campilloentrev2

Entrevista a Antonio Campillo, nuevo Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia

 

‘Quiero que la gente toque mis esculturas, que las disfruten, que las vivan’

 El escultor murciano fue investido Doctor Honoris Causa el día 16 de diciembre de 2008, sumándose a otros dos artistas plásticos de la region que le han precedido en esta distinción: Ramón Gaya y Pedro Cano.

Pascual Vera

En su carné de identidad se puede ver que tiene 83 años. Pero debe haber truco. Mientras este cronista prepara mentalmente la conversación que se va a producir e intenta poner en orden sus ideas, Antonio Campillo se acerca a una impresionante matrona en madera que reposa en una gigantesca mecedora en el patio de su casa de la huerta, y se encarama al torno que la soporta para señalarme los golpes de gubia con los que ha ido perfilando su fisonomía. Son trazos firmes con los que ha ido dotando de personalidad y coherencia a un material que en principio era, simplemente, un informe trozo de madera. Ahora ha cobrado vida con el rostro de una mujer que reposa plácidamente en su asiento mientras parece contemplar todo a su alrededor. Las señales en la madera hacen imaginar una dura pero amorosa batalla entre el creador y su obra, saldada con el nacimiento de esta portentosa Venus murciana. Tan murciana como el resto de figuras con que hace tiempo nos obsequia Campillo en esas esculturas rotundas, cercanas, tan verosímiles y próximas como la vecina de arriba, tan exuberantes como una reencarnación rubensiana y huertana en tres dimensiones.


Los golpes se divisan desnudos en los brazos y el torso, debieron ser golpes rotundos, arteros. El cronista no puede evitar la tentación y la curiosidad de observar de cerca las manos causantes de semejante batalla creadora, capaz de transmutar la madera en pura carnalidad. Son manos fuertes y nervudas. Impropias de un octogenario. Curtidas a golpe de gubia y de maza. Manos liberadoras de un material constantemente empeñado en negarse a que nadie irrumpa en su esencia, pero que, invariablemente, termina claudicando ante el artista, permitiéndole que haga aflorar la carnalidad que ocultan madera, piedra o bronce.

Un nacimiento de Campillo para la Universidad

Viéndole manejar la enorme imagen y casi trepar por sus ciclópeas piernas, al cronista se le antoja que se encuentra ante un mozalbete lleno de vitalidad: ‘Maestro, parece que tiene otra vez 40 años’. Pero el maestro no parece escuchar el cumplido: se queja de no poder atender las dos esculturas en las que se encuentra trabajando al mismo tiempo ‘Ahora estoy embebido en esta escultura, y aquélla la tengo desatendida’. El motivo de su desatención no es otro que un magnífico nacimiento, en madera primorosamente policromada, con la que el maestro ha reproducido otra obra suya de medio siglo antes y que puede contemplarse en el museo de Artes Decorativas de Madrid. ‘A mi me gustaban mucho los temas navideños –confiesa-, aunque ahora, mis temas son muy diferentes’.
El nacimiento será motivo de la tarjeta de felicitación navideña de la Universidad de Murcia para este año, coincidiendo precisamente con la fecha en la que será investido Doctor Honoris Causa por este centro.
El año de origen, no obstante, ha de averiguarlo quien suscribe por otras fuentes, pues Campillo no es el mejor historiador de sí mismo ‘Yo no tengo ni idea de fechas. A veces ni siquiera sabría decir cuando nací. Yo solo hago esculturas’.
Lo segundo es fácil corroborarlo. Los murcianos han visto obras suyas en numerosas calles y plazas: el busto de Rubén Darío en el Jardín Chino, el monumento al nazareno en la Glorieta de España, la escultura ‘Después de la Danza” en el Auditorio… En Ceutí, podemos ver a sus mujeres caminando o montando en bicicleta, y también en los jardines del Huerto Ruano de Lorca. Pero son muchas más las plazas, iglesias y edificios oficiales –en Ceutí cuenta incluso con un museo- que pueden presumir de poseer obras suyas.

