La fiabilidad de la comunicación

El proceso de comunicación tiene una serie de recursos básicos sin los cuales no tiene efecto. Todos los conocemos: el emisor, el receptor, el mensaje, el contexto, el canal, el código, etc. Junto a ellos hay uno que es también crucial: la credibilidad, la fiabilidad, esto es, hace falta que se crean los interlocutores.

La sociedad actual tiene aquí que hacer una serie de consideraciones. Una de las labores que ha de emprender a marchas forzadas el colectivo de periodistas es la de recuperar la credibilidad perdida ante la sociedad en su conjunto. No se trata de disponer de más códigos, sino más bien de cumplirlos. Hay muchos riesgos, y conviene que sepamos afrontarlos. La ciudadanía confiesa en cualquier encuesta sobre el particular que los informadores no gozan de la salubridad que a todos nos gustaría. Ojalá fuera distinto, pero no lo es. Nos hemos ganado a pulso lo que piensan de la actividad que desarrollamos, por acción u omisión, por lo que hemos hecho nosotros, nosotros mismos, o por la complicidad que supone el silencio ante los desaguisados que comete una minoría como si fuera en nombre de todos, cuando no es así. El silencio, como se suele repetir, no ha sido rentable. Tanto silencio ha habido que somos unos desconocidos. Lo peor es que hay una minoría que hace un ruido atronador que hace mucho daño, y genera mucha pena, al sector en su totalidad.

Ante el dolor, la violencia, el espectáculo, ante la tentación de la truculencia y del amarillismo hemos de saber actuar con precisión y con rigor, sin aprovecharnos de la imagen ni del mal de nadie. Cuando lo hacemos, sólo miramos a corto plazo, y así no salen las cuentas. La fortuna tiene que ver con buenas interpretaciones, con consulta de fuentes, con las noticias no basadas en el negocio y en las prisas por llegar el primero. Todo no vale para estar en la lucha diaria por la audiencia. Pensamos que la recuperación de unos valores y de una ética es el trámite básico para retornar a los orígenes de la misma credibilidad. Sin ella no seremos nada.

Si no creen en nosotros, es imposible que hagamos bien nuestra función de informar, formar y entretener. La confianza es básica en los procesos de comunicación. Permite que no tengamos que ir superando el ruido de la falta de atención o de interés que despierta quien no tiene el suficiente crédito para que, en paralelo, al proceso comunicativo se pueda conseguir influencia a favor o en contra. Hay que tener presencia y prestancia, brillo en sentido amplio. Lo importante es que haya una respuesta ante lo sucede. Si no hay efecto, no hay causa, esto es, si no se tiene en cuenta el mensaje es que éste no llega, o bien no termina de entenderse o de aprehenderse.

Por eso es tan sustancial que imprimamos carácter y credibilidad a lo que hacemos. No tiene sentido que aceptemos con los brazos cruzados lo que acontece. La ciudadanía vive la confusión de formatos y de soportes a la que le condenamos en los últimos años. Nos lastimamos en exceso, y lo peor es que no rechazamos esa circunstancia para sobreponernos a ella. Responder ante estos hechos supone implicarnos en sus soluciones. Sin ellas, lo demás no es que sobre, sino que seguramente no tendrá la repercusión que nos complacería. Adelante.