La Guerra de la Independencia en la Literatura Española en el segundo centenario (1808-2008)

Una de las conflagraciones más importantes de la historia de España, la Guerra de la Independencia , no podía pasar sin repercusión en la literatura española y no sería difícil hacer una larga relación de obras literarias de creación, tanto en poesía como en teatro como en novela en las que la Guerra de la Independencia ha tenido una importancia crucial.

La poesía fue la primera que se encargó de llevar a sus textos aspectos de la Guerra de la Independencia , y fueron los poetas de la gran promoción del Neoclasicismo, en ese momento, primeros años del siglo XIX en todo su esplendor, los primeros que llevaron a sus versos las gestas heroicas de la Guerra de la Independencia. Es destacable, además a la inmediata reacción de estos poetas, ya que muy temprano ensalzarían el valor y la entrega de tantos españoles anónimos, unidos todos a luchar contra el enemigo común, los franceses y su Emperador, que había invadido con arteras intenciones el país.

Tal es el caso de Juan Bautista Arriza. Su poesía patriótica fue muy divulgada y se transmitió oralmente entre la resistencia española. Su obra Poesías patrióticas , publicada en Londres, en noviembre de 1810 y al menos con otras dos ediciones, la tercera en Madrid, año 1815, contiene numerosas composiciones dedicadas a las gestas de la contienda, entre las que destacan “Los defensores de la Patria ”, “A los recuerdos del Dos de Mayo”, “Himno de la victoria” y “Desenfado patriótico”. El héroe de todos sus poemas es, sin duda, su admirado Fernando VII.

Manuel José Quintana compuso la oda titulada “Al armamento de las provincias españolas contra los franceses” y Juan Nicasio Gallego compuso “Al dos de Mayo”. Sin embargo a quien corresponde el más famoso poema dedicado al 2 de mayo es al poeta de Jaén Bernardo López, nacido ya en 1838. Pasa, como poeta, inadvertido hasta que en 1866 publicó en El Eco del País , donde era redactor, su celebérrima oda patriótica “El dos de mayo”, que obtuvo tan formidable éxito, difusión y popularidad, hasta el punto de que desde entonces Bernardo López García fue conocido como “El cantor del Dos de Mayo”, con injusto olvido de toda su obra anterior y posterior, llegando a ser proverbial el recitado de su primera estrofa: “Oigo, patria, tu aflicción / y escucho el triste concierto /que forman, tocando a muerto, / la campana y el cañón… ” .

 

De Espronceda a Zorrilla

 

El periódico La Ilustración Española y Americana , núm. XVI, del 30 de abril de 1881, publicó un interesante artículo de Luis Vidart, con el título de “Los cantores del Dos de Mayo”, excelente recopilación de la mejor poesía que sobre este hecho heroico de la Guerra de la Independencia se escribió durante el siglo XIX. Destaca el autor del artículo que las poesías de autores como Gallego, Arriaza y Beña, que se publicaron respectivamente en los años 1808, 1810 y 1812, tienen la importante condición de ser contemporáneas a los hechos, porque posteriormente, y a lo largo del siglo, muchos fueron los autores que a este heroico hecho dedicaron composiciones, entre ellos: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Amparo López de Baño, Espronceda, Hartzenbusch, Zorrilla, Zea, López García, Navarro Villoslada, Villergas, De-Gabriel, Corrandi, Braulio Antón Ramírez, Tejado, Ribot y Fontseré, el Marqués de Torreorgaz, Romero Larrañaga, Albuerne, Villanueva, Guillén Buzarán, Arcadio Rodríguez García, Olave y el mismo Luis Vidart, autor del artículo.

Entre las poesías en que se canta la jornada del 2 de Mayo, merece especial mención la que escribió José de Espronceda, no tanto por su mérito como por las ideas que en ella aparecen; ideas que, apartando por completo a esta poesía de la inspiración patriótica que domina en todas las demás de su mismo género, la transforma en una verdadera sátira del gobierno, y aun del pueblo español, en la cual se condena al uno y al otro, no solo por lo sucedido en la época de la invasión de las huestes napoleónicas, sino también por lo que sucedía en el año de 1840, que es cuando Espronceda terminaba su composición. Cierra el artículo haciendo especial mención de Bernardo López García, cuyas décimas al Dos de Mayo “han alcanzado una popularidad tan grande como fundadamente merecida”.

