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En recuerdo de Alfonso Ortega, doctor honoris causa por la UMU

Alfonso Ortega Carmona (Águilas, Murcia, 1929), investido doctor honoris causa por la Universidad de Murcia (UMU) en septiembre de 2004, falleció ayer en Alemania. En su recuerdo, la revista Campus rescata esta vieja entrevista que se le hizo con motivo de su nombramiento.

Alfonso Ortega, doctor honoris causa por la Universidad de Murcia:
Con la voz, el hombre es capaz de construir el mundo

Ha tenido ocasión de tomar apuntes asistiendo a clases de  Martín Heidegger o Bertrand Russell. En la década de los 50 pudo asistir a algunas de las más pujantes universidades alemanas e inglesas. No resulta extraño, pues, que al joven Alfonso Ortega Carmona le doliera España hasta el punto de preguntar, al mismísimo Konrad Adenauer, el canciller alemán, cuando se decidirían él y el resto de mandatarios europeos a permitir nuestra entrada en la Comunidad Europea. De ello hace medio siglo. En nuestro país corrían unos tiempos oscuros y tristes que asfixiaban a un Alfonso Ortega, brillante doctorando en la universidad de Friburgo, y que le impulsaron a no venir a nuestro país durante un tiempo.

En Alemania puso su grano de arena, convertido en voluntarioso albañil, en la reconstrucción de una universidad alemana destruida por los bombardeos, tomando parte de algún modo en aquel milagro alemán que asombraba al mundo en la posguerra mundial.

Pero, sobre todo, Alfonso Ortega aprendió a interpretar a los clásicos de la mano de los más grandes especialistas de Europa. Pronto comprendió que en los textos de Homero, Ovidio o Virgilio habían quedado magníficamente reflejados todos los miedos, esperanzas, grandezas y miserias del ser humano. A pesar de los muchos siglos que han pasado desde las creaciones de los clásicos griegos y latinos, probablemente aun no ha superado nadie su capacidad para plasmar sobre el papel lo más íntimo del hombre.

Durante cincuenta años, Alfonso Ortega se ha dedicado a acercar los magníficos textos de los principales clásicos, en ocasiones, incluso, vertiendo sus obras por primera vez a nuestra lengua.

Pero el acercamiento a esos clásicos despertó también en Ortega una pasión que le ha perseguido durante toda su vida: el de la retórica, el arte del bien decir, una disciplina que Alfonso Ortega ha intentado divulgar por todos los rincones de nuestra geografía y los países latinoamericanos, en la seguridad de que las palabras suponen el instrumento más precioso y preciso de la comunicación, las auténticas constructoras de nuestro mundo.

El día 27 de septiembre de 2004, Alfonso Ortega Carmona recibía el doctorado Honoris Causa en la misma ceremonia en la que se inauguraba oficialmente el curso en la Universidad de Murcia, convirtiéndose en el número vigésimo cuarto de nuestros doctores honoris causa. Habían transcurrido, respectivamente, dieciséis y nueve años desde que otros dos aguileños ilustres –el financiero Alfonso Escámez y el actor Paco Rabal, – recibiesen el mismo galardón.

 

 

-Pregunta: Aunque este reconocimiento dista mucho de ser el primero que recibe, ¿qué es lo que supone para usted esta distinción como doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia?

-Respuesta: Hay que empezar aquí no con la reflexión sino por la emoción. Como murciano, nacido precisamente aquí, en Águilas, uno se siente impresionado de que hayan investigado los pasos de mi trabajo. Un trabajo normal, sin grandes aparatos ni apariciones públicas.

Aunque he pasado ya tres veces por esta misma circunstancia, no he participado de este sentimiento hasta ahora, pero, en este caso, Murcia es para mí como si abrazara a mi madre, como si ella me dijera que, como hijo suyo, me sigue queriendo.

 

-P: Hábleme de sus comienzos como estudiante.

-R: Yo hice el bachiller en el colegio de Cehegín, deseoso de ser sacerdote franciscano. De ahí pasé a estudiar Filosofía en Hellín, donde estaba el centro de formación de los futuros sacerdotes franciscanos. En Orihuela estuve cuatro años estudiando Teología.

Tuve entonces la oportunidad de ir a estudiar a Alemania. Me incorporé a la Universidad de Friburgo de Brisgovia, donde pude formarme con los filólogos griegos y latinos más importantes que había en aquel país.

 

En Alemania con los clásicos

 

-P: Está hablando usted de los primeros años 50, en plena posguerra y en plena reconstrucción, por tanto, de una Alemania que había sufrido extraordinariamente aquellos sucesos…

-R: Llegué concretamente en 1953. Yo tuve la gloriosa oportunidad de ver cómo aquellas personas que habían pasado la guerra, estaban trabajando como si estuviesen en el esplendor de la prosperidad intelectual. Existía el deseo de impregnar en la juventud la esperanza intelectual de que se podían solucionar muchas cuestiones desde el punto de vista filosófico, y trasvasarlas a la vida social y política.

