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Entrevista con Juan Torres Fontes, Medalla de Oro de la Región:“Lo que más me gusta es que mis alumnos tengan personalidad propia”

Su figura es para la universidad de Murcia más histórica incluso que la mismísima efigie del rey Alfonso X. Y no se trata de ninguna figura retórica: cuando el profesor Juan Torres Fontes llegó a la Universidad de Murcia en 1942 –convertido en un jovencísimo profesor ayudante- la imagen del monarca sabio aun no se había incorporado a nuestro escudo universitario. Es más, él fue quien auspició, convencido de la importancia de este rey en la cultura de la región de Murcia, que la efigie del monarca sabio pasara a presidir la insignia de la Universidad.

El profesor Torres Fontes es historia viva de nuestra Universidad. Probablemente se trata de la única persona en activo que puede presumir de haber asistido a la celebración del 25 aniversario de la fundación de la Universidad de Murcia, y haber visto, igualmente, los actos conmemorativos del 50, 75 y 85 aniversario de nuestro centro. Sus primeros –espléndidos- 85 años le han sorprendido, como siempre, al pie del cañón, esperando, también como siempre, que una nueva obra suya -una historia medieval de Mula en esta ocasión- vea la luz.

Cuando llegó a la Universidad de Murcia hace 62 años, tras haber cursado estudios libres en la de Valencia, se encontró con una universidad pequeña, casi familiar y con escasos medios. Tanto es así que él mismo debía viajar a Madrid varias veces por año para traerse –debajo del brazo como quien dice- libros sobre su especialidad.

Había descubierto que lo suyo era la historia y, más concretamente, la historia medieval, un período que le apasionaba, pero que era en aquel momento casi un páramo en nuestra región, a pesar de las múltiples posibilidades que brindaban unos bien pertrechados archivos.
Durante décadas, Torres Fontes se sumergió, con dedicación y entusiasmo, entre el auténtico marasmo en el que se encontraban los documentos en aquellos tiempos. El resultado fue sacar a la luz un buen número de trabajos –cuatrocientos artículos y cuarenta libros- en los que nuestro desconocido pasado tomó cuerpo para que fuéramos conociendo todos un poco mejor quiénes fueron aquellos tatarabuelos que construyeron nuestras raíces y que, de alguna manera, conformaron la idiosincrasia de los murcianos.
Y no sólo eso, como los auténticos maestros, ha dejado el panorama bien sembrado de discípulos, en quien ha intentado inocular la pasión por nuestra historia –“lo más satisfactorio para un profesor es que los alumnos vuelen solos, que tengan sus propios criterios”-. Aunque parezca un retruécano, el futuro de nuestro pasado está, pues, asegurado.
En reconocimiento a esa labor tan extensa, pero también tan intensa, -por más que un humilde Torres Fontes se empeñe en hablar tan sólo del largo lapso de tiempo que lleva en activo y no de la calidad de sus investigaciones- le fue otorgada la Medalla de Oro de la Región el pasado día 9 de junio, coincidiendo con la celebración del vigésimo segundo aniversario del Estatuto de Autonomía de la Región de Murcia.

–Pregunta: Aunque su labor ha sido reconocida en multitud de ocasiones durante los últimos años, ¿posee un especial significado esta medalla de oro de la Región?
-Respuesta: En principio ha constituido una absoluta sorpresa, pues no me lo esperaba. Por otro lado, francamente, me he sentido halagado. Resulta una enorme satisfacción que al cabo de más de sesenta años de labor reconozcan tu trabajo. No soy quién para decir si he trabajado bien o mal, lo que sí puedo asegurar es que he trabajado mucho.

Los comienzos en la Universidad

-P: Usted es, con bastante probabilidad, la persona en activo con más tiempo dedicado a la Universidad de Murcia.
-R: Sin duda. Yo sigo en activo gracias a la facilidad que se nos proporciona a los profesores de poder disponer de despacho y de poder seguir trabajando, haciendo casi la labor normal, una vez que nos jubilamos, cumplidos ya los 70 años. He seguido dando clases en cursos de doctorado hasta hace dos años, aunque ahora me dedico únicamente a la dirección de tesis doctorales y a responder a consultas que me realizan constantemente, sobre todo desde fuera de Murcia, para la elaboración sobre tesis, bibliografías, etc.
Sigo trabajando, aunque, claro, no con la intensidad con que lo hacía anteriormente. Ahora he circunscrito mi labor, que ha pasado de historia de carácter nacional a la regional, aportando datos sobre distintas villas de toda la región, aunque hay que tener en cuenta que algunas fueron fundadas en fechas muy posteriores a la Edad Media y, por tanto quedan fuera de mi ámbito de estudio.