 

Cantando a los guerrilleros

José Gella Iturriaga publicó, en 1996, un interesantísimo y completo “Cancionero de la Guerra de la Independencia ”, en el que reúne, como fenómeno literario y etnográfico sin precedentes en nuestra historia, una nutrida y numerosa colección de de jotas, seguidillas, jácaras, soleares, fandangos, polos, sevillanas, tiranas, sardanas, villancicos.., elaborados por la inspiración popular de los cantares de la Guerra de la Independencia , compuesta por una selección de doscientas canciones alusivas a la Patria oprimida, Fernando VII, Napoleón, José Bonaparte, el enemigo, los guerrilleros y las campañas. Todas las composiciones son coetáneas de la guerra, salvo unos pocos incluidos como colofón por haberse hecho populares posteriormente.

 

Teatro e Independencia

Mucha importancia tuvo la Guerra de la Independencia para el teatro que podríamos denominar inmediato, ya que en toda España se escribieron dramas sobre los hechos más significativos de la contienda. Por citar sólo unos ejemplos, nos referimos exclusivamente a los que se escribieron en la región de Murcia.

Mientras que en la última parte del siglo XIX abundan en Murcia y su región los escritores que cultivan el teatro, aunque no se dediquen a éste, en la primera mitad, al igual que sucede con el resto de los géneros literarios, no hay en la creación dramática autores de relieve. Dentro de esta escasez puede destacarse la obra del mercedario fray Juan José Aparicio, nacido en Mula en el último tercio del XVIII y Lector de Teología en el Convento de la Merced. Escribió El mejor triunfo de España , drama en dos actos y en verso, impreso probablemente en 1808, que refiere la victoria del general Castaños sobre Dupont en Bailén, ponderando la magnani­midad del español para con sus derrotados enemigos. El Rey de España en Bayona y Fernando VII, preso , su segunda par­te, son obras en un acto, quizá de 1808 (fecha que aparece con lápiz en los textos conservados en el Archivo Municipal de Murcia). En la primera se indicaba que había sido «escri­ta por un buen español en Murcia» y en la segunda se seña­la el nombre de Aparicio. El interés de estas piezas es pura­mente histórico y sus temas son frecuentes en esos años. José Guerrero escribió El triunfo de Talavera (Murcia, 1809) con semejante intención patriótica, como el cartagenero Juan Agustín Poveda su Dupont rendido en los campos de Bailén , del mismo asunto que El mejor triunfo de España de Aparicio. Poveda tradujo varias tragedias del neoclásico ita­liano Vincenzo Monti ( Galeotto Manfredi , Aristodemo , Caio Gracco ).

Nos podemos cerrar esta aproximación sin hacer alusión, sin embargo, a dos grandes novelistas del siglo XIX y a dos conjuntos de obras que son fundamentales para nuestra historia literaria, los Episodios nacionales de Galdós y las Historietas nacionales de Pedro Antonio de Alarcón.

 

Galdós y la historia

Desde 1873 hasta 1912, Galdós se propuso un difícil proyecto: contar la historia novelada de España desde 1807 hasta la Restauración , todo el siglo XIX. Su intención era analizar el protagonismo que habían tenido las fuerzas conservadoras, y el progreso en general del país. Esta etapa de sus novelas la componen cinco series de diez novelas cada una, exceptuando la última, en la que no pasan de seis. En total, cuarenta y seis novelas épicas que relatan la anécdota del protagonista individual. El autor se documentó con mucho rigor, y los comentarios están narrados con gran objetividad.

Las dos primeras series (1873-1879) cubren la Guerra de Independencia y el reinado de Fernando VII. En ellas el autor se manifiesta con cierto optimismo hacia una evolución lenta, pero segura hacia el progreso, de acuerdo con su carácter. La primera la forman: Trafalgar, La corte de Carlos IV, El 19 de mayo y el 2 de mayo, Bailén, Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Cádiz, Juan Martín “El Empecinado”, y La batalla de los Arapiles.