 

-P: ¿Qué diferencias vio usted entre la España de los años 50, un auténtico páramo cultural, inmersa en ese tiempo de silencio con el que la definía Martín Santos, y esa Alemania que, a pesar de que también venía de otra guerra, ofrecía una cultura muy pujante?

-R: Estando yo estudiando en Alemania, las primeras veces que venía de vacaciones a España, sentía una sensación parecida a la que tienen los que no saben nadar cuando están en el agua: sentía asfixia. El ámbito mental que existía era terrible, yo sentía grandes disgustos.

A partir del segundo año, no volví nunca más a pasar mis vacaciones en España. Y es que, yo estaba educado democráticamente en la universidad, donde había elecciones entre estudiantes y donde veía cómo el debate político iba esclareciendo las necesidades.

 

-P: Los libros, la cultura en general, sería especialmente sospechosa.

-R: Por supuesto. Venir aquí con Kant para seguir leyéndolo era tremendo. En la aduana enseguida preguntaban quien era ese que había escrito el libro.

Yo sentía un sufrimiento casi físico de esta situación.

 

 

Profesor ante todo

 

-P: Usted ha desempeñado diversos cargos de política académica: decano, vicerrector, rector… ¿Dónde se siente más cómodo, ejerciendo labores de investigador y escritor, o en esos cargos en los que puede coordinar la política universitaria?

-R: Sinceramente, como mejor me siento es teniendo estudiantes enfrente. Yo me siento destinado a comunicar y transmitir conocimientos. En esto hay algo sentimental, yo quiero a los estudiantes.

Cuando era estudiante, ir a la Universidad me parecía un día de fiesta porque me separaba de todo y me permitía dedicarme al ocio, es decir a la no preocupación del negocio, a la vida intelectual. Eso no constituía para mí una obligación, sino una festividad. De alguna manera, convertí en fiesta mi enseñanza. He intentado que mis estudiantes saliesen persuadidos de que el futuro de lo que yo decía estaba en ellos, en la continuidad de transmitir el pensamiento.

El desempeñar cargos, aunque han sido bastantes, ha supuesto para mí una atadura, porque me quitaban horas que yo podía haber dedicado a mi investigación o a escribir.

 

Retórica: el arte de bien decir

 

-P: ¿Cómo comenzó su relación con la enseñanza de la Retórica?

-R: Empecé a dar cursos fuera de la Universidad, ya que en ella no se hacía nada en este sentido. Finalmente estas actividades impulsaron que se crease una cátedra de Retórica en la Universidad Pontificia de Salamanca.

Aunque actualmente está recomendado que haya una cátedra de oratoria jurídica en las facultades de Derecho, no existe nada. Yo he dado varios cursos en los Colegios de Abogados y realmente se sorprenden de que después de haber estado quince años en el oficio, se les descubra cosas que se les tenía que haber enseñado en la Universidad.

 

-P: Al hilo de todo esto ¿piensa usted que se debería de alguna manera incorporar nuevamente la Retórica a las asignaturas más importantes de los estudios de los jóvenes?

-R: Claro. Permitiría saber que se puede estar en desacuerdo con otro y que se puede mostrar un disentimiento sin llegar al insulto ni a la injuria.

No hay más que ver a los políticos, que parece que se ladran unos a otros… No se ven formas correctas de expresar la antítesis de un modo que no sea hiriente.

 

-P: Además, parece que la Retórica no goza de buena reputación actualmente…

-R: Ya en 1490, Antonio de Palencia citaba como tercera definición de la palabra Retórica un uso despectivo. Ese “¡A mí no me vengas con retóricas!”. Pero ahora parece que ha pasado al primer lugar de su uso. Actualmente sólo se utiliza en los medios de comunicación con sentido peyorativo y, sin embargo, constituye el tercero o el cuarto en el diccionario de la Real Academia. Los periódicos hablan de que algo es pura retórica para desacreditarlo, pero la Retórica es el arte de decir bien, no tiene nada que ver con eso.

 

-P: ¿Y los medios de comunicación no tienen buena parte de culpa de que esto ocurra?

-R: En los medios de comunicación hay un contagio de todo esto. Es posible que piensen que de esta forma llegan más al pueblo. Pero lo que hay que hacer es acercarse al pueblo elevándolo.

 

Pobreza del lenguaje actual

 

-P: España atravesó por una edad de oro del parlamentarismo en el último tercio del siglo XIX, con políticos de una oratoria tan brillante como Castelar, Salmerón o Cánovas del Castillo. ¿Cómo considera que es y ha sido la oratoria  del último período democrático? ¿Estamos en un buen momento en ese sentido?

-R: En general, la oratoria europea tuvo un momento de oro en esa época que ha señalado usted. Una buena oratoria ha de tener una perfecta ordenación interna, la cosmética de la intervención pública oral. Cosmética viene de cosmos, que significa orden, es decir, se establece un orden. Para hablar correctamente es preciso hacerlo en el orden clásico y estructural que tiene la intervención.

Dentro de dos años se cumple el quinto centenario de la creación de la Universidad Complutense por el cardenal Cisneros, que es quien confiere la fisonomía propia de la universidad. Él creó tres cátedras de Retórica. Todos los estudiantes tenían que pasar por ellas para que aprendiesen a hablar y escribir bien. Ahora no existen.

