica.

-R: No podría pintar si careciera de experiencias. Eso es lo que me posibilita poder pintar. ¿Qué lenguaje tendría si no tuviese experiencias? ¿Cómo podría pintar la oscuridad si no me meto en el túnel?

-P: Vivir para luego plasmar una experiencia. Usted ha vivido, y mucho, ha tenido muchas actividades, ha conocido a mucha gente…

-R: He vivido todo a tope. Y he tenido la suerte de que nunca he tenido junto a mí a ese ser protector que te dice lo que está bien o lo que está mal. Cuando uno se equivoca tiene que ser él mismo. Yo he intentado equivocarme por mí mismo, no por consejos de los demás.

-P: Permisividad y comprensión ante todo.

-R: Prohibido prohibir, eso es. ¿Quiénes somos realmente? ¿Acaso es la cultura judeo cristiana la única? Existen otras culturas con mucho peso que tienen otras creencias y otras costumbres muy diferentes ¿Es la nuestra la verdadera?

-P: ¿Era consciente de que era un privilegiado cuando estaba con gente muy conocida?

-P: Claro. Y me ponía en cierto modo esa máscara de la que antes hablaba: me convertía en lo que ellos querían que fuese, pero sin ser nunca lo que ellos querían. Esa era mi manera de acercarme y poder así aprender de ellos. Pienso que si alguien, por su valía y aptitudes, ha llegado lejos en cualquier terreno, se trata de un ser que puede enseñarnos mucho. Yo siempre he aprendido de los sabios. Hay que huir, eso sí, de los escaladores, de los que están en los lugares que no le pertenecen, de los recomendados.

-P: Usted se relacionó con gente realmente interesante, desde Errol Flyn, hasta Ava Gardner o Montgomery Flint…

-R: Yo tuve la gran suerte de trabajar como botones en el hotel más importante que había en Mallorca en aquel momento: el Bahía Palace. En él comencé en el año 1957. Como no tenía edad suficiente, falsifiqué parte de mi documentación para poder entrar a trabajar.

Yo caía muy bien a la gente, y me sentía querido. Por allí pasaron desde el Sha de Persia, cuando se casó con Soraya, hasta los mejores actores del mundo. Recuerdo que Soraya iba siempre sola. Nunca he visto una soledad mayor que la suya. Mirándola conocí lo que era la auténtica soledad. La recuerdo, como si fuera hoy, sentada en un sofá mientras su marido hablaba de negocios con otra gente. Ella esperaba para asistir a una fiesta nocturna. Llevaba un collar con esmeraldas. Me dio mucha pena, estaba muy sola.

-P: Un trabajo que le permitiría conocer a los famosos desde un punto de vista diferente.

-R: Yo estaba con mis guantes puestos, abriendo las puertas a la gente. En ese puesto escuchaba conversaciones, veía comportamientos, ademanes, gestos… La entrada de un hotel constituye un lugar privilegiado para observar. No hay nada mejor que abrir las puertas a la gente para conocer al rufián, al artista… Abrir puertas me ha abierto también muchas puertas.

Se aprende mucho en un puesto aparentemente tan pequeño. En ese trabajo aprendí que, en la vida, no existen coronas ni barrenderos. Existe gente que mira a los ojos.

-P: Decía Neruda que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos… ¿Qué queda de aquel Coronado que comenzaba a abrirse camino en la vida?

-R: Hoy precisamente, se me ha acercado un señor en el rastro. Me ha dicho que me había seguido muchas veces cuando de joven patinaba, y después, en mi trayectoria artística, y ha afirmado que no había cambiado, que era siempre el mismo, que no se me subía la popularidad a la cabeza. (no se refería a mi físico, obviamente).

Coronado ironiza a menudo sobre un físico que ha ganado muchos kilos con la edad. Un físico que no se parece en nada al de aquel atleta que ganaba títulos nacionales año tras otro –muchos ignoran que está considerado el mejor atleta de Baleares de todos los tiempos, por delante de deportistas tan insignes como Rafa Nadal-. Prueba de ello es la imponente fotografía que da paso a su galería aguileña ‘Mirando al mar’, a la que se accede tras franquear la puerta de entrada, en la que un orondo Coronado actual muestra la foto de aquel Coronado pretérito que hacía las delicias de los aficionados al patinaje.