Se trata entonces de toda una crónica de la Guerra de la Independencia , vista casi toda ella desde la perspectiva de Gabriel Araceli, un muchacho de los barrios bajos de Cádiz. Tras participar en la batalla de Trafalgar , donde contempla con admiración el temple heroico de los combatientes, entra al servicio de una actriz madrileña y es testigo de los enredos de La corte de Carlos IV , donde Godoy despierta fervores e inquinas. La invasión de Napoleón y los fusilamientos, El 19 de marzo y el 2 de mayo de 1808, le marcan profundamente. Su siguiente experiencia será en Bailén , pero antes vemos cómo la figura de Napoleón va convirtiéndose en ídolo para unos o en demonio para otros. El emperador se persona por fin en Madrid, Napoleón en Chamartín , donde a la sazón se halla también Gabriel en busca de la muchacha de la que anda enamorado. Los famosos sitios de Zaragoza y Gerona constituyen los siguientes episodios, aunque para contar lo sucedido en Gerona, Araceli cede la palabra a Andresillo Marijuán. Las aventuras guerreras y amorosas de Gabriel continúan luego en su ciudad natal, Cádiz , punto álgido de la resistencia antinapoleónica y lugar totémico del liberalismo español. Las futuras polémicas entre tradicionalistas y liberales comienzan a esbozarse ya. Tras matar en duelo a un lord inglés por el honor de una dama, Araceli se une a la partida de Juan Martín el Empecinado , donde traba conocimiento con personajes singulares como el cura guerrillero Mosén Antón y donde tiene nuevas oportunidades de vérselas en solitario con los franceses. La guerra acaba decidiéndose por fin en La batalla de los Arapiles, y Gabriel pone término a su vida aventurera, casándose al cabo con la mujer de sus sueños y afanes.

 

Pedro Antonio de Alarcón y sus ‘historietas nacionales’

En la dedicatoria que hace Pedro Antonio de Alarcón de sus novelas cortas a don Juan Valera asegura que son escritos de juventud y que él fue el primero que escribió narraciones de este tipo, es decir tomadas de la tradición popular, históricas “al pie de la letra”, y que “las había oído referir a fidedignos testigos presenciales”. Bajo el título de Historietas nacionales agrupó Alarcón diecinueve narraciones, que podrían clasificarse, tal como hizo Luis González-Palencia, en tres tipos: relatos de guerra, inspirados por la de la Independencia o por las guerras carlistas, entre los que se hayan algunos de sus mejores títulos como “El carbonero alcalde”, “El afrancesado”, “El extranjero”, etc. Luego, hay otros dos grupos: relatos legendarios y relatos diversos.

Como señala González Palencia, “los más interesantes son los del primer grupo. La Guerra de la Independencia dejó, como era natural, un inagotable anecdotario en que aparecen mezclados sucesos verdaderos y falsos de toda tendencia. Tanto heroísmo, tanto dolor, tanto sacrificio, tantos hechos sangrientos no pudieron por menos de impresionar vivamente y de dejar entre nosotros hondísima huella. Cuando Alarcón era niño estaban aún muy próximos los acontecimientos. Recordemos que su abuelo paterno, regidor perpetuo de Guadix, vio confiscados sus bienes, fue preso en la cárcel de Granada y murió de resultas, todo por haberse opuesto a la entrada de los franceses en Guadix”.

Alarcón conoció a algunos supervivientes que tomaron parte activa en la Guerra de la Independencia y hasta sus oídos llegaron los relatos de las hazañas de sus paisanos en la lucha contra el invasor napoleónico. Y estos hechos llegan, quizá exagerados algunas veces y otras inexactos, son siempre verdaderos por el espíritu que los anima.

No olvidemos el fervoroso patriotismo de Alarcón, su brillante historial de soldado en Marruecos, su odio a los invasores y su amor a nuestras historias y a nuestras gestas. Todo ello lo simbolizará en sus héroes. Manuel Atienza, el carbonero alcalde, será el exponente del valor heroico de nuestros campesinos. Y García de Paredes, el afrancesado, que hará honor a su apellido ilustre y heroísmo, nos producirá escalofrío de emoción.

