La profesión periodística y sus “riesgos”

Sí, es cierto que el oficio de periodista no es exactamente el de un aventurero siempre presto a retos, desafíos y trances de toda índole. No es así. Las películas nos distancian de lo que es la rutina de cada jornada. No obstante, la nuestra es una faena que entraña riesgos, algunos no tan “visibles” como quisiéramos, entre otras cosas, porque, como suelo decir, llegamos todos los días a las casas de los ciudadanos y ciudadanas, pero esta misma sociedad nos mira con tópicos y desde el desconocimiento de nuestra situación real.

De ello, la culpa, la gran culpa, es, sin duda, nuestra. Siempre he dicho que los medios de comunicación, y, dentro de ellos, los mismos profesionales, no hacemos extensivo nuestro quehacer a lo que es nuestra realidad, y mucho menos, a nuestros problemas, que existen, y ahí están para palparlos. Hemos tenido, hasta ahora al menos, y como reza el refrán castellano, “cuchillo de palo en casa del herrero”.

Así es. No tenemos costumbre, no tenemos inercia, de contar lo que sucede en el entorno profesional. Parece como si ello fuera pecado, como si la calidad de vida, ya tan precaria, fuera a empeorar. De este modo, se produce la paradoja de que defendemos a colectivos marginados, y no tenemos el coraje y las agallas de mostrar la mala coyuntura en la que nos encontramos desde hace décadas todo un colectivo profesional que es básico para cualquier sociedad democrática. “Hace falta”, como decía recientemente la nueva Presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, de la FAPE , Magis Iglesias, “que recuperemos el prestigio y la dignidad de una de las profesiones más bonitas del mundo”. Los vientos, de momento, no soplan bien.

El estudio que hemos estado haciendo durante los últimos meses ha demostrado, una vez más, esto que decimos: el absoluto hermetismo en el que se mueve el sector, del cual somos cómplices todos los profesionales, que nos identificamos con las mismas empresas en causas nada entendibles, por mucho que se diga, o por mucho que se guarde silencio. Además, no somos capaces de hacer ver a nuestros responsables que, del estudio de la profesión y del gremio, todos nos podemos sentir beneficiados. Hay que saber lo que pasa para hacer demandas tangibles a quienes tienen algún tipo de responsabilidad. No podemos delegar en otros lo que, proporcionalmente, no hacemos caer sobre nuestros propios hombros.

Pese a todo, y apelando a la buena voluntad de los profesionales amigos y conocidos, hemos hecho un estudio muy interesante en el que hemos podido radiografiar una realidad por todos conocida, pero que ahora podemos demostrar con luz y taquígrafos, poniendo negro sobre blanco acerca de lo que está aconteciendo con y desde la base de un cuestionario, de una encuesta que han respondido varios cientos de profesionales de las categorías más relacionadas con la información o cercanas a ellas.

¿Y qué hemos visto? Muchas cosas. Las respuestas han sido muy interesantes. Apuntan, en primer lugar, el nivel de estrés con el que nos movemos, por la falta de interés de nuestros jefes, por la carencia de medios, de instrumentos y de recursos precisos, por la responsabilidad social que tenemos, por la presión interna y externa que sufrimos de cara a conseguir las informaciones y los productos periodísticos en cada vez menos tiempo, con menos calidad, en un mayor régimen de competencia y de la manera más económica posible, al tiempo que buscamos cuanta más audiencia mejor… Todo se concita para que nuestra profesión parezca, un día y otro también, más y más alocada.

 

Pésima coyuntura y nihilismo

Podemos enumerar, como elementos significativos de la pésima coyuntura del sector, los bajos salarios, las condiciones de trabajo de las pequeñas empresas sobre todo, donde prima la inventiva y la creatividad, pero donde apenas se invierte en metodologías y mejoras de las condiciones laborales, sin olvidar que los progresos y adelantos son para inmiscuir al profesional en muchas más tareas para las cuales le sigue faltando tiempo y, fundamentalmente, destreza, que no puede tenerla, ya que, a menudo, realiza quehaceres para los cuales no está ni preparado ni capacitado. El tiempo, siempre escaso, lo es más ahora, y a la empresa no parece importarle. Lo malo es que el profesional también ha caído en ese nihilismo, por lo que se desprende de los cuestionarios y encuestas que barajamos.

La temprana edad a la que se dejan los profesionales el oficio, los cambios de empresas constantes a los que se ven sometidos, las mudanzas de tareas y de rutinas de trabajo, por el interminable trasiego de sociedades periodísticas, los bajos salarios, que inquietan y mucho, la falta de tiempo para aprender y para mejorar, las presiones de los jefes y desde ámbitos cercanos externos… constituyen un frente de generación de desánimo, de frustración y de ansiedad que invitan a tomarse unos relajos formativos y en la calidad que no se pueden permitir estos profesionales, siempre prestos a elaborar los productos informativos, de entretenimiento y de ocio que tienen encomendados. Hay demasiada contradicción e incoherencia en lo que desarrollamos.