Expresarse con cualquier material

En los momentos en que hacemos esta entrevista se encuentra dando los últimos toques a una exposición de obra de gran tamaño que se inaugurará el mes de enero en Murcia. Mientras hablamos, tenemos ocasión de contemplar obras suyas diseminadas por su casa enclavada en plena huerta: caballos con un naturalismo que hipnotiza, opulentas mujeres sentadas, desnudas, de formas rotundas, pero con unas piernas gráciles y delicadas que acaban a menudo en coquetos zapatos de tacón, cabezas de niño, de Cristo o de mujer, torsos, figuras humanas… Bocetos de inquietante mirada se alternan con piezas elegantemente acabadas, realizadas en bronce, en madera, en escayola, en barro, en cera… ‘No importa el material -nos dice- tan solo las ansias de expresar algo con él’. Campillo sabe extraer la melodía que encierran materias aparentemente mudas. Y es que, como asegura, el artista ‘Cualquier materia se puede modelar’. ‘Pero no todas ofrecen los mismos resultados: Cada textura es diferente’, aclara. ‘Personalmente, no me gustan los materiales demasiado blandos, prefiero los duros, los que se resisten, los que se me enfrentan’.
Contemplándole tratar la escayola, la piedra o la madera se asiste a una especie de conversación entre materia y artista cuyo resultado es, siempre, una criatura sorprendente, personal, atípica. Made in Campillo, en definitiva.
‘Nunca me enfrento a la materia sin tener una idea preconcebida’, asegura. ‘No hago nada en el vacío, realizo constantes estudios de la figura humana, la interpreto’. Y aquí pone Campillo un énfasis especial: ‘No es lo mismo copiar que interpretar. Mis retratos no han sido nunca retratos académicos, se han parecido al original, pero han sido escultura, las sonrisas de mis retratos son hechas con un trazo’, afirma.
La voluptuosa figura de la mecedora asiste impasible a nuestra conversación. ‘Sigue rodeado de mujeres’, le provoco. ‘Intento representar a la mujer mediterránea, la mujer robusta, con presencia física, pero delicada al mismo tiempo’.
Sus mujeres aparecen invariablemente felices en su carnalidad, relajadas, auténticas. Pero su opulencia no les resta un ápice de elegancia. Así las intenta expresar Campillo, que asegura inspirarse en modelos recogidos de la realidad más cotidiana: ‘Me ha servido mucho observar. Estas mujeres especialmente voluminosas son señoras que yo he visto siempre en la playa’.

El retrato de Don Juan que nunca hizo

-P: Ya no hace retratos, pero en otra época sí que ha cultivado mucho el género.
-R: El otro día me preguntaron que por qué no hacía un retrato del presidente Valcárcel. Pero la única persona a la que me hubiese gustado hacer un retrato y nunca pude fue Don Juan de Borbón. Tenía una cabeza arquitectónicamente muy bien construida, una gran cabeza.

(Campillo se deja caer continuamente en la ironía, pero pronto retoma un tono serio, para caer de nuevo en un tono irónico que convierte su conversación en una montaña rusa de llena de guiños y giros en el tono)

Por dentro no sé, pero por fuera era una gran cabeza. Mis retratos eran casi siempre de niños. De personas mayores he hecho menos. Debían ser gente muy especial. Por ejemplo hice el retrato del médico que asistió a Manolete, un hombre con unos rasgos muy exagerados. Los retratos de niño son los que más me han gustado. La mayoría están en barro. El barro tiene un color más atractivo, más cálido que el bronce.

-P: Pero ha hecho muchos retratos en otras épocas.
-R: Los hacía porque había que comer. Llegué a hacer retratos de familias enteras. He hecho exposiciones exclusivamente de retratos. Pero después los he hecho sólo por placer. Sin embargo, ahora no me divierte.

