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“ En realidad soy un niño que juega”Javier Puebla, finalista del premio Nadal 2004

Es un hombre curtido en todos los géneros y en todos los ámbitos relacionados con la literatura. El periodista Ángel Montiel difundió un apelativo suyo: “ El señor de la noche ”, pero nada más lejos que el mundo de la farándula y la fiesta para este enamorado de las letras, de labor sistemática y concienzuda, capaz de abordar una y otra vez sus escritos con meticulosa tenacidad hasta dejarlos pulidos, casi alicatados. Listos para el veredicto del lector. Es ésta, probablemente, la fase que más le sigue emocionando del proceso de escritura: la cita con el anónimo receptor, la sensación de que las ideas que intenta transmitir en sus relatos, en sus novelas, en sus cuentos, llegarán a alguien que, de alguna manera, se fundirá con esos antihéroes que pululan, frecuentemente desconcertados, por sus escritos.

Desde muy niño, Javier Puebla tuvo la certeza de que su vida transcurriría en torno a la literatura. Probablemente desde que, con sólo cinco años, llegaba el primero al colegio para poder escribir, con trazo aun inseguro, las aventuras un personaje salido de su imaginación que, junto con sus amigos –un canguro boxeador y un conejo parlante-, protegía a sus padres de unos seres malvados.

Hoy, mucho tiempo después, tras multitud de lecturas acumuladas, después de dejar jirones de su piel en miles de páginas, a Javier Puebla sigue arrebatándole con la misma intensidad, con idéntica emoción, plasmar vidas y sentimientos en la hoja en blanco.

El ser reconocido como finalista del premio Nadal 2004, el galardón literario de mayor tradición en España, le ha servido para ser por fin conocido en todo el ámbito español. Pero durante cuarenta años, Puebla ha dejado la impronta de su amor por las letras y de su imaginación en diarios y revistas, a través de numerosos artículos, ensayos, microrrelatos y novelas. Como la punta del iceberg, que deja asomar al exterior una mínima parte de lo que acumula dentro, el premio ha servido para aflorar a la superficie, una muestra de una obra amplia y variada.

Escritor, director de cine, fotógrafo, guionista, periodista, profesor de microrrelatos –ha ofrecido ya dos cursos, garantiza éxito en la tarea de escribir cuentos a todos cuantos sigan las pautas que él imparte-, inventor… Javier Puebla es un cerebro en estado de permanente ebullición. Cuando le vemos nos ofrece una de sus últimas propuestas: una jaula-tarjetero realizada de modo artesanal que nos permite contemplar un centenar de sus microrrelatos preferidos y disfrutar con su presencia.

-Pregunta: Tras dedicarte durante muchos años a la literatura, en sus vertientes más variadas, decidiste presentarte al premio Nadal ¿Qué te llevó a enviar una obra al premio con más veteranía y prestigio del panorama de las letras españolas?

-Respuesta: Yo me había presentado ya al premio Herralde, y estuve entre los finalistas. “Sonríe Delgado” es una novela que llevaba escribiendo desde hace ya 14 años. La acabé justo cuando se iba a cerrar el plazo para presentarse al Nadal. Como ganar era prácticamente imposible, pues los premios suelen recaer en una figura conocida, algo que representa un éxito asegurado, soñé con la figura del finalista.

Lo hice en una etapa muy especial de mi vida. Mi mujer estaba un poco hasta las narices de que no consiguiera nada práctico con la literatura; tuve un problema doméstico con la chica que nos cuida al niño… Por la tarde hablé con un escritor amigo mío que me habló del Nadal y me animó a presentarme. Al principio no le hice caso, pero de camino a casa me dije ¿y por qué no?

Cuando tiempo después me enteré de que mi novela era una de las finalistas, ya empecé a ponerme nervioso, pero entreví esperanzas. Sin embargo, y a pesar de que poco después me llamaron para invitarme al Ritz para la entrega del premio, hasta que no estuve en la escalera tras haberse pronunciado mi nombre, no me creía nada.

Murcia, Nueva York, Dakar…

-P: Según consta al final de la novela, está escrita entre 1989 y 2003 en Murcia, Nueva York, Dakar, Madrid, Londres y El Escorial ¿Cómo es la novela. ¿Cómo se enfrenta uno a una novela durante 14 años?