La luminosidad de las empresas no siempre está a lo que dice la ley. Lo constatamos. También hay falta de espacio. No siempre se saben manejar equipos costosos y relacionados con actividades mecánicas y eléctricas que pueden resultar peligrosos. Las prisas de cada día amenazan con problemas cardiovasculares en el medio o largo plazo. Las comidas que se hacen suelen rápidas y poco estructuradas, debido a horarios muy extensos. Además se trabajan muchos fines de semana, y eso supone que no se descansa lo debido. Hay, pues, falta de atención en el trabajo y en el entorno. Se producen situaciones de fatiga por estas situaciones. Éste es otro factor de riesgo, que se traduce en una ansiedad crónica y en derivaciones de ésta. Tampoco parece que, en muchas empresas, se respeten los descansos laborales como es debido. Las jornadas suelen ser extensas. ¿Quién se atreve a pedir que los profesionales se preparen más y mejor en lo académico y en lo intelectual?

El problema de las libranzas, de las vacaciones, o de los festivos es aún mucho mayor para las mujeres periodistas embarazadas o que han tenido un niño. No es fácil compatibilizar la vida laboral y familiar, y, cuando ocurre, cuando puede ser, es con la consiguiente merma en la percepción económica. Hay profesionales que no pueden rentabilizar los ascensos, pues cobran la mitad de sus salarios estipulados.

 

Faenas concentradas que redundan en la calidad

Los empleados de este sector suelen realizar tareas múltiples, sin que existan los debidos descansos a menudo, y haciendo faenas que antes hacían dos o más personas. Ese profesional todo-terreno que no tiene que rechazar, o que no puede rechazar, ninguna actividad que se le ofrezca acaba padeciendo algún tipo de síndrome que pronto habrá que estudiar como una enfermedad profesional más. La falta de información sobre este gremio retrasa las posibles soluciones.

No olvidemos que, cuando hacemos más menesteres de los debidos, corremos el peligro de equivocarnos con más facilidad, con la consiguiente posibilidad de accidentes y de la frustración que supone no hacer las cosas como es debido. Esto es tan subjetivo que no es sencillo poderlo detectar y demostrar. La mayoría de los profesionales se quejan de falta de tiempo para su trabajo, para sí mismos, para sus familias, para reciclarse… Esto es un error del sistema, del modelo de funcionamiento. Esta situación redunda en negativo para el trabajador y para la empresa periodística. La eficacia y la eficiencia dejan mucho que desear. No hay motivación, no hay entusiasmo, y, si me apuran, no hay felicidad, algo a lo que ningún trabajador debería renunciar.

¿Qué es lo que falta en las empresas periodísticas? Con carácter genérico, digamos que una mayor dosis de humanidad. Hay que poner un rostro humano a muchas faenas, a multitud de trabajos con carácter general, y también específicamente al de los informadores y profesionales de los medios.

Es cierto que habría que diferenciar entre la situación que se configura y que contemplamos en las empresas públicas y en las empresas privadas. En éstas últimas la coyuntura y las perspectivas son considerablemente peores, si bien cada vez se da más el caso de una permanente precariedad en las empresas públicas, que generan modelos mixtos que redundan negativamente en las condiciones de trabajo pactadas con sus profesionales. Queremos decir con ello que se entremezclan los peores grados y las peores condiciones y peculiaridades de lo público y de lo privado, con desconcierto en las cuentas y con apretados salarios en el caso de los empleados.

Seguro que podríamos decir mucho más en lo que concierne a las condiciones de trabajo y a los riesgos laborales de la profesión, pero, para terminar, queremos incidir en las enfermedades más difícilmente detectables. Los dolores de espalda de los cámaras que hacen periodismo de calle son fácilmente “visualizables”, pero no es sencillo poder explicar, sobre todo a quien no conoce esta profesión, las situaciones de estrés y de presiones que se viven cada día, que merman considerablemente la calidad de vida en el trabajo y que aceleran la desconfianza en el futuro y el agobio en la actividad cotidiana. Estas situaciones, al igual que otras descritas, hay que atajarlas de raíz. Son muy duras: incluso me atrevería a decir que más duras que las penalidades físicas.

Hemos comenzado un camino de análisis muy interesante, al que acompañamos con versiones y visiones descritas y dibujadas como un calco de la actividad laboral periodística que ocurre cada día. Ahora toca seguir sin rodeos, y sin dudas, por la misma senda. Iremos hallando respuestas que hemos de acompañar de medidas loables y tajantes. Si no nos movemos, todo seguirá igual, lo cual equivale a que estaremos ante más de lo mismo y ante una mayor dificultad para solventar las cosas más adelante. No dejemos para mañana lo que ya deberíamos haber hecho hoy.