Franz Kafka en la Universidad

Cuando en 1924 muere en su país de nacimiento el escritor y técnico de seguros Franz Kafka, deja el que pudiéramos llamar Testamento de Praga con una manda muy precisa: que se destruya su obra no editada. Es una idea muy Kafkiana, evidentemente, que encaja de manera perfecta con lo que fue su vida literaria y de imaginación, completamente disociada de su otra vida real – es un modo de adjetivar- de trabajador diario, lo que nos plantea el eterno problema de la situación vital e intelectual del creador, del demiurgo, simplemente del escritor artista que se sabe roto y, en ocasiones, debe elegir una de sus opciones irreductibles para resolver la dicotomía trágica.

La enfermedad, la tuberculosis y la lucidez mental en el umbral de la muerte le inducen al deseo de felicidad para el mundo: que sea destruida la obra inquietante.

Claro que siempre existen traidores a Roma, los únicos importantes par la continuidad del imperio. En este caso, es el amigo quien traiciona, porque lo quiere – la traición de altura siempre es una acto de amor incalculable- y desea que la importante obra no alimente las llamas del olvido. Max Brod recoge amorosamente los manuscritos y os da a la imprenta, iniciando así un camino de profundas e irreversibles consecuencias. Realiza una edición en el vacío, porque lo primero que hay que decir, para que las aguas Kafkianas vuelva a su cauce, es que la literatura de kafka surge de lo inexistente y se suspende como péndulo en el vacío. No existe ningún am9ibente literario que la hay condicionado propiciándola, no hay reconocible ninguna dialéctica cultural que la emparente y de la que se derive. Su literatura es una parábola de la pesadilla de nuestro tiempo, que germina y se desarrolla en círculos concéntricos de igual radio, a partir de un embrión geotrópico en profundidad, en modo alguno explayable, alejado de todos los heliotropismos al uso. Es el ensimismamiento de la tragedia humana individual y colectiva que vislumbrar Egar Allan Poe con el contradictorio, clarividente y alucinado never more del cuervo misterioso. Porque Kafka no es un novelista, ni siquiera un narrador de oficio tradicional. Nunca alcanza a constar una historia, sino que enraíza sus trazas literarias – de ahí su modernidad, su mensaje inquietante y su radical literaturidad- en a misma esencia de un sueño, con la 9imagen de un poderoso símbolo, y se dedica a dar vueltas sobre él. Sobre sí mismo, sobre nosotros mismo, sin avanzar jamás , profundizando los círculos con la huella cada vez más indeleble de la propia pisada, caminando hacia el interior desde el vértice y la encrucijada de lo onírico.

Es casi una cuestión corpuscular luminosa. Se limita a proyectar un pequeño conjunto lógico y racionalizado sobre un fondo absurdo, con resultado deslumbrante, por el pensamiento, la zoología hecha instinto en el hondón del hombre y la palabra reveladora que ilumina el inquietante claroscuro. Coloca frente al espejo lo que no es común: se trabaja para comer, se come para ir a trabajar, etc. Con la cadena infinita en su discurso, pero la misma en su entidad. Como los collages de Max Ernst , se toma lo cotidiano y se deja suspendido en el vacío: el resultado revela el bisel del absurdo. De ahí el movimiento perpetuo y la nada del camino y del avance. Gregorio Samsa cambia su configuración de persona por la de un descomunal insecto, pero permanece en su habitación, dentro de la familia, como si nada hubiese ocurrido.

Es el mundo demoledor del símbolo y de la realidad en lucha abierta. En general, la lucha del individuo con el vasto poder que lo anula, con la burocracia que lo aplasta. Y que alcanza, probablemente, su culminación en la tremenda máquina de torturar que aparece En la colonia Penal . Recordemos, a este respecto, los títulos famoso del escritor checo. La Metamorfosis, El castillo, El proceso , cuyo solo enunciado indica una precisión simbólica, la necesidad de lo traslaticio incluso para entender lo cercano y simple, lo cotidiano. No importa que se trate de los vericuetos físicos de un laberinto, de las alucinadas galerías de una oficina, de los pasillos secretos que conducen a una transfiguración zoológica. En el fondo de todo está la dificultad absurda de los simple. Y es que el otro lado del espejo de lo natural y cotidiano resulta terrorífico. Pero mucho más, al descubrir que ese través del espejo es la propia intimidad. Una intimidad incorporada a la mismidad precisamente en compañía del espejo inseparable. No es extraño, pues, que lo Kafkiano derive por naturaleza en la locura, porque lo alucinado es lo definitorio. Recordemos la figura ciertamente alucinada de Kafka en Carta al padre y en las Cartas a Milena , donde destacan los tres pilares fundacionales de su literatura: los grandes símbolos del absurdo, la existencia reducida a sí misma y el aire cruel y sin fondo que sin remedio se respira.

