Los nexos de la Comunicación y de la Educación

Creo que hemos de volver a lo sencillo para trasladarnos posteriormente a lo más complejo. Los griegos ya hablaban de ello. No es bueno que nos obsesionemos dándole vueltas a lo que no tiene sentido, y es conveniente que nos fijemos en los elementos claves, en los básicos.

Es lo que trato ahora. Como quiera que los conceptos de comunicación y de educación son tan ambiciosos en su factura y presentación como genéricamente utilizados, creo que a menudo es bueno que acotemos su realidad, su significación y, cuando menos, una parte de lo que suponen en el acontecer diario. Por ello, todas las reflexiones son pocas. Nos detenemos hoy en algunos aspectos, si les parece.

En la educación actual (suponemos que siempre ha sido así), hemos de considerar que la actitud del emisor, en lo que se refiere a todo proceso de la comunicación, en lo que concierne a cualquier experiencia comunicacional, ha de ser eminentemente activa (“eso sí, pero sin agobiar y sin agobiarnos”), tratando que el receptor esté pendiente de aquello que desea trasladarle. La responsabilidad de quien quiere algo, de quien tiene asumido su papel de movilizar, de trasiego, de contar cosas, es, ha de ser, mayor. Hemos de tratar de conseguir la atención del que nos escucha o nos mira, de quien tenemos delante. Sí, sabemos que no es una tarea sencilla: nada que merezca la pena lo es. Esta obligación, en una radiografía comunicativa clásica, es la que detectamos en la docencia, esto es, a la hora de enseñar en sentido amplio.

Entiendo e interpreto que es complicado asumir el rol de comunicador, y lo sé por experiencia. Además, la sociedad evoluciona, y, en paralelo, hemos de estar atentos para que se produzcan las oportunas mutaciones en los diversos ámbitos, también en el de la comunicación. Así, hemos de utilizar pequeños e interesantes “trucos” en todo acto comunicativo para ver si el “público” (los alumnos, en este caso, quienes sean) nos sigue con más o menos interés, necesario en toda circunstancia y/o ocasión. Una pequeña broma en clase, si es el supuesto, un cambio de itinerario en el rumbo del discurso, una pregunta a alguien que no la espera, una cuestión lanzada a todos y a ninguno en particular, etc., pueden hacernos notar en qué instante nos hallamos del trance que queremos provocar o bien nos pueden permitir saber cuál es el calado certero de la comunicación que estamos efectuando. En función de la respuesta, tras el estímulo, hemos de intentar actuar en consecuencia. Aunque cueste trabajo aceptar el axioma de la responsabilidad máxima del emisor, hemos de considerarlo casi un deber.

Hay, innegablemente, una serie de reglas aprendidas con independencia del hecho de que existen valores innatos que constituyen capacidades muy meritorias y que ensalzan muy mucho no solo el proceso de la comunicación en sí sino también sus resultados. Es bueno que nos aprovechemos de la experiencia de otros, que le saquemos partido, y que pongamos en práctica la voz de la experiencia de los demás, que, a buen seguro, nos ayudará en nuestro particular devenir.

A veces, un obstáculo que tenemos a la hora de aprender a comunicar es pensar que hay cualidades que no podemos incrementar, fomentar o hasta generar. En la vida todo es posible, si se intenta, si existe la convicción del cambio, de la mudanza, de la mejora. Perseguir algo, ponernos en camino para su obtención, es hacer buena parte de nuestra singladura, como diría Don Quijote de la Mancha a su querido escudero, Sancho.

Se aprende escuchando

Escuchar debe ser un hábito en nuestras vidas, y, además, ha de practicarse a todos los niveles. Nos perdemos muchas cosas precisamente por el ruido con el que las adornamos (hablamos de ruido interno y externo, no lo olvidemos). Sí, nuestros padres nos suelen -o solían- decir que hemos de atender lo que pasa alrededor, y, por lo tanto, que hemos de escuchar, pero interiorizar esta gran verdad implica tiempo para que realmente la podamos comprender. Por otro lado, no olvidemos que aprendemos viendo tendencias en los demás, y ésta no es precisamente una característica de las sociedades modernas, metidas en premuras y medias verdades.

Es bueno que nosotros también estemos atentos a los “otros” para ver qué es lo que les gusta, qué es lo que les distrae, qué es lo que les interesa… El conocimiento ha de ser recíproco, y nuestra labor docente ha de ser mucho más activa de lo que se pueda pensar “a priori”, valiéndonos de pequeños guiños que llamen la atención o que reclamen el interés. Los ejemplos cercanos son muy útiles, y el que repitamos lo que más relevancia tiene para nosotros también es muy interesante. Asimismo, utilicemos camuflados descansos (que no se noten mucho) en la marcha de las clases para solicitar el deseo de aprender.

Meditemos. La enseñanza es algo tan apasionante a todos los niveles, en los reglados, en la vida diaria, en la familia, en el trabajo, en cualquier instante y lugar que, dentro del caos, del movimiento más o menos intencionado hacia alguna parte, debemos degustarla con una cierta planificación y con la ilusión suficiente para demostrar y demostrarnos que “querer es poder” , mucho más ante las dificultades, siempre presentes. La comunicación es todo, en ella está todo inventado, y, a la vez, todo está pendiente de reforma, de mejora, de superación. Si somos capaces de interiorizar que el aprendizaje es eterno, esto es, por y para toda la vida, y si mantenemos las ansias de inspirarnos desde nuestro propio entorno, no nos faltarán los ánimos suficientes para lograr el éxito en lo más importante, lo personal. Pensemos en ello.