Campillo domina el retrato, plasma con habilidad gestos y actitudes de los personajes. Ahora, sus retratos están diseminados en multitud de colecciones por toda España. Pero no se encuentran entre lo más conocido de su obra.

Vírgenes que sienten

En los años 40, Campillo marchó a Madrid con una beca de la diputación murciana. Allí comenzó su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Tras una primera época eminentemente retratista, Campillo se volcó en la temática religiosa.
Respeto a los clásicos pero sin romper con la tradición murciana. Ese fue su lema. Son muchas las iglesias de la Región de Murcia que exhiben imágenes religiosas suyas. Sus vírgenes están desprovistas de adornos, son tan sencillas que desconciertan, y sus niños Jesús son tan ligeros que parecen flotar ingrávidos ante su madre. ‘Mis vírgenes no lloran, mis vírgenes sienten –asegura Campillo-. Son como seres humanos, no son muñecas, la escultura es otra cosa’.
Pero los años 60 y los nuevos aires del Concilio Vaticano II hicieron caer mucho esta temática. Comenzó entonces otra época bien distinta de Campillo ‘la época de arte profano’, como él mismo la define. Comienzan los años de plenitud artística y personal de Campillo, sus viajes a Francia, a Alemania, a Italia… el arte italiano lo marca definitivamente. Su riqueza y vitalidad lo dejan marcado: ‘Me interesó mucho la escultura mediterránea, su voluptuosidad’.
‘Cuando llegué a Madrid, el ambiente no era religioso, pero se hacía una escultura muy seria. El grupo con el que yo comencé a tener relación cultivaba mucho el desnudo’. Campillo comenzó a interesarse por esa temática y comienza a hacer sus figuras femeninas tan características, lo que él mismo denomina, gráficamente, ‘mujeres gordas’.
Los caballos son también una figura reiterativa en la obra de Campillo, probablemente con la misma intensidad con que lo son esas matronas desnudas que desde hace tiempo proliferan en su obra: ‘Yo nací en la huerta, y recuerdo que, de chico, en época de feria, pasaban grupos de caballos por la puerta, yo salía corriendo a verlos. Era un espectáculo, me encantaban’.

Profeta en su tierra

‘Yo no me he ido nunca de Murcia’. Campillo siempre tuvo el pensamiento en su tierra. Y también su cuerpo, pues desde Madrid, donde residió tantos años, regresaba a Murcia cada vez que tenía ocasión: ‘Hay cosas que es preciso mantener: la familia y los amigos. La amistad es una lamparilla a la que continuamente hay que echarle aceite’.
‘Hay quien me pregunta que por qué trabajo a mi edad. Pero yo no considero esta ocupación mía un trabajo. Lo hago sin esfuerzo. Siempre he hecho lo que creía que tenía que hacer’. Y ahí esta, a sus 83 años, trabajando sin esfuerzo y con la cartera llena de proyectos. Quizás su secreto sea, como él apunta, que ‘Nunca he trabajado por dinero exclusivamente, siempre he hecho lo que me gusta’.
Cuando hacemos la entrevista acaba de ser nombrado Hijo Predilecto de Murcia, y faltan escasas fechas para ser distinguido con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia. Le han llegado los reconocimientos en su tierra, debe ser algo muy reconfortante, le decimos. ‘Lo de Hijo predilecto me parece algo sublime, por eso soy incapaz de definir lo que siento ante esta distinción. Cuando me nombraron hijo adoptivo de Ceutí, le dije al alcalde que me sentía como debió sentirse Santa Teresa de Bernini: atravesado en el corazón, herido con amor. Y esto es algo semejante. Al presidente Valcárcel le comenté que este título era para mí como una carga, algo muy fuerte, y él me respondió que los amigos me ayudarían a llevarla. Lo más importante de las distinciones es comprobar que la gente me quiere, eso resulta muy gozoso para mí’.
‘El título de doctor Honoris Causa de la Universidad de Murcia me resulta más ceremonioso, más grandilocuente. Es un acto público, muy abierto, y eso es algo que me pone muy nervioso. Pero está cargado de toda esa tradición y sabiduría que tiene el mundo universitario. Me resulta impresionante. Yo nunca había pensado en algo así’.