-P: ¿Son las grandes pasiones las que mueven el arte?-R:Sin duda. Sin amor no se puede hacer nada. Aunque el sufrimiento también es muy importante en el arte. En cada edad pensamos de una manera, pero el pensamiento debe ser siempre positivo, comprensivo, humilde. Ahora estoy en un momento maravilloso: me siento pleno y equilibrado. Hasta se me ha ido el deseo sexual, aunque yo he tenido grandes amores.
El proceloso mundo del arte

-P: ¿En que momentos se encuentra ahora en relación con la pintura?

-R: En estos momentos me siento preparado para pintar. Creo que aun tengo que hacer mi gran obra.

-P: ¿Es el del arte un mundo excesivamente complejo?

-R: Es un mundo de muchos favoritismos, de mucho amiguismo. En él no están los que se lo merecen. Yo lo comparo con el agua del pozo: está aparentemente limpia, pero podría estar envenenada.

Por mi forma de ser, por mi franqueza, por mi sinceridad, me he perdido muchas cosas, pero estoy encantado de habérmelas perdido. Hace cerca de 30 años gané el premio Ciudad de Palma. Y me tenían que haber organizado una exposición. Durante este tiempo no ejercí ese derecho, pero ahora lo he ejercido para que también se lo organizaran a un amigo mío, que también lo ganó y ahora se encontraba olvidado y enfermo.

Todos tenemos un ángel protector. Yo tengo el mío. La gente que va con el corazón en la mano, siempre tiene esa protección, aunque hay que saberla ver.

-P: ¿Qué le ha aportado la pintura a Coronado?

-R: A mí la pintura me ha aportado ser verdaderamente yo. Encontrar que no nací en balde. Me ha dado motivos para vivir, para continuar, me ha dado la ilusión. Sin la pintura no soy yo.

-P: ¿Cosas tangibles o intangibles?

-R: La vida que he escogido me ha aportado conocimientos, sabiduría como para saber apreciar una puesta de sol, para disfrutar de un buen libro, para saborear las notas de piano…

-P: Todo eso le ha proporcionado la pintura a usted, pero ¿Qué le ha aportado Coronado a la pintura?

-R: Si consideras que has dado algo a la pintura, ya has terminado. El artista que considera que ya había hecho su gran obra ya ha terminado con esa obra.

-P: ¿Y después de ‘La vergüenza humana’, su última exposición?

-R: Tras ‘La vergüenza humana’ me he quedado exhausto, pero yo soy como un radar, siempre voy buscando motivos de inspiración. Hoy precisamente me ha ocurrido algo muy especial cuando estaba con vosotros disfrutando de un concierto en un asilo: me interesó muchísimo esa gente mayor que estaba ausente de todo, derrumbados, durmiendo en una gran sala, andando con dificultad… Era gente con el cuerpo curvado, que había dedicado sus vidas a la agricultura y que ahora apenas podía mantenerse porque lo habían dado todo. Hasta la música que se les estaba ofreciendo les molestaba –se trataba nada menos que el pianista de ‘Los chicos del coro’-. Era un cuadro impresionante.

Me inspiró muchas sensaciones, pero ¿Cómo podría expresar todo lo que captaba con mis sentidos?, ¿Cómo podría interpretar eso para que entrase en mi mundo y pudiera expresarlo sin esos sentimientos tan desagradables que me provocaron? Mientras veía a esas gentes acabadas y abandonadas pensaba en la falta de amor de sus familias, que se habían deshecho de ellos cuando se habían convertido en una molestia. Quiero interpretar eso pero exponerlo de una manera esperanzadora. Esa será probablemente mi próxima etapa.

-P: ¿En qué momentos se encuentra el arte?