-R: Yo no soy como Thomas Mann con ‘La montaña mágica’. Lo que hago es escribir un texto y dejarlo dormir. Después lo retomo una y otra vez.

A los 23 años tenía publicados tres libros, dos a mi nombre y uno bajo el nombre de Frederic Traum, el protagonista de la novela. Desde los 18 años he escrito cuatro o cinco libros al año. Simplemente los dejo dormir. Pero hay algunos que me parecen mejores que otros y los voy retomando.

En el caso de “Sonríe Delgado”, esa novela ha estado durmiendo durante años, pero siempre rondaba por mi cabeza. En Dakar, seis años después de haberla escrito, trabajé con ella durante seis meses, pero, aunque me gustaba, seguía sin estar contento del todo con ella. Cuando nació mi hijo, me sentí con energías renovadas y la volví a coger.

Volver sobre sus pasos

-P: Entras a saco en personajes y situaciones en obras que has escrito con anterioridad y acabas transformándolas de manera rotunda ¿Qué lleva a un escritor a cambiar de manera tan drástica cosas que previamente ha planteado?

-R: Cuando pasa el tiempo, quien ve la obra ya no es el creador, sino un lector. Soy implacable con lo que no me gusta, actúo como un cirujano. Si veo que para que el paciente viva, tengo que quitarle la mitad del hígado, lo hago.

Eso me ha pasado con la novela que acabo de escribir: había un capítulo que me gustaba mucho, pero estaba de más. Es un cuento en sí mismo, pero entendí que rompía el ritmo. Lo que consigo con esas lecturas separadas en el tiempo es tomar distancia sobre la obra.

-P: ¿Y no tienes la menor duda de que la última versión es siempre mejor que la anterior?

-R: Con la última novela lo he pensado. La escribí cuando volví de Dakar. Yo venía de una cultura francesa, de una misión diplomática, de una vida fácil. Aquel Javier Puebla veía la vida de una manera mucho más lúdica que el actual Javier Puebla. Pienso que aquella primera versión hubiera sido muy buena para el público francés, pero para el español, no tengo la menor duda que ésta será mucho mejor. Para mí también, porque tiene mucha más alma.

-P: ¿Piensas retomar el personaje de Traum, el personaje de ‘Sonríe Delgado’?

-R: Ya tengo hecha una nueva novela protagonizada por él. La escribí este verano. Tuve una oferta de dos editoriales, que se ofrecieron a publicarla, pero creo que debo mantenerla todavía, conviene que duerma. Es muy importante tener una perspectiva de conjunto para no romper los ritmos.

Puede parecer una herejía lo que estoy diciendo, pero, yo pienso que el Quijote en la época actual no tendría resultado. En su época no competía con el cine, con el vídeo, con el ordenador… Pienso que hay que ser un escritor moderno y ofrecer un producto acabado. Creo que es muy importante.

-P: Háblanos de tu próxima novela.

-R: Mi nueva novela la escribí por primera vez al irme de Murcia a vivir a Madrid. Fue hace once años. Tardé dos meses. Estaba escrita en tercera persona, ambientada en Barcelona, y su protagonista tenía un nombre diferente. Entonces se llamaba Andrés Muñoz. Después la retomé y la ambienté en Madrid, la hice en primera persona y cambié radicalmente la novela. Ahora he vuelto a ella durante dos meses. He suprimido la frivolidad que había en ella, he cambiado la relación del protagonista con el mundo. De ser un tipo ganador y admirado por todos, lo he transformado en un perdedor, con problemas de alcohol, lo que le hace perder la memoria y le lleva a ser utilizado por los demás.

La teoría que desarrollo en la novela es que la locura es un arma muy útil para sobrevivir: todos vemos lo que queremos ver.

 

Érase una vez, en una pizzería murciana…

Sonríe Delgado’ la escribí en Murcia hace 14 años, la reescribí en Dakar aumentándola y la volví a reescribir en la sierra de Madrid en agosto del 2003.