-P: ¿Usted estudió en la Universidad de Murcia?
-R: No. No había facultad de Letras en aquellos tiempos. Yo estudié como libre en Valencia, en la sección de Letras. Eso quiere decir que no tuve compañeros. Me tuve que ir haciendo yo solo. A pesar de ello, cuando hice la tesis doctoral en Madrid, ya comencé a tener la idea de enseñar. En este terreno puedo decir que he tenido la suerte de contar con el agradecimiento de mis alumnos, lo cual es muy gratificante. He dedicado a mis alumnos mucho tiempo y esfuerzo, y lo he hecho con mucho gusto. El conocer a fondo el archivo municipal me permitió indicarles posibles temas para sus tesis de licenciatura. Les proporcioné ideas y documentos sobre unos temas que, naturalmente, no he vuelto a tocar, pero que ha permitido completar diversos aspectos de nuestra historia.

-P: Más de sesenta años de dedicación a la universidad ¿Qué recuerda de aquella primitiva universidad?
-R: Eran unos tiempos difíciles. Durante mis primeros cuatro o cinco años fui profesor ayudante, dando clases prácticas gratuitas. Daba asignaturas como latín medieval, historia de la filosofía…, hasta que pude entrar en Geografía e Historia. Después se impartió la clase de paleografía, algo que las muchas horas que había pasado en el archivo me permitió hacer. Posteriormente ya impartí historia medieval.

-P: Estamos hablando de comienzos de los años 40…
-R: Si no me equivoco el oficio es del año 42, y está firmado por don Jesús Merida. Era una universidad muy reducida. Aquí había una sección de Filosofía y Letras. Después se creó la de Historia, y entonces la afluencia aumentó mucho. Las clases se impartían en principio en la planta baja del edificio de Derecho y, posteriormente en el primer piso. Después pasó al actual aulario. Por aquel entonces es posible que yo tuviera ya más de cincuenta alumnos.

-P: El universitario tipo sería bien diferente del actual.
-R: Eran otros tiempos. Existía un gran respeto hacia el profesor, distaba mucho de la camaradería de ahora, que a veces traspasa demasiado las formas, en mi opinión. En general, los alumnos de entonces, estudiaban bastante.
Quizás se era demasiado rígido en los exámenes. Recuerdo una anécdota con don José Loustau como rector, que era un hombre muy bueno, que me dijo que estaba puntuando con excesiva benevolencia a mis alumnos.

-P: En que ha cambiado fundamentalmente la Universidad de Murcia actual con respecto a la de aquellos tiempos?
-R: Ahora hay mucho más profesorado. Eso permite una mayor especialización. El alumno va orientándose en otras direcciones.
Entonces teníamos muy poca bibliografía. Yo tenía que hacer todos los cursos un par de incursiones a Madrid para traerme libros o para consultar bibliografía que no se podía adquirir aquí. En este aspecto, lo que tienen los estudiantes ahora es un paraíso comparado con lo que había entonces. En los archivos había que ver el documento directamente y con un lápiz ir traduciéndolo. Después ya llegó la fotocopia y facilitó mucho la labor.
En aquellos tiempos era muy difícil publicar. Sólo existía unos anales para toda la universidad. Después ya se editaron en las distintas facultades. Ante ese panorama, Sánchez Albornoz me publicó trabajos sobre historia de España en Buenos Aires, me abrieron las puertas de la revista Hispania del Consejo Superior de Investigaciones Científicas…
Siempre he creído que el documento escrito posee más valor que la palabra. En mi vida he publicado treinta o cuarenta libros y muchos artículos. Y no he terminado, ahora mismo tengo en imprenta una historia de Fortuna. Lo cierto es que, aunque se ha publicado mucho, en historia medieval aun quedan muchas cosas por hacer. Y también muchos de mis alumnos han abierto nuevas vías de investigación. Eso es lo que más me gusta, que mi alumnos tengan personalidad propia.