Maestro de escultores

Durante muchos años, Campillo ha enseñado los secretos de la técnica a numerosos escultores, alumnos suyos de modelado, primero en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Córdoba y posteriormente en la de Madrid: ‘Me gusta mucho la enseñanza’, confiesa. ‘El otro día vinieron a verme cinco antiguas alumnas mías, que están trabajando en estos momentos en la catedral de la Almudena. Una de ellas me dijo ‘gracias a ti somos escultoras. Me emocionó’.
Y es que, Campillo siempre se volcó con sus alumnos: ‘Yo me iba con los muchachos y las muchachas a cantar flamenco a la orilla del río. No sé cantar, pero el hecho de compartir estos ratos con ellos hacía que la gente se sintiera próxima a mí’.
‘Ahora, cuando los veo con motivo de algún acontecimiento, se me acercan y me saludan con emoción. Yo siempre me he sentido muy querido’.

Aprender con los grandes

Campillo ha enseñado a mucha gente, pero hubo un tiempo en que fue también discípulo: ‘cuando estuve como aprendiz en el taller de González Moreno, lo primero que hice fue coger una escoba’, recuerda. No consta si aquel Campillo adolescente se preguntaba en su interior qué diantres tenía que ver la gubia con la escoba, pero cumplió las órdenes del maestro con la diligencia de quien espera ilusionado acceder a un grado superior de conocimiento.
Aquel maestro atesoraba en sus manos y en su cabeza un arte enorme. Pero era enormemente parco. Sin embargo, se expresaba maravillosamente con la gubia y demás herramientas de escultor. A las espaldas de González Moreno, observando todos sus movimientos, con ansias de conocer, aprendió Campillo. Con este particular método, González Moreno fue familiarizando al aprendiz en el arte de la escultura: ‘Con él aprendí el nombre de cada herramienta y cómo tenía que cogerla, cómo debía acercarme a los materiales, aprendí a calentar la cola, a hacer jabón…’. ‘Cuando el maestro salía, -dice Campillo- cogíamos la gubia e intentábamos hacer alguna cosa’. Y así fue, poco a poco, como el aprendiz se convirtió también en maestro.