Su origen, fue pura inspiración. La obra se germinó en Murcia. Estaba en la pizzería ‘Don Camilo’. Pedí algo de comer y tardaron dos horas en traérmelo, pero yo no me di cuenta. Me había puesto a escribir para desarrollar una idea que me vino de pronto. Así nacieron las veinte primeras páginas. Después he intentado corregirlas muchas veces, pero no he sido capaz de cambiarlas. Aquello me lo dieron las musas. Lo demás ha sido trabajo, trabajo y trabajo para intentar poner el resto de la novela a la altura de esas veinte primera páginas.

Pienso que lo interesante de esa novela es el personaje: Traum. A Traum lo inventé con 22 años. Lo imaginé como una persona totalmente diferente a mí: es fuerte –yo soy endeble-; rapado al cero –entonces yo tenía mucho pelo-; con los ojos muy oscuros mientras yo los tengo claros… Durante quince años, le decía a todo el mundo que era un amigo mío. Se trata de un antónimo inexistente al que pongo en la piel de la realidad.

Intenté publicar libros a su nombre, en inglés o en español –Federico Sueño-. Incluso intenté publicar obras escritas por Javier Puebla y Frederic Traum. Con ‘Sonríe Delgado’ decidí unir fuerzas juntando a Traum y a Javier Puebla. Esta vez fui yo quien firmó una novela de Traum. Y, mágicamente, funcionó.

Lo mejor de la novela, para mí, es precisamente la voz de Traum, un tipo muy duro, muy despiadado. Escribe como lo haría un loco con una navaja ante un lienzo en blanco: a navajazos. La voz de Traum es hipnótica. Se trata de un personaje muy personaje, ya que al ser inventado al cien por cien, a veces está más cercano a Mortadelo que a alguien real. Lo que ocurre es que tiene tal fe en su propia existencia que te lo crees.

Cuando hablo con Traum lo escucho. De hecho, Traum me envío una carta de respuesta a un artículo mío al diario La Opinión de Murcia, y yo le respondí desde mi columna. Cuando escribo como Traum lo hago con frases muy cortas, muy contundentes. Me siento mucho más fuerte, más ancho, más agresivo. Siempre que hago algún personaje, de alguna manera, me posee. Me posee en el primer borrador. A partir de ahí, el que manda soy yo.

-P: Tienes un curriculum muy abigarrado, en él se dan cita cosas muy distintas. ¿Qué es Javier Puebla ante todo: el periodista, el narrador de cuentos, el novelista, el director de cine, el inventor?

-R: Una vez escribí en el diario que llevo siempre conmigo [me muestra una libreta forrada en piel que se hace grabar especialmente y que acaricia con la devoción de un fetichista] que soy una cueva de almas. Soy un tipo creativo que tiene un solo hobby muy claro: vivo mucho más tiempo en mi realidad que en la realidad real. Cuando vengo a la realidad, como la veo complicada, mi mayor esfuerzo es conseguir que la gente que está a mi alrededor se sienta lo mejor posible. La realidad no me gusta, por eso, creo que si todos los que están a mi alrededor están contentos, la realidad se vuelve más fácil.

Como creador me encuentro cómodo en cualquier cosa. Estoy cómodo dirigiendo, lo estoy haciendo páginas webs, estoy cómodo haciendo fotos, inventándome tarjeteros, cursos… En realidad soy un niño que juega.

-P: ¿Cómo ves el mercado literario en España? ¿Se puede sobrevivir contando únicamente con que tenga calidad lo que uno escribe?

-R: Tengo la obligación de creer que sí. Si no fuese capaz de creerlo, tiraría la toalla.

Recuerdo que estando en Dakar como agregado comercial, había un embajador con el que nadie se llevaba bien. Me preguntaron cómo era posible que yo estuviera bien con él y les respondí: ‘no puedo permitirme que me caiga mal: es mi embajador’.

Con la literatura me pasa igual. Es cierto que se trata de un mercado muy estrecho. En Estados Unidos, Alemania o Francia, existen contratos de escritores por varios millones de dólares, pero aquí en España, aunque ganes el planeta sigues teniéndolo complicado después. Aún así, yo creo que sí se puede vivir escribiendo. Yo pienso luchar hasta donde me lleguen las fuerzas.

La literatura es lo que más me importa. Lo tengo muy claro. Es algo así como lo que hace Tintín en ‘Tintín en el Tibet’. En ese cómic, su amigo Chang, tiene un accidente al que no se puede sobrevivir, pero Tintín tiene la visión de que está vivo. En la literatura yo soy como Tintín en el Tibet: creo que puedo salvar a Chang, rescatarle del Yeti y salvarle de la nieve. Con el Nadal, de alguna manera, he salvado a Chang durante unos días.

 P: El hecho de ser finalista del Nadal ha sido lo más cercano a ese sueño que has tenido siempre de poder ser reconocido.

-R: Ha sido un balón de oxígeno cuando me encontraba perdido en mitad del mar. El Nadal ha supuesto una sólida madera a la que me he aferrado.

Yo acabo una novela y ya tengo otra, no puedo evitarlo. O estoy impartiendo un curso muy particular y ya se me está ocurriendo otro. Me parece muy divertido todo lo que hago. Aun me resulta muy gratificante el que los lectores del libro me digan que les ha gustado mucho y que han disfrutado con él. Sobre todo el lector de la calle, el lector inocente, porque el profesional ha perdido la inocencia, sus opiniones me interesan un poco menos. Yo soy aún un lector inocente, me sumerjo en lo que leo.

-P: ¿Podríamos decir entonces que escribes porque te divierte?

-R: Más que divertirme, escribir me arrebata. Es el mundo en el que estoy más cómodo. La escritura es para mí como para otros la ciudad en la que se sienten más a gusto.

-P: ¿Piensas que, después de milenios, la literatura sigue aportando cosas nuevas, historias novedosas capaces de sorprender al lector?

-R: Los que nos dedicamos a esto en cuerpo y alma, lo hacemos con la máxima generosidad y con la intención de ser novedosos. Existe la teoría de que todo está escrito, pero opino que eso es mentira. Nunca ha habido un escritor que escribiese un cuento cada día durante un año como he hecho yo, o un escritor que tenga un antónimo, como también he creado yo. Y no lo he hecho desde una gran cultura, buscando algo nuevo. Simplemente lo he hecho jugando. Opino que, como he jugado yo, puede jugar cualquiera, y siempre se pueden encontrar cosas nuevas.

-P: Como escritor experimentado y que ha ejercido la profesión desde muy distintos ámbitos, que le recomendarías a los jóvenes que estuvieran interesados en la creación literaria?

-R: Creo que o están realmente muy interesados, o no deberían dedicarse a esto. Cualquiera puede escribir como hobby. Resulta una actividad muy gratificante, pero intentar dedicarse a ello de lleno, es muy complicado. La literatura como actividad tiene un punto de locura, de Quijote, hay que enfrentarse a un montón de entuertos.

-P: ¿Cuál crees que puede ser hoy el papel de la literatura en un mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir?

-R: Puede tener un papel fundamental. La literatura es cimiento. Si comparamos a las artes con un edificio, yo diría que manifestaciones como la música o el cine, puede conformar el edificio. Pero de la literatura puedes sacar óperas, canciones, películas, juegos de ordenador…

Nacido para escribir

  Aun declarándose escasamente practicante, Javier Puebla no duda en señalar una escena del filme ‘Carros de fuego’, para explicar su pasión por el mundo de las letras: aquella en la que el corredor católico afirma que Dios lo hizo para ser rápido. “Yo pienso, aunque no soy demasiado practicante, que Dios me hizo para escribir. Cuando no escribo me siento incómodo conmigo mismo”.

Probablemente sea su timidez la culpable de que se refugiase en el mundo de la ficción. La ficción es su hábitat natural, por eso se ha dedicado a fabricarse el entorno que él prefería: “La ficción que me ofrecen desde fuera me es insuficiente. Hay libros que me gustaría leer y que no existen, y yo me los invento. Yo soy el primer lector de mis libros, me lo paso muy bien escribiendo, sobre todo en el primer borrador disfruto mucho”.

La pasión por escribir es una vocación que ha mantenido contra viento y marea, prefiriéndola por encima de excelentes trabajos como agregado comercial o diplomático. Él suele recurrir a una metáfora para explicar eso: “Pensemos –dice- en una manguera curvada con forma de sonrisa. Si la ponemos en un molde donde encaje perfectamente, la manguera estará perfecta, relajada. Pero si la ponemos en una superficie plana, la manguera no está del todo cómoda, aunque se trate de césped, con vaquitas alrededor y con un paisaje bucólico. Escribiendo me encuentro cómodo, como en casa. Disfruto. Tengo la sensación de que hago bien. En otros trabajos tengo que esforzarme muchísimo, y el precio que pago en ansiedad es muy alto. Cuando era funcionario, siempre estaba enfermo, me sentía desperdiciado”.

