Israel dispondría de la bomba atómica

Sabido es que, con una amplia ase común, el lenguaje se halla compartimentado en jergas particulares de grupos, con su léxico y sus peculiares maneras de decir: jerga de abogados, carpinteros, de pasotas, de psicólogos y demás.

Entre ellas, según opinión muy difundida, se hallaría el idioma “académico”, caracterizado por opalandas y corsés. Piensan muchos que , en la madrileña calle de Felipe IV, son expresiones favoritas: “Me levanto con el rosicler de la aurora”; “Lo puso cual digan dueñas”; o “Lo puso cual digan dueñas”; o “Poseía la albura de jazmín”. Yo juro, sin embargo, que si alguien – imposible – dijera eso allí, produciría bascas. Jamás he oído, sentado ante la mesa oval, nada que no sea español normal y corriente; el cual no es idéntico al pedestre usado por quienes creen ser ágiles y modernos. (Tampoco, claro, se emplean los ajos y corderones que un alto tribunal, en reciente sentencia, ha definido como “interjecciones” (¡) inocuas. Algo de Gramática – se ha comprobado experimentalmente- no sienta mal a ningún juez) .

Pero, si es falso que exista una jerga académica, nada más real que la jerga contraria adoptada por la Administración como señal distintiva. Se trata de una lengua que atenta contra el común sentir idiomático que la Academia intenta representar y coordinar. No hace falta subirse a los escalones más altos – la redacción de leyes y decretos, por ejemplo- para sentir vértigo: el nivel municipal proporciona inolvidables emociones.

Un amable profesor de una gran ciudad, ahora castellano – leonesa, que siempre se ha ufanado de la buen calidad de su idioma, me envía fotocopia de una documento del mes de junio, remitido al director del establecimiento donde enseña por el Centro de Salud del Ayuntamiento. He aquí su transcripción literal:

“con motivo de la finalización del curso escolar, le enviamos unas encuestas de evaluazión del programa de salud buco – dental , esperando que sehan estas distribuidas entre los profesores de 1º y 2º curso de EGB, para su debida cumplimentación. Le ruego sirvase colocarlas en el sobre que le adjuntamos, el cual pasaremos a recogerle en el plazo de cuatro días; bién en direción o porteria de su centro. Agradeciendole su colavoración y la de los profesores que han colavorado en este programa”. Aquí, la firma que omito; y una nota adicional: “Tanto las encuestas como los sobres son totalmente anominos ”.

¿Broma del redactor, o testimonio siniestro de la cultura que se ha colocado reptando en las oficinas? Me pronuncio por lo último, convencido de lo dicho: estamos ante una jerga administrativa perfectamente diferenciada frente al sentido común.

En el polo opuesto, más cerca de los rosicleres, existe otra: la de – ¿quién lo diría? – ciertos cronistas deportivos de TV, más afines, parece, al preciosismo de las damas molierescas que al bronco rugir de las canchas. Aparte el remontado pretérico en – ra (“El equipo que el año pasado se clasificara en cuarta posición…”), emplean un lenguaje de libro, que confiere al gozo del gol o del enceste que uno ve, el hondo valor del decir perfecto. Y así, entregar el balón un equipo a su propio portero, se define como “acción de marcado carácter conservador”; una jugada inadvertida por el locutor, no puede juzgarse porque “o se ha mostrado próxima a nuestro ángulo de visión”; la tarjeta amarilla que el árbitro nuestra, “es la tercera en el cómputo global de uno y otro tiempo”; y el público aclama a un jugador, “cual si de un torero se tratase”. ¿no procederá que , desde este momento atribuyamos a estilo “deportivo” lo que otrora (¿se dice así en él?) se entendió como estilo académico?

A esta jerga de la información pertenecen con ya plenos derechos de vecindad nominar y nominación. Se vio qué explosión de júbilo se produjo en España el 17 de octubre, al ser designada Barcelona como sede de los próximos Juegos Olímpicos. Infinitamente más que si, por ejemplo, su Universidad hubiera aparecido en el primer lugar del “ranking” mundial. Y compárese. Pero esto me conduciría a otro artículo, y este es sobre jergas. Pues bien, todos pudimos oír el estallido de los audiovisuales: “¡Barcelona ha sido nominada… !”;“¡ Barcelona ha ganado la nominación… !” Fue asombrosa la coincidencia en el barbarismo, gargarizado por mil laringes unánimes. Todas de acuerdo para evitar los normales designar o elegir . ¡Barcelona nominada ! Y así parecía mayor el triunfo, más gigantesca la victoria sobre París.

Ocurre que nominar significa en español sólo la acción de poner nombre: lo que Adán hizo cuando Dios le mandó que designara las cosas recién creadas. Lo que realizan quienes inventan un nuevo ingenio. Para bautizarlo, o los magos del mercadeo para lanzar un producto. Sólo eso es nominar ; pero to nominate posee en inglés más significados. El primero que se nos encajó fue el de “proclamar candidato” (para un Oscar; a la Presidencia de los Estados Unidos, etc.); ahora, ese otro, con el sentido ya cubierto en español por designar , repito, o elegir y, a veces, nombrar .

Henos, pues, ante una insignia particular de la jerga informativa.

Y sólo a ella pertenece también, cada vez más arraigado, el que podemos llamar condicional de la presunción o del rumor, el que aparece, por ejemplo, en frases como “Israel dispondría de la bomba atómica”; o “El detenido habría sido torturado”. Lleva decenios este obstinado galicismo empujando la puerta del idioma, sin mayores consecuencias; pero, en las últimas semanas, ha podido verse en numerosas titulares de prensa. Y es puro francés X rencontratair X prochainement”.

¿Por qué ese avance repentino? Sólo puedo atribuirlo al afán urgente de los grupos por diferenciarse y jergalizarse. Esto, que parece normal cuando lo extravagante se emplea como señal de reconocimiento dentro de un grupo, produce asombro en quienes tienen como oficio el tráfico de informaciones con el objeto de difundirlas. ¿Qué sentido posee un lenguaje “ periodístico” apartado del llano, corriente y vadeable? ¿Qué se logra pintando de colorines el vidrio, cuyo mérito consiste en la transparencia?

Nada más estimable que la pulcritud de dar por verdadero lo cierto, y por inseguro lo que es nada más que conjetural. El lector agradece esa deferencia. Pero el idioma cuenta, para advertir que algo no está comprobado, con propios y acreditados recursos; “se dice…”; “Parece ser que …”; “Aseguran…”; “Es probable o posible que…”: ¡ tantas fórmulas que se entienden de los Pirineos a los Andes! Pero muchos de nuestros informadores prefieren, para hacerse llamativos, lo de especular y especulaciones (“se especula que esa empresa está en quiebra”; ni siquiera se observa el régimen especular con que) , relegando como arcaísmos conjeturar, presumir, sospechar o hacer cábalas); y ahora, el condicional del rumor, liberando por fin, al parecer, de las formalidades impuestas por la ley de extranjería.

(Releo ahora lo escrito, y me quedo con una aprensión: ¿parecerá que no participo del fervor patrio por la nominación de Barcelona para celebrar la Olimpiada? Quiero deshacer tal impresión, manifestando que ardo de impaciencia imaginando las proezas atléticas de 1992. Que ya he hecho bordar en mis pijamas los cinco aros olímpicos. Y que celebraré el aumento de los impuestos para que nuestra hospitalaria nación proporcione el trato que merecen a los héroes del músculo. Sólo me enturbia el contento una pregunta que me acucia insidiosa; de la Universidad española, ¿qué?).