La comunicación configura nuestra forma de ser

Las iniciativas y diversas actividades de nuestra existencia han de ser emprendidas con mucho empuje y determinación. Así es, así debe ser. La tabla de salvación del ser humano tiene que ver con la voluntad de contar lo que sucede, cómo sucede, desde la óptica con la cual observamos (que ha de ser apuntada), y, al mismo tiempo, debe procurar dar una perspectiva de cómo solucionar los asuntos que se suceden día tras día. El empeño, en este campo de la búsqueda solvente, debe estar presente.

Las correcciones de los intereses, objetivos o posibilidades nos han de llegar de presencias contextualizadas en relación al universo de recursos, elementos, matizaciones e interpretaciones que nos circundan.

Lo que hace daño no es comunicar, no si comunicamos bien: lo que puede deteriorar cualquier situación es no contar lo que pasa. El silencio no es un buen consejero. Los mensajes, las visiones analíticas, los avances y retrocesos de las diversas actividades que protagonizamos, la misma vida…, todo en general debe ser envuelto con la máxima comunicación, con el fin de evitar errores o distorsiones.

Nos debemos influir desde la consideración máxima y el respeto a todo cuanto aparece alrededor. Hemos de poner los acentos en los hábitos con el propósito de que nos den seguridades y opciones ante una constelación de posibilidades. Comencemos con fuerza cada día, aunque el anterior no haya sido tan bueno como pensamos.

La determinación, en el inicio de cada jornada, ha de ser comunicar, convencer, dar, no distraernos. Las conversiones comunicativas nos han de procurar una salud mental, y hasta física, con resultados celebrados por las numerosas ideas y conocimientos que nos pueden venir como regalos. Las apariciones milagrosas deben ser apuntaladas con intereses generales basados en la comunicación.

Sí, la comunicación es un tesoro. Con él, con ella, podemos configurar una realidad de opciones. También es posible aprender de todo en todo tiempo. Somos capaces de contrastar los eventos, viendo sus circunstancias, sus condiciones, sus peculiaridades, etc. El proceso comunicativo es todo, lo es todo. Nos da libertad. Sin ella no vivimos la fortuna de tener intangibles como la bondad, la voluntad, el amor, los sentimientos, las sensaciones, las palabras amables… Si estamos contentos es porque trabajamos en este campo. Si no lo estamos, hemos de esforzarnos en esta dirección.

Todo se solventa desde el conocimiento, el análisis y la interpretación que nos vienen acompañando desde la gracia de la comunicación. Lo rentable es utilizarla. De lo contrario, perdemos el tiempo. Lo que nos da señales de identidad respecto de los demás tiene que ver con el esfuerzo, con el tono, con la simpatía, con las formas de comunicar. Es como una especie de carné de identidad añadido. La actitud nos conforma y nos permite ser por y para los demás, con los demás. Ánimo, pues, con ella. Tengamos en cuenta que la comunicación perfila una forma de ser que se nota desde el aspecto físico hasta las interioridades mentales.