“ IGUALDAD, ¿PARA QUIÉN? ”

Basta leer algunos fragmentos aislados de la Constitución Española para darse cuenta de sus necesarias pretensiones globalizadoras: “todos los españoles”( art.2 ), “toda persona” ( art 17 ), “los ciudadanos” ( art.23 ), “todos”( art.27 ), etc. Y si se posan los ojos en el famoso artículo 14 ( cuyo texto nos repite, tan marchacona como inútilmente, la televisión ), podremos leer lo siguiente: “Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.


No es obstáculo éste para que, en la práctica, casi ningún estamento respete esa actitud ecuánime y unificadora y establezca, por el contrario, una especie de código interno y privativo que se superpone incluso a los designios de la Carta Magna.

Resultaría enojosamente largo enumerar todas las vulneraciones que, en nombre de la “tradición”, se ejercen sobre nuestro sistema constitucional.

Para abreviar, y explicar mejor mi punto de vista, me centraré en una que resulta particularmente interesante: el tema de la mujer…

Se me podría objetar el uso ( y a veces, abuso )que se me hace del tema por parte de sectores radicales feministas, pero entiendo que el enfoque que adopto hoy puede señalar otro nuevo camino de reflexión.

En concreto, trato de desarrollar la tesis de que los tres grandes estamentos secularmente reconocidos ( aristocracia, Iglesia y Ejército ) se muestran impermeables a los imprevistos de la ley vigente… En el primero de ellos, el hombre sigue teniendo los mayores privilegios hereditarios, y la mujer se ve relegada a un segundo plano, aunque la asista una clara prioridad cronológica. No hace demasiados meses, una célebre aristócrata afirmaba en las pantallas de televisión que, a pesar de las taxativas regulaciones gubernamentales, la “tradición” no podía ser olvidada en poco tiempo ( desplante clarísimo a la Ley, en el que nadie parece haber reparado ); en el segmento de los estamentos, la Iglesia, la relegación de la mujer se edifica sobre una base clara: el sacerdote es “Padre”, y las religiosas son solamente, humildemente, “Hermanas” ( en una sola ocasión será la mujer “Madre” : cuando rige y gobierna … a otras mujeres ). No hay mujeres “obispesas” ( como graciosamente acuñó Lope de Rueda en su Paso “La tierra de Jauja” ), ni mujeres papsas; en el mundo militar, por último, la mujer sigue siendo un objeto olvidado. Ahora parece ser que se están abriendo las puertas a sus ingresos en los diferentes ejércitos, pero la maniobra es engañosa…¿Pretenden de verdad la incorporación, en igualdad de condiciones, de la mujer, o se trata únicamente de una operación cosmética? La primera mujer que llegue a pulsar los destinos de una Región Militar puede contestar en este mismo periódico.

Visto todo esto ( y completando con docenas y docenas de otros ejemplos que omito por motivos de extensión ) cabe preguntarse si es que la ley se sigue haciendo para los de siempre; si es que, traspasadas las puertas del palacio, la iglesia o el cuartel, todo se vuelve papel mojado, sectarismo o privilegio.

Igualdad, entonces, ¿para quién?