Cuando se lee doloridamente la novela en fragmentos América, la constatación no puede ser más clara. El protagonista nunca deja de ser un perpetuo emigrante en la tierra de promisión, se comporta siempre como un recién llegado, no alcanza en su singladura terrible a controlar los elementales trucos para integrarse. Y lo que es más conmovedor y preocupante: ni siquiera conoce la existencia de esos trucos o procedimientos que los demás emplean. Su cerrazón es total; su ensimismamiento, absoluto; su incomunicación, permanente.

Pues bien, este es el Kafka que, en los comienzos de este siglo nuestro, revela como nadie la patética situación del hombre moderno y su destino. En lo que a literatura se refiere, camina en troica con otros dos monstruos del absurdo y lo irracional, William Faulkner y James Joyce . Coinciden en iluminar los nuevos y destrozados signos de los tiempos, pero estos últimos cifran mejor su poder en la destrucción de lenguajes como traducción del espejo. Kafka se diferencia de ellos en la propia captación del absurdo, del mundo descoyuntado, del terror que produce la misma vida en su irreconciliable absurdidad. Si vale una pequeña imagen, cabría decir que Kafka es el médico que vive la enfermedad, mientras Joyce y Faulkner son los terapeutas, en todo caso, los tres han pasado a ser el origen del río literario que discurre a lo largo del río literario que discurre a lo largo y ancho de nuestro siglo.

Leerlos en la Universidad, pues, y estudiarlos en la medida de lo posible, resulta de obligado cumplimiento, salvo incapacidad manifiesta para entender el mundo en que vivimos, y no sólo el literario. Me interesa hoy el caso de Kafka , por dos razones entre otras muchas que olvido por el momento. De una parte, porque cada vez se lee menos y peor al autor de La metamorfosis , dentro de los tópicos deformadores más ramplones y al uso; de otra parte, porque hace unos meses se leyó en la Facultad de Letra una excelente Tesis Doctoral, que tuve el honor de dirigir, escrita por el narrador y catedrático Salvador García Jiménez sobre Kafka y la narrativa española contemporánea. El resultado final ha sido un magnífico libro que , fuera de toda consideración coyuntural, constituye una notabilísima aportación a los estudios de crítica literaria, que viene a llenar un inexplicable, pero cierto, vacío en el ancho campo de la investigación española sobre el tema.

En efecto, el profesor García Jiménez ha llevado a cabo un minucioso rastreo de fuentes, antecedentes, influencias de todo tipo, para establecer las conexiones de la literatura española con la figura de Franz Kafka, enraizándola, incluso, en nuestra Edad de Oro, con la cita obligada y extraordinaria de Cervantes . Una vez centrada la situación, ha ido revisando uno por uno los múltiples y previsibles casos narrativos de nuestra literatura contemporánea, para establecer que no sólo no es escasa la huella de Kafka en ella, sino muy abundante y discriminada, dando al traste con una de las más admitidas ideas, cual es la de entender que nuestros narradores apenas han recibido la impronta Kafkiana en la concepción y desarrollo de sus relatos, bien cortos, bien extensos. Y este sería otro de los muchos méritos del trabajo de García Jiménez, el no haber reducido, ni siquiera seleccionado, el campo de sus observaciones analíticas. En su investigación sobre la novela extensa, la novela corta y el cuento, es decir, toda la producción narrativa sin exclusiones.

Pertrechado de sólidos conocimientos críticos y haciendo gala de innumerables lecturas –como, por otra parte, el tema exigía, salvo riesgo de quedar en las declaraciones de principio y las visiones generales que a nada conducen- ha trabajado con la precisión del entomólogo y la sabiduría del experto, para obtener al final unos sazonados frutos, de manera que la lectura de su libro siempre será orientadora para cualquier lector que desee saber por dónde han discurrido los caminos de nuestra narrativa en lo que va de siglo.

Hay que añadir, además, la excelente estructuración del trabajo, así como la impecable organización de métodos, donde se armonizan bien las exigencias científicas precisas y las sugestiones sensibles y de imaginación, tan necesarias para evitar la aridez de este tipo de trabajos, todo lo cual redunda en algo que, no por ser inherente a la naturaleza de escritor que García Jiménez posee, resulta menos de agradecer. El libro está escrito con gran dominio y con elegancia manifiesta, realidad que me parece digna de destacar por su escasez en el campo que nos ocupa.

Así, pues, Franz Kafka en la Universidad, como era conveniente y deseable. Y aún en la Universidad de Murcia, con una notable Tesis Doctoral y un fecundo libro importante. Los estudiantes pueden estar de enhorabuena, porque la guía del profesor García Jiménez les será particularmente útil en su lectura e indagación del genio de Kafka. Cuantos nos dedicamos a este tipo de tareas, podemos felicitarnos igualmente por la aparición de un libro cabal y necesario. Aunque sólo sea par que no tengan vigencia, dentro de nuestro ámbito, la premonitorias y terribles palabras del escritor checo: “Los rincones oscuros, las ventanas ciegas, los patios sucios, los alojamientos siniestros continúan viviendo en nosotros” . Libros como el que ahora recomiendo, arrojan rayos de luz sobre tanta tiniebla.