En El carbonero alcalde , cuenta el heroísmo de todo un pueblo, Lapeza, al mando de su alcalde, que se enfrenta a las tropas francesas con un viejo cañón que, al explotar, producirá numerosas bajas entre los invasores y los habitantes del pueblo. “Era el día 15 de abril del mencionado año de 1810. La villa de Lapeza ofrecía un espectáculo tan risible como admirable, tan grotesco como imponente, tan ridículo como aterrador. Hallábanse cortadas todas sus avenidas por una muralla de troncos de encina y de otros árboles gigantescos, que la población en masa bajaba del monte vecino, y con los que formaba pilas no muy fáciles de superar. Como la mayor parte de aquel vecindario se compone de carboneros, y el resto de leñadores y pastores, la operación indicada se llevaba a cabo con inteligencia y celeridad verdaderamente asombrosas. Aquel recio muro de madera formaba una especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y encima de esta torre habían colocado los lapezeños (¡asómbrense ustedes!) cierto formidable cañón, fabricado por ellos mismos, y de que ha quedado imperecedera memoria; el cual consistía en un colosal tronco de encina ahuecado al fuego, ceñido con recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no sé cuántas libras de pólvora y una infinidad de balas, piedras, pedazos de hierro viejo y otros proyectiles por el estilo…”

En El afrancesado se canta la gesta heroica de un noticiario gallego, que se hace pasar por afrancesado, para envenenar a los jefes y oficiales de la tropa francesa que había invadido su pueblo. Pedro Antonio de Alarcón describe la figura del héroe con singular dramatismo: En la pequeña villa de Padrón, sita en territorio gallego, y allá por el año de 1808, vendía sapos y culebras y agua llovediza, a fuer de legítimo boticario, un tal García de Paredes, misántropo solterón, descendiente acaso, y sin acaso, de aquel varón ilustre que matara un toro de una puñalada. Era una fría y triste noche de otoño. El cielo estaba encapotado por densas nubes, y la total carencia de alumbrado terrestre dejaba a las tinieblas campar por sus respetos en todas las calles y plazas de la población. A eso de las diez de aquella pavorosa noche, que las lúgubres circunstancias de la patria hacían mucho más siniestra, desembocó en la plaza que hoy se llamará

de la Constitución un silencioso grupo de sombras, aún más negras que la oscuridad de cielo y tierra, las cuales avanzaron hacia la botica de García de Paredes, cerrada completamente desde las Ánimas, o sea desde las ocho y media en punto”…

 

Pérez-Reverte revive los acontecimientos del Dos de Mayo

El día de cólera de los españoles

Coincidiendo con el segundo centenario del levantamiento popular del Dos de Mayo, nuestro paisano Arturo Pérez-Reverte acaba de publicar una nueva novela: ‘Un día de cólera’, en la que, con su estilo directo y ese dinamismo que caracteriza sus historias, aborda unos sucesos que han formado parte de nuestro imaginario durante los últimos dos siglos.

La Guerra de la Independencia Española es un tema muy querido por Pérez-Reverte, que ya lo había abordado en novelas como ‘El húsar’, ‘La sombra del águila’ y ‘Cabo Trafalgar’.

El autor, se refirió a su nuevo trabajo durante el congreso sobre Alatriste, celebrado en Murcia durante la semana del 19 al 23 de noviembre bajo la dirección del profesor José Belmonte Serrano, de la Universidad de Murcia.

Pérez-Reverte aborda los hechos con una técnica documental y un lenguaje llano –aunque con ‘un andamiaje muy complejo’, según sus palabras- y valiéndose con extremado rigor documental y minucioso.

Los protagonistas –todos reales- son el pueblo llano, el pescatero, el barbero, la tendera o el ama de casa que, presos de una irrefrenable furia, se levantaron contra quienes consideraban invasores, sin importarles que fueran mejor pertrechados y con un entrenamiento infinitamente superior. El resultado fue terrible. Y Pérez-Reverte se aplica a mostrárnoslo con su estilo franco, directo y sin alambiques, pleno de acción y enormemente visual.