La crisis a través de lo digital

Juan TOMÁS FRUTOS.

 

Las eras de la Humanidad están sujetas a giros, a veces copernicanos. Es la naturaleza de las cosas. Siempre se ha hablado de revoluciones, de mudanzas extremas, de cuestionamientos, de trashumancias en lo ideológico, en lo social, en lo económico, en lo cultural, etc. El devenir humano está sujeto a vaivenes, a subidas y bajadas, a diferentes picos de interés, de atención, de productividad, a distintos discursos en sentido genérico.

La palabra crisis viene del verbo “Krinei”, y significa puesta en cuestión. Señalan sobre este mismo término los griegos que la crisis es un peligro, y a él alude, claro, pero, al mismo tiempo, indica (y no hemos de desdeñar tal apunte) la posibilidad cierta de mejora (no solo se puede empeorar: hay, en todo caso, oportunidades en positivo). En este sentido se percibe que, si no existieran crisis, no habría cambios ni mejoras sustanciales en nuestras existencias.

Es verdad que lo deseable es que las mudanzas sean tranquilas, poco a poco, lentas, aunque no excesivamente, de modo que podamos llegar donde queramos con la certeza de la solidez, de la continuidad, de la permanencia. Lo ideal es que la cosas perduren, por lo menos un tiempo, que se nos dice en “Yo, Claudio”.

La crisis actual, por lo tanto, ha de servir para que las cosas transiten hacia otra parte, con una vocación y con una voluntad manifiesta de mejora, de crecimiento, de edificación de una realidad distinta, y no excesivamente distante. Debemos reconocer, y hay que recordarlo, los puntos de partida para lograr atar los que consideramos sustanciales en la llegada.

En este panorama que nos rodea, saturado, rico en entradas de información, y en una etapa que es más aldea global que nunca, las nuevas tecnologías han de jugar su mejor partida, añadidas o aliadas con la imaginación, con la creatividad. Por ende, hemos de tener valentía para romper roles determinados, para derivar hacia nuevas experiencias, para buscar con ilusión lo que es más útil para la sociedad. Hay mucha información colmatada, dispersa incluso, que hemos de complementar con los elementos más instrumentales, si ello es posible, que lo es.

La vocación con las estructuras digitales y virtuales ha de ser el aprendizaje, el desarrollo de experiencias y también un afán de poner en valor y de dar a conocer lo mejor de nosotros mismos y de las actividades e iniciativas que emprendemos. Las cosechas de otros, como los errores ajenos, y los propios igualmente, pueden señalar el camino de lo que ha de servir genéricamente, realmente, a toda la ciudadanía, y, específicamente, a todos y cada uno de los miembros de la sociedad.

Ser solidarios

Las crisis han de compartirse a través de la Red de Redes, diciendo lo que sucede, cómo afrontarlo, buscando medidas que funcionen aquí o allá, y procurando que los éxitos sean lo más compartidos que podamos. Solo así serán más sólidos. El paso del tiempo nos sirve de testigo de que esta dinámica funciona. Reclamemos luz y taquígrafos a través de la Red, por favor.

La verdad nos hace libres, y, si es puesta en común, mucho más, sobre todo porque de lo que se trata es de compartir muchas verdades, numerosas visiones, muchas voces en un mundo con variopintos compartimentos, que precisa de hilos conductores, de una auténtica comunicación, que ha de ser de ida y vuelta, y, por otro lado, donde todos, decimos todos, hemos de contar.

Las crisis en comunidad son menos, y, asimismo, más cortas. La idea de clan como elemento salvador ante los ciclos más o menos tempestuosos es un puro sustento, necesario completamente para llegar a la salvaguarda de lo mejor de la civilización, que ha de derivar hacia una etapa un poco más brillante, si cabe, y más sana en definitiva. Esa contemplación a pie de tierra, con reflejos historicistas, ayuda. Probemos. Los resultados, las consecuencias, serán, si somos honestos, asequibles para todos en general.