Frente al hermetismo, apertura comunicativa.

Abramos las ventanas de la vida, sí, en todos sus niveles, en cada estamento, procurando que el aire de entrada inunde todas las salas existenciales. Hagámoslo a través de la comunicación, que tiene, como gran ventaja, que nos permite descubrir mundos desconocidos, alejados en el tiempo y en la distancia. Sin ella, no podríamos llegar a conocerlos, a tocarlos como si estuvieran ahí mismo. Las cometas comunicativas nos conducen por cielos alumbrados por soles y lunas de conocimientos vastos, profundos, queridos, elocuentes y propicios ante el entendimiento que nos debe rodear para que funcionen las relaciones humanas. Sin la comunicación, no diré yo que no haya nada, pero sí que parece que no exista.

Por lo tanto, y gracias a la comunicación, tratemos de divertirnos con un entusiasmo acuático. No paremos. Los elementos más queridos  nos han de encender las llamas del corazón, sin las cuales no podemos caminar con la paz que hace duradero el aprendizaje. Busquemos. Las posturas de indagar, de intentar llegar a las docencias que nos liberen, serán, han de ser, las bases para ese regalo intelectual que consiste en saber más a través de las ideas compartidas. Es lo único que tiene un cierto sentido. La comunicación nos conduce a lugares concebidos para que seamos más felices, para que nos fortalezcamos mucho más nosotros mismos.

Debemos habituarnos a comunicar, porque ese proceso nos convierte en realidades, en partes de un todo con formas de destellos que hemos de procurar que no sean fugaces. La mente debe estar preparada ante la eventualidad de un descubrimiento, que puede llegar por azar o por un cierto sesgo milagroso. Lo importante es que estemos preparados para que nada pase desapercibido. Ése será el intento. La atención tiene que ver con la amplitud de parámetros. Oteemos todo lo que podamos. Seguro que nos convendrá lo que venga, fundamentalmente porque justificará la idea de grupo.

Contemos los espacios con un liderazgo que nos ha de insistir con reglas de esparcimiento hacia ese deseo, siempre compartido, de conocer desde la posibilidad de dar con algo nuevo. El cristal tiene incidencia en lo que proyecta. El compromiso es mirar con la intención de ver. No seamos pasivos, sino más bien activos. Las pretensiones han de ser el configurar el espacio que nos circunda con un aviso de preñarnos de sentimientos convencidos, y no de conveniencia.

Comunicar es una especie de volver a nacer. Nos regala todo género de elementos, conocidos, vistos, experimentados, y también todo aquello que hemos imaginado, que hemos estudiado, que otros han contemplado, que nos han trasladado, que aparece como un legado que no hemos protagonizado ni vivido, pero que, de algún modo, poseemos. La comunicación es el entendimiento de cosas por las que no hemos pasado y que, en algunas ocasiones, tampoco viviremos, pero tenemos su percepción. Es posible que no hayamos estado nunca en una selva, en una jungla, pero sabemos como es. Forma parte del imaginario individual y hasta colectivo. Así todo.

Por la importancia del conocimiento que nos llega mediante la comunicación hemos de ser capaces de optar por buenas fuentes, sí, en cuanto al origen de lo que nos cuentan, y también en lo que concierne a su intencionalidad, que hemos de perseguir como buena. Procuremos que el hermetismo no nos conquiste, ni tampoco el arrebato, ni los fines de otros cuando no sean óptimos para todos… No secundemos comunicaciones que no se acompañen del debido contraste de pareceres, de las versiones que a todos benefician, que nos engrandecen como personas. El saber elegir es básico, pero para ello hemos de tener experiencia comunicativa previa. Como se advierte, es una especie de círculo con resultados provechosos, si lo hacemos bien. Encaremos, pues, la comunicación como procedimiento liberador personal y comunitario, tengamos un corazón y una mente pendientes de descubrir lo novedoso, y lo demás irá viniendo por añadidura. Así sea. La apertura de puertas y ventanas en sentido figurado, y también real, nos ha de portar a un universo de enormes luces.

Juan TOMÁS FRUTOS.