Heidegger recogía las ideas aristotélicas diciendo que el hombre era hombre en tanto que utilizaba la razón. La definición que yo haría del hombre es la de que es un ser hablante, es un ser que por la voz es capaz de construir el mundo. Gracias a eso, la mano sigue a la voz.

 

Palabras como dardos

 

-P: ¿Hasta qué punto es importante la palabra para sacar fuera nuestros sentimientos?

-R: Palabra significa dardo, proyectil. Una palabra es una proyección, un proyectil. Es un vocablo griego que retocamos y salió parábola, palabra. En la manera de hablar, de emitir las palabras, sabemos cómo se proyecta la mentalidad del que la emite.

El lenguaje es la formalización sonora del pensamiento. La palabra total es como una pirámide en cuyo vértice está la visión de la cosa, la idea.

 

-P: ¿Qué opina usted de cómo se habla hoy, de esas numerosas muletillas y tics que utilizan los jóvenes en cualquier conversación para designar todo un universo de cosas?

-R: Hay un gran deterioro. El problema es averiguar las causas. Yo creo que los jóvenes tienen la impresión de la justicia más profunda que existe en el ser humano. Si hay esa extorsión del lenguaje correcto, quiere decir que existen fallos sociales muy importantes. Quizás los educadores no hemos escogido el mejor método.

Hoy el lenguaje es verdaderamente mísero. El “oye tío” es algo que no se oye en ningún otro lugar del mundo. El cuidado que tienen los hispanoamericanos del lenguaje es algo verdaderamente impresionante.

 

-P: Usted ha publicado estudios sobre los más importantes clásicos: Aristóteles, Homero, Ovidio, Horacio… ¿Hay lugar para los clásicos en medio de todo este maremagnum en el que nos ha sumergido esta civilización en la que las prisas nos consumen?

-R: Hay lugar, pero con una condición: que se acepte oírlos y estudiarlos. En España, desde 1941 hasta las primeras reformas de los cambios de estudios universitarios, España estaba a la altura de la mejor filología griega y latina de Europa. Las asignaturas para discurrir eran griego, latín y matemáticas. Eso educa la mente de manera extraordinaria. Lo que ha ocurrido es que se nos ha intentado poner al nivel del desarrollo técnico que había en Europa, y para ello, se ha eliminado la cultura griega y latina dentro de la enseñanza.

Desde los años 40 en España hemos tenido profesores magníficos y con una relevancia internacional en este terreno, pero todo esto se ha guillotinado. Los únicos que van a seguir estudiando a fondo el español son los de fuera.

 

 

Con una carretilla, reconstruyendo la universidad alemana

 

El milagro alemán fue cosa de todos. Yo viví ese milagro. Viví la gigantesca reconstrucción alemana. Vi nacer calles enteras, que estaban destruidas. La universidad misma estaba destruida en parte. Recuerdo que una notificación animaba a los estudiantes a participar en la ayuda de la reconstrucción. Los 12.000 estudiantes que integrábamos la universidad, todos, voluntariamente, trabajamos como albañiles. Yo manejaba una carretilla trasladando escombros de un sitio a otro.

En casa del canciller Adenauer

 

En Alemania tuve ocasión de conocer a un hijo del canciller Konrad Adenauer. Me dijo que le gustaría aprender español. Yo le enseñaba y él me ayudaba a mejorar el alemán.

Él debió hablarle del español amigo suyo, y un día me comentó que su padre quería conocerme. Estuve en la casa oficial del canciller un fin de semana. En Alemania no se bebe nada durante las comidas. El sábado, después de cenar, pasamos a otra sala donde degustamos alguna cerveza o un buen vino del Rin. Estábamos hablando los tres y él me preguntó si iba mucho a España. Le contesté que hacía años que no iba y él se extrañó. Le expliqué que, en España, me sentía mal incluso físicamente. Le pregunte entonces cuándo iban a permitir que España entrase en la Comunidad Económica Europea y él me dijo: “Mire, esta es una cuestión de identidad, de libertades entre todas las naciones. España, mientras siga con este régimen no podrá entrar. Cuando desaparezca, España entrará en la Comunidad Europea, porque antes que nosotros fuésemos Europa, España ya era Europa, por su cultura, por su civilización. Tienen ustedes la historia más espléndida que hay en cualquier nación europea”. No lo olvidaré nunca.

Recuerdo otro hecho curioso de aquella velada. Cuando él expresó su deseo de retirarse a dormir, con la confianza que me daba haber pasado esas horas con él, yo le pregunté: “Señor canciller, ¿y usted duerme bien con tanto problema como tendrá en su labor?”. Y el me respondió con compasión: “Hijo mío, cuando yo entro por aquella puerta –el dormitorio- toda la República Federal se queda fuera”.

Eso es algo muy importante para la salud mental de un individuo, saber separar el terreno privado. Adenauer no se llevaba ninguna preocupación a la almohada. Por eso creo que tenía tanto vigor.