La comunicación como elemento vitalista

Lo más sagrado que tiene el ser humano, aquello que le distingue, o eso nos parece, del resto de la Creación , tiene que ver, sobre todo, con el intelecto, con la habilidad para elucubrar lo abstracto. En este sentido, y porque creemos en la comunicación, y también en los aportes que produce para la salubridad del individuo el poder ejercerla, hacemos las siguientes consideraciones. Meditemos. A menudo nos damos cuenta de la relación existente entre una serie de disciplinas que, al menos en teoría, parecen dispares o discurrir por mundos en paralelo.

Hagamos una serie de reflexiones sobre los puntos de encuentro entre nuestra salud y las habilidades para relacionarnos y comunicarnos. El filósofo danés Kieerkegaard solía salir a dar un paseo, después de una intensa jornada de estudio, tras leer mucho y escribir otro tanto, y a ello lo denominaba “darse un baño de humanidad”. A su juicio, el contacto con sus conciudadanos y conciudadanas, con la sociedad, era básico para equilibrar su vida, para ver lo que ocurría verdaderamente, para contrastar sus teorías, para conversar sin pretensiones con los demás, lo que le aportaba un inefable corrector en su existencia. Todos necesitamos del resto de seres de la Creación. Recordemos que El Quijote se volvió un demente no de leer libros, como nos dice Miguel de Cervantes. Yo entiendo que enloqueció de estar tanto tiempo solo en casa (sí, leyendo, pero solo). “No es bueno que el ser humano esté solo”, nos dice El Evangelio. La teoría de la comunicación también añade que somos en relación a los demás. Así es. Esto es pura antropología.

Tenemos conocimientos abstractos por un largo período y un proceso de aprendizaje en el cual el resto de la sociedad tiene mucho que ver. De los otros aprendemos, y con los otros compartimos una entrega valiosa. Los latinos nos convencían de que el cuerpo estaba bien si lo estaba la mente, y viceversa (“Mens sana in corpore sano”). Hace falta un equilibrio, como señalaban los griegos. Todo es importante, pero consumido como una dieta calculada, moderada, con equidistancias de los excesos, que no suelen ser, normalmente, buenos.

Así que, sin el ánimo de dar consejos paternales o maternales, que incluso pueden interpretarse como soberbia o superioridad, sí que medicamos la comunicación como un vehículo maravilloso de experiencia, de conocimientos mutuos, que nos inviten a dar un sello de salida a lo malo, así como un permiso de entrada, con visado perfecto, a aquello que nos consolida y edifica como seres verdaderamente humanos. Los valores no nos vienen por ciencia infusa. Los conformamos con el diálogo con los demás, con las visiones del resto, con las opiniones y pareceres de quienes nos precedieron y ahondaron en muchas cuestiones a través de sus experiencias, de sus historias personales.

Aboguemos, pues, por la comunicación en sentido real, estricto incluso. No vale contarnos datos, cifras o informaciones variopintas. Precisamos tener un bagaje para interpretar, al igual que un anhelo de compartir con los otros, es decir, un afán de superación desde la entrega solidaria a la comunidad a la que pertenecemos. No ha de faltarnos tampoco la interactividad, la interacción, el “feed-back” en toda experiencia comunicativa. De lo contrario, no será tal. La comunicación en este sentido que aquí recogemos nos dará la suficiente panorámica y madurez para defender nuestra espiritualidad, nuestra paz interna, nuestro equilibrio interior, lo cual contribuye -y creo que nadie lo duda- a una salud en forma de sosiego, que es una fortuna en este mundo de prisas, de estrés, de competencias, de locuras varias, etc., que tienen tan ingratas consecuencias, por llamarlo de algún modo. ¡Comunicación y Salud! Por favor. La una y la otra parecen caminar de la mano, con y como auténticos vasos de interconexión que hacen que las dos dependan mutuamente y que ambas se aporten unas grandes dosis de vitalismo y de vitalidad desde la ilusión y los anhelos realizados que desde una orilla y otra se regalan. El sentir a los otros y el que los otros nos experimenten a nosotros hace que el comportamiento de los seres humanos mejore. Conviene que pongamos en práctica una salubre y adecuada comunicación interna, mental, externa, relacional, en los ámbitos públicos y privados, en las esferas familiares y profesionales, en todas partes. El éxito sin lucro, el íntimo, el del espíritu, está asegurado, que no es poco.