Generación de artistas

‘Ahora le gente es muy quejica’, se lamenta Campillo. ‘Mi generación la formábamos gente que quería emprender cosas: el que era escultor quería ser Miguel Ángel, y el pintor quería ser Rafael. Queríamos ser los mejores, y poníamos afán en ello’. ‘Ahora, por el contrario, lo que les importa es saber cuánto van a ganar, y eso no es bueno’, asevera. ‘Me viene a la memoria –continúa- la anécdota que me contaba Villaescusa sobre un campanero que, mientras realizaba la campana sólo pensaba en el dinero con ella. Pero ésta no sonaba. Sólo cuando la fundió con el exclusivo fin de hacer una campana de verdad, ésta sonó con un timbre extraordinario’.
‘Nosotros trabajábamos entonces exclusivamente por ser nosotros mismos. Planes me decía: ‘Campillo: si tienes vocación llegarás donde quieras, si no tienes vocación, no llegarás a ningún sitio’. Esto se me quedó grabado’.
Y la tuvo. Campillo demostró su vocación desde niño, cuando, después de las torrenciales lluvias murcianas, el pequeño Antonio se acercaba a los azarbes para recoger el barro con el que se entretendría haciendo figuras. En su casa de la huerta, en el terrado de la cuadra de su padre, poseía su particular paraíso: el estudio en el que hacía unos muñecos cada vez más perfectos con los que sorprendía a sus mayores: ‘Es posible que yo naciera escultor’, afirma.
Era una necesidad imperiosa lo que le impelía a elaborar figuras con sus manos: ‘Yo, en realidad, comencé a ser escultor por la necesidad que tenía de manifestar mis sentimientos, de plasmarlos en una materia como puede ser el barro y representar con él a una señora o a un caballo’. El estilo importaba poco, -aun hoy no le importa- sólo el hecho de poder dar rienda suelta a esa necesidad de expresión: ‘Las formas en las que me expreso pueden ser más voluminosas o menos, tener un estilo u otro, esto ya lo dirán los críticos, que son los que definen el arte, aunque no lo entiendan’.
‘La palabra bonito no va con la buena escultura, es demasiado blanda, no tiene fuerza, la escultura debe transmitir sentimiento’, asegura el maestro.
Si se le pregunta a Campillo el por qué de su pasión por la escultura como forma concreta para expresarse artísticamente, no lo dudará: ‘La escultura tiene algo muy importante: que se puede tocar’. El hecho de que el espectador pueda contemplar una figura con volumen es transcendental, según él, para poder degustar una escultura en todo su esplendor: ‘La figura cambia de sentido a medida que nos movemos a su alrededor, se anima a medida que la contemplamos. Si observas una figura desde distintos ángulos, va tomando distintas formas. También varían en función de dónde les de la luz y dónde las sombras. Es algo mágico’.

La figura como creadora

Contemplar la gestación de una escultura de Campillo tiene algo de hipnótico. Las formas, los volúmenes, van adquiriendo personalidad y coherencia a cada golpe de maza, a cada pasada de gubia, ‘es la propia figura la que te atrae, la que te domina, la que te lleva. Yo no soy el creador, es la propia figura la que me domina’.
Encaramada sobre un torno, la gran matrona en la que está trabajando, nos contempla espléndida e indolente en su desnudez desde la atalaya de su descomunal mecedora. La mujer exhibe unas líneas azules repartidas por su generosa anatomía. Son las líneas que ha marcado el artista para ir irrumpiendo hasta la auténtica personalidad de esta mujer, para no perderse en su rolliza anatomía y poder configurar su cuerpo como el propio escultor la ha imaginado.
‘Yo busco siempre la pureza de la línea, que todos los volúmenes sean armónicos. Parten de un sitio determinado y se van extendiendo por todos los miembros de la figura hasta construirla definitivamente’. ‘Hay que ir depurando la línea –continúa-, una vez construida la escultura, hasta conseguir que tenga una limpieza, una pureza, como la de un dibujo. Y es que, en cierto modo, modelar es dibujar’.
Campillo la contempla ensimismado cada mañana antes de comenzar su jornada. Una jornada en la que seguirá separando esa materia que la envuelve y que parece empeñada en ocultar la auténtica personalidad que se ocultaba en su interior: ‘Hay que dibujar antes, si no se dibuja es imposible, no hay nada que hacer’.
‘La escultura es como una casa, si no la construyes bien se hunde. Debe tener siempre una robustez, una fuerza, y esa fuerza es la que me atrae’, asegura. ‘Un pecho, por ejemplo, tiene que tener una dirección hacia un lado determinado para que proporcione la fuerza necesaria’.
Para el cronista, que no va más allá del mero goce contemplativo ante una obra de arte, el proceso de creación de una escultura resulta un misterio insondable. Lo es su concepción y elaboración, pero también su culminación ¿Cuándo siente el artista que una figura pide que cese en su elaboración, que ya está definitivamente terminada? Para Campillo está claro ‘La obra es infinita, no se termina nunca. Hasta Miguel Ángel dejó muchas figuras sin terminar’. ‘A veces –dice- el escultor se cansa, y pica sus mármoles para comenzar de nuevo para volverle a dar vida, como si tuviese necesidad de empezar de nuevo’.
Imagínese que alguien le preguntara qué es lo que ha pretendido expresar con su obra, le inquiere el entrevistador. Campillo no lo duda: ‘Yo siempre quiero transmitir un sentimiento hacia los demás. Mi obra no es para mí, no es para el interior de las casas, es para todos. Por eso procuro que mi obra se quede en las calles. Por eso me gusta hacer volúmenes grandes.
Salzillo pretendía que la gente rezara a sus santos. Yo pretendo que la gente toque mis esculturas, que las disfruten, que digan tacos al contemplarlas, que las vivan, en suma’.