La Edad Media, territorio de nadie

-P: ¿Qué fue lo que le motivó a estudiar ese período de la historia tan escasamente conocido entonces como la Edad Media?
-R: A mí siempre me ha gustado la historia. Al no poder estudiar en Murcia, me marché a Valencia. La Edad Media en Murcia no se conocía. Aquí contábamos con los estudios de Cascales, que eran del siglo XVII; los trabajos parciales de Díaz Cassou o Frutos Baeza, y nada más.
Los archivos no se habían consultado nunca. Aquí sí que estuvo María Moliner, que fue la mujer de un catedrático ciencias de la Universidad de Murcia. Ella daba clases particulares y tenía buenos conocimientos de historia y sí estuvo yendo al archivo y trabajando sobre el infante Juan Manuel. También Antonio Ballester, que era muy trabajador. Estas son las dos únicas personas que me consta que habían trabajado en el archivo anteriormente a mí, pero había una riqueza cuantiosa sin explotar en el archivo municipal. Y aun hoy la sigue habiendo. Hay trabajo para todos.
La edad media en mis tiempos era un período muy poco conocido, con algunos artículos sueltos a base de teorías y deducciones, o fantasías milagreras que existían entonces. Murcia era un amplio desierto donde se podía trabajar a nuestras anchas. Y en ello estoy todavía.

-P: ¿Qué es lo que tiene la región de Murcia con respecto a la historia medieval que no tengan otras regiones?.
-R: Sobre todo, lo que tiene es su situación geográfica. En aquel período Murcia era un terreno casi totalmente aislada: con una frontera de Granada siempre amenazante, siempre peligrosa. Una frontera marítima en el Mediterráneo tan peligrosa como la de Granada. Hasta el extremo de que los pescadores que faenaban en el Mar Menor eran hechos cautivos continuamente. Ante estos hechos, se sustituyeron por pescadores moros. A estos no se los llevaban, pero sí que se llevaban las redes y todas las artes. Hasta las acémilas –mulas- de los acemileros que traían el pescado a Murcia eran secuestradas.
También éramos frontera con Aragón: amigos, pero vecinos, es decir, con los que teníamos más de un roce.
El ciclo se cierra con el señorío de Juan Manuel, que más tarde sería marquesado de Villena.
Aquí no vino más que Alfonso X el Sabio, que permaneció un total de año y medio en varias estancias.
Murcia, en la Edad Media fue una frontera peligrosa y hostil. A mediados del siglo XV, todavía se aconsejaba a los huertanos que saliesen a la huerta con las armas en la mano porque corrían peligro por los moros.
La población era escasa. En la ciudad de Murcia se concentraba la mitad de la población del reino, unos 7500 u 8000 habitantes. Lo demás se repartía entre distintas órdenes militares y señoríos. Tras la toma de Murcia se permitió la emigración musulmana hacia Granada y fueron muchos los que se marcharon. También a Valencia, donde se creó una cerámica muy buena, que procedía de Murcia.
Con una población tan escasa, una gran parte del territorio murciano quedaba en manos de los adelantados que imponían su mando en estos terrenos.

Grandes figuras de la Edad Media

-P: ¿Existen grandes figuras regionales de la Edad Media que sería preciso estudiar mejor?
-R: En el aspecto bélico, Alonso Fajardo, alcaide de Lorca, un hombre que pudo tener de todo, y todo se lo jugaba a favor de los infantes. Rompía todas las disciplinas y todo el orden. Lo cierto es que lo perdió todo y tuvo que marcharse a Aragón. Pero es que su hijo asombró al mismísimo Fernando el Católico. En una carta, Fernando el Católico describe sus escaramuzas con los moros, cómo luchaba contra ellos y recuperaba territorios. Describe todas las acciones de este hombre, que recibió del rey un cuantioso beneficio, pero desapareció después prácticamente y apenas sabemos de él.