-R: Por desgracia está en un mal momento. Estamos volviendo al renacimiento de la miseria: el capital puede más que el arte. El artista está haciendo ahora lo que el ignorante quiere. No podemos dar margaritas a los cerdos, pero estos tampoco pueden invadir los corrales: que coman hierba.

Párraga, que era un artista genial, tenía que trabajar como un cosaco simplemente para comer. Algo así le pasó a Pedro Flores, que era un genio, pero que no supo separarse de su tierra, y se volvió de París con unos movimientos artísticos maravillosos para volver a pintar la lechugas.

Yo llamo a eso la flor y el capullo: dar a una sociedad mediocre lo que les gusta. No se merecen mirar una auténtica obra de arte. Esto me indigna. Es necesario obligarles a pensar. Sin embargo, cuando vemos a una persona que ama y siente de verdad la pintura, compensa todo eso.

-P: Pero hay una eclosión de artistas.

-R: Sí, pero quienes dictan las leyes, -que son los críticos de arte, no los pintores-, se molestan muy poco por gentes auténticamente valiosas. Conozco a muy buenos artistas que trabajan en soledad y miseria.

A mí me avergüenza ir a ver ARCO. Allí está lo peor. Eso es el enemigo del arte. Ahora que ha cogido la política las riendas del arte, nos están corrompiendo. Que se dediquen a la política y nos dejen a los artistas manejar el arte.

Coronado: la magia y la verdad

Hablar del mundo mágico de Manuel Coronado supone casi una redundancia. En realidad Coronado no se habría visto impulsado a coger un pincel, de no haber podido utilizarlo como una hechizante batuta con la que conseguir efectos mágicos. Efectos capaces de ir más allá de una realidad a menudo ramplona y prosaica, trascenderla hasta situarse un paso más allá y devolvérnosla encarnada en un mundo de fantasía mucho más atractivo y sugerente que aquel del que surgieron. Subyugantes, casi hipnóticos en no pocas ocasiones; desasosegantes, casi perversos, en otras, sus cuadros poseen la rara virtud de no dejar a nadie indiferente.

Más que como pintor, podríamos definir a Coronado como un narrador. Un avezado cronista de su entorno, que posee la cualidad de observar lo que ocurre a su alrededor, y lanzarlo al observador en forma de particular mirada, hasta atraparlo en el lienzo. En Goya el sueño de la razón producía monstruos, pero en el particular universo de Coronado su personal lógica pictórica nos conduce a un lugar tan colorista como vital.

Circo y Carnaval, paraísos de la impostura y de la ensoñación, de la fantasía y de la ficción, ocultan supremas verdades tras el maquillaje y la máscara, que pueden ser expuestas a la luz a poco que se sepa hurgar en su deslumbrante y engañosa superficie. Y en eso es un maestro Coronado.

Incurriendo en una suerte de hechizo –de nuevo la magia-, Coronado pone el antifaz a sus personajes, para desnudar su alma, para adentrarse en la trastienda de la realidad y ofrecernos de modo descarnado –si se me admite la aparente contradicción, en un artista absolutamente carnal- la verdad de los individuos, oculta tras esos miedos que obligan a la apariencia constante.

Sus equilibristas son magos de la supervivencia; sus payasos parecen traspasar las lindes de la realidad inmediata para adentrarse en un mundo interior bien diferente a aquel en el que engendran sus chistes; sus máscaras, en fin –nuevas máscaras del héroe para este milenio-, parecen el envés de una careta que intenta inútilmente ocultar su verdadero rostro hasta resaltar la verdadera esencia.

Coronado reinventa la naturaleza, la anima, la pasa por el tamiz de su genio hasta reconvertirla y hacer de ella un lugar ajeno a las leyes establecidas y en el que él es el supremo hacedor. Bajo una simplicidad aparente, sus cuadros ocultan, tras su amable fachada, todo un complejo universo que permanece apenas agazapado, al alcance de cualquier espectador curioso.

Emotivo y lúcido; voluptuoso y espiritual, ángel fieramente humano, Coronado posee una poliédrica personalidad que dota a su arte de un especial atractivo.