Esculturas en las rotondas

-P: ¿Qué me diría de las esculturas que están proliferando en nuestras rotondas?
-R: Dime una.

-P: Por ejemplo –aquí el entrevistador alude a un par de ellas-
-R: Dime una –insiste-

-P: Una en concreto?
-R: ¿Hay alguna escultura? (Risas).

-P: Pero algunas son de escultores reputados.
-R: No puedo contestar a esa pregunta, porque yo he preguntado por los escultores, y  no me retracto. Hay una que me gusta, en ronda Sur.

-P: Se llama ‘Personaje’, y es de Canogar.
-R: Está muy bien donde está y como está. Y además adquiere distintas formas en función de sitúe el espectador.

-P: Hay alguna escultura con una escalera que no es de mis favoritas. Aquella a la que me refiero concretamente está descrita por su autor con mucho lirismo, pero para mi gusto su resolución dista mucho de su intención. He observado estas explicaciones preciosistas en muchas ocasiones.
R: En esos casos deberían escribir lo que sienten, o cantarlo, pero no hacer una escultura.

-P: Siempre me he preguntado por qué en la Región de Murcia, a pesar de existir una abrumadora nómina de escultores, hemos adolecido de esculturas en Murcia.
-R: Ahora todo es escultura. Lo que ocurre es que los pintores se aburren de pintar porque no pueden tocar su pintura. Por eso se enganchan a la escultura. El problema es que no saben manejar la materia, las ideas que tienen son pictóricas. No hacen escultura, siguen haciendo pintura: pintoesculpen.
Pero cobran como si esculpieran de verdad –asevera.

 

Los amigos

La amistad ha sido siempre primordial en la vida de Antonio Campillo. Sus agradecimientos son continuos y constantes a los amigos que siempre le han rodeado y le han profesado su cariño. A menudo se remonta a sus tiempos de juventud, y se lamenta del escaso tiempo que se le dedica a la amistad en esta sociedad hecha de prisas:

Eran tiempos en que las muchachas caminaban juntas por la Platería arrastrando los pies, y eso se consideraba lo más elegante. Y los amigos nos poníamos el brazo por el hombro. Aun noto ese compañerismo. Y es que, el ser humano necesita el calor de otro ser humano.

Me da mucha pena la gente que no tiene tiempo para estar con los amigos y tomarse un vino con ellos. Yo me pregunto: ¿tanto dinero se necesita para subsistir?

A veces siento tristeza:  a los amigos no los veo casi nunca porque no tienen tiempo. Pienso que la vida no la entiende casi nadie. Es preciso tener tiempo para detenerse y ver la puesta de sol, el vuelo de un pájaro… Esas son las cosas que realmente importan.

 

Sus frases

‘Mis vírgenes no lloran, mis vírgenes sienten’
‘Siempre me he sentido muy querido’.
‘Yo no soy el creador, es la propia figura la que me domina’.
‘La escultura debe tener la pureza de un dibujo’
‘Mis esculturas no son para el interior de las casas, son para todos’
‘Me gusta que mi obra se quede en las calles’
‘Quiero que la gente toque mis esculturas, que las disfruten, que las vivan’
‘Me gusta representar a la mujer mediterránea, robusta pero delicada al mismo tiempo’.