-P: ¿Y en el terreno de la cultura?
-R: En el aspecto más culto quizás destacaría figuras como el infante Don Juan Manuel o Rodríguez de Almela, que publicó la segunda y tercera obras que se imprimieron en Murcia. Pero no hubo muchos.
P: Pero la gran figura medieval y conocida por todos fue Alfonso X.
-R: Sí. El manifestó, y esto es algo que no se le ha agradecido lo suficiente nunca, que quería que su corazón fuese enterrado en Murcia. Y esto lo dice en su testamento.
Ahora se habla mucho de las tres culturas y Murcia, pero la convivencia de las tres culturas en la baja Edad Media no existe en Murcia. Los judíos destacaban en cuanto al aspecto económico y también como médicos y cirujanos. En Murcia había una cultura islámica en el siglo XII, quizás la más importante de todo Al-Andalus, pero en el siglo XIII, con la conquista de Murcia para la corona de Castilla, se produce una gran emigración musulmana. Si a esto unimos la amenaza granadina continua, veremos que la situación era difícil. Los musulmanes de élite habían emigrado, pues las perspectivas que tenían en Murcia eran las de una vida mísera y sin perspectivas.
Alfonso X crea en Murcia el monasterio de Santa María la Mayor, pero también dio fueros y privilegios a todas las poblaciones del reino. Se cuentan hasta seis visitas suyas. En el año y medio que estuvo, más de un mes lo pasó en Monteagudo. Fue uno de los reyes más sabios de su época. En Murcia trabaja el maestro Jacobo de las Leyes, también llamado de la Junta. Y también es aquí donde termina de escribir su libro sobre las Partidas.

-P: Usted tuvo bastante que ver en el hecho de incluir la efigie del monarca en el escudo de la Universidad de Murcia.
-R: Se produjo en mis tiempos de vicerrector de Investigación. Tras estudiar todos los documentos de Alfonso X el sabio referentes a Murcia, creí que era necesario cambiar el escudo. Hice la propuesta y fue aceptada, y fue el profesor Pedro Lillo y el pintor Muñoz Barberán quienes lo plasmaron. Lo único que me quedó en duda era la inclusión de la fecha que lleva: 1272, que fue el año de establecimiento de los dominicos en Murcia, porque también podría haber llevado la fecha de 1266, año en el que se estableció en Monteagudo.

La vida entre legajos y pergaminos

-P: Su obra como investigador es enorme. Como investigador más veterano de nuestra universidad, qué le recomendaría a un nuevo estudiante que pretendiera dedicarse a la investigación?
-R: Hoy día predomina mucho la historia económica. Antes tratábamos más la historia política, la guerra, los señoríos, las órdenes militares… Pero antes de especializarse, yo les recomendaría que tuvieran un dominio de la historia general, que tuviesen una base cultural amplia en materias muy distintas.

-P: ¿Y qué características debería reunir a su juicio un investigador?
-R: Creo que más que formarse, un investigador debe nacer. Debe resultarle atractivo el tema.

-P: ¿Qué tienen los archivos que tanto le atraen a usted como para pasar media vida entre legajos?
-R: Ahora ya están limpios, y se puede entrar en ellos… Era duro trabajar en él. En invierno hacía un frío de mil demonios, y en verano nos asábamos. Las mesas eran simples tableros de pino sin cepillar, los legajos estaban por todas partes, para acceder a las estanterías más altas había que hacerlo con una escalera que se bamboleaba y que daba miedo. Las condiciones no eran las mejores, desde luego. Se necesitaba vocación y ganas de trabajar.
Recuerdo a don Nicolás Ortega, que con 70 e incluso con 80 años se conocía el archivo municipal de memoria, y lo defendió durante la guerra cuando querían convertir sus fondos en papel.

-P: Era algo casi heroico investigar en aquellas condiciones, pero yo le recuerdo a usted trabajando continuamente en el archivo.
-R: Lo que ocurre es que el afán que tenía de investigación hacía que superara las dificultades.

-P: Usted también conocería el archivo municipal de memoria, como dice que le sucedía al periodista y escritor Nicolás Ortega.
-R: Él tenía un conocimiento general. A mí me ocurría al contrario. Lo que hice fue realizar fichas de cada documento, inventariar todo y ponerlo a disposición del público. La mejor biblioteca de temas murcianos está en ese archivo. Eso tiene un atractivo grande, pues en ella podemos encontrar libros de lo más inesperado, desconocidos para mucha gente.
También es de destacar la colección de periódicos del siglo XIX, que yo creo que constituye lo mejor del archivo.