Profesor de microrrelatos

-P: Has cultivado mucho el cuento muy breve, que tú llamas microrrelato.

-R: Yo creo mucho en el microrrelato y en lo que los franceses llaman nouvelle . He propuesto una palabra para intentar traducir esta expresión al español: narración. Aquí se le llama novela corta, pero pienso que no es apropiado, se le desmerece. ‘El doctor Jeckyll y Mr. Hyde’ no es una novela corta, es una narración. Me gustaría llegar a un pacto con escritores y novelistas para denominarla así.

Aunque pueda pecar de demasiado optimista, pienso que este tipo de novelas cortas y sintéticas pienso pueden cambiar el mundo.

-P: ¿Qué te llevó a hacer este tipo de cuentos tan cortos en los que narras la esencia de una historia en una líneas?

-R: Cuando tenía 18 años escribí un libro que se tituló ‘Aullidos y antirrealidad’ compuesto por 150 cuentos. Se trataba de microrrelatos, aunque yo no lo sabía ni había oído nunca esa definición. Luego la puso de moda Monterrosso. Tampoco había leído por aquel entonces a Cortázar. Lo cierto es que van un poco con mi temperamento. Soy muy sintético. Tengo mucha capacidad de síntesis. Soy un sprinter . Una novela me cuesta mucho trabajo. Tengo que reescribirla una y otra vez. El microrrelato, en cambio, es mi distancia natural.

Hace años, en el diario La Opinión, hice un experimento: escribí un cuento, un microrrelato, cada día durante un año. Después, elegí los cien más cortos y realicé lo que he llamado Jaula-tarjetero.

Más recientemente se me ocurrió impartir un curso de microrrelato. Surgió de una forma natural. Mi labor como profesor –en realidad yo sé escribirlos, pero me costaba trabajo saber cómo lo hacía- es conseguir que la gente los escriba. Esa labor sigue teniendo un punto de magia ¿Cómo explicar a posteriori lo que he hecho? Es como en un baile, o cuando se intenta ligar con alguien: yo estoy ahí al máximo de mi energía y buscando el mejor resultado, pero no puedo llevar una planificación previa. Es algo intuitivo.

-P: Pero, ¿se puede aprender a escribir o eso es algo que nace con la persona?

-R: Mi teoría es que todo el mundo sabe escribir. Así como no todo el mundo sabe música –se puede tararear una canción, pero no todos saben las notas musicales-, todos conocen el alfabeto, y tienen, por tanto, posibilidad de escribir. Lo demás es cuestión de práctica.

Uno de mis alumnos, actualmente en la embajada de un país asiático, me decía, a propósito de la enseñanza de escribir, que la magia no se enseña. Yo le respondí que no se enseña, pero se comparte.

Lo que hago en este curso es compartir la magia, demostrar que todo el mundo la tiene dentro. Y mi experiencia me ha enseñado que, incluso aquellos que no han escrito ni tan siquiera una carta, son capaces de hacer cuentos muy buenos.

-P: ¿De alguna manera los enseñas a captar la realidad desde un punto de vista distinto, con los ojos de un narrador de historias?

-R: Se quedan sorprendidos cuando ven su primer cuento. Muchos piensan que la flauta ha sonado por casualidad. Después, hacen un segundo y un tercero y observan que ha vuelve a funcionar. Guío a mis alumnos de manera intuitiva y, a posteriori, racionalizo y les explico lo que han hecho. Cuando empiezan a escribir microrrelatos, les digo que no se juzguen, que ya les juzgaré yo. Después les doy posibilidades, les abro los ojos respecto a cosas que de alguna manera han incluido en el cuento sin aprovecharlas suficientemente. Siempre desde el máximo respeto a ellos mismos, a su forma de ver las cosas.

Me implico tanto en mis alumnos, llego a estar tan orgulloso de sus avances, que en alguna ocasión me ha ocurrido que he intentado enviar uno de sus microrrelatos a un diario y de repente me he dado cuenta de que no era mío.