En la ausencia del escritor Antonio Segado del Olmo

Pero hay hombres que no mueren nunca, sino que perviven como las raíces del paisaje y de las calles y se mezclan en las plazas, entre la gente, tejiendo una conducción umbilical en la memoria cotidiana que perdura y nos persigue amablemente, viviendo no solo en la geografía sino también en el interior, formando parte de la mitología cósmica personal.

Y este es el caso entrañable de Antonio Segado del Olmo: narrador y ensayista, capturado en su propio copyright por los siglos de los siglos, entre lo perdurable del recuerdo y la eternidad trasmutadora de los rostros y registro por él creados, como en una verdadera “operación de alquimia”, que dice Vallejo.

Una obra en letra impresa nos propone el discurso de una conciencia que existe entre el sueño y la realidad, entre lo posible y lo imposible; como la que nos subyace Antonio Segado: Murcia y el silbo vulnerado y permanente de la sequía, el mar libertador y tránsfugo, el verde y pardo terruño de la soledad, el enamorado soliloquio, la brutal andadura de las penas diarias, la presencia infantil en las arrugas, la recíproca negación al yo prestado en la abstracción de conseguirse palpitar contra uno mismo. La esencia precediendo a la existencia en un gobierno omnitelúrico de la imaginación.

Pero el paraíso perdido de Antonio Segado es la búsqueda interior de una complejidad excelente. En todo hombre hay diversos hombres (yo contengo multitudes, decía Whitman); “advertimos cómo en nuestra propias vidas viven sutil, misteriosamente, más vidas”, afirma Antonio Segado no solo como si se tratase de una nostalgia en la afirmación de la inocencia, sino como réplica, quizás, a reconocerse sumido en una sola voz, en un solo misterio. Y en esta multiplicidad interior rememora a sus antepasados en una proximidad casi física, la casa en donde vive, aparecida con la observación de lo querido, la presencia de los sentidos en la ausencia de la ternura; y así queda como un agente en gerundio su actividad imperecedera de inventar en un espacio asfixiante, conservando entre las pequeñas huellas, los matices, los olores. Un nuevo mundo arranca de sus manos.

(Preguntaré por él a sus vecinos. Le buscaré en el vino y en la arena donde su voz concursa con la mía. Y en esa flor quebrada a la familia, y en la guía personal, donde no quito su nombre.

“Aún sigue todo despertando: es enero que canta”, como en “Enereida”, donde la alegría es júbilo. Así me disperso “hasta encontrarte, y regresarte”, mi buen Ramón Sijé de los jazmines y las uvas.

Y corre a bendecidme y le disfruto en generosa lumbre del pasado, quedándose en el aire su mirada infantil y generosa. Ya sabes dónde estoy, que aquí te espero, mientras tengamos cosas que poner en orden. Ya sé que acampas en la paz y que estás mejor que el otro día; pero el verano se acerca, está aquí mismo y Pepe, “el largo”, y Caride te esperamos con una ensalada que da envidia verla. A ver si arreglas tus papeles inéditos de una puñetera vez y repicas quién fue Antonete Gálvez, para que se asusten en el Casino y en los locales de los partidos de todo tipo.

Mira, te esperamos, como el otro día, en el pequeño café que hay junto a Radio Nacional, que nos haces mucha falta.)

La simulación textual de la obra de Antonio Segado del Olmo gira en torno a la concepción de texto “abierto”, en función del grado de “libertad” que ofrece, frente a la concepción “perezosa” de otros narradores cuyas señas de identidad pudieran ser la conservación de las estructuras discursivas, una vez que “el lector puede estar en condiciones de sintetizar partes enteras de discurso” a través de una serie de macroproposiciones, en esa manera personal de fabular Antonio Segado: ¿existe el amor en “Trópico de Ausencia” o es generado por la soledad?, ¿quién es, sino el lector quien concibe la ciudad de Murcia como una cárcel rutinaria, como el inamovible huésped del conservadurismo en “Ceremonial de Ahogados”?, ¿por qué el mar es la “república de las ideas”, la libertad, y no hay una traducción textual inmediata? ¿Se pretende dejar “abierto” lo conceptualmente literario? Antonio Segado sabe que la trama puede originarse a través de proposiciones discursivas y que la fábula es el curso de la lógica y la sintaxis, desde una posición de estructura narrativa, y desde esa perspectiva del lector se debe subrayar en el esquema inicial de la concepción narrativa una operación de reducción a través de motivos narrados, de la intertextualidad.

En “El día que llegó el mar”, Antonio Segado controla la información y crea multitud de personajes reveladores en un marco de “descripción de acciones” del modo que Van Dijk propone, en donde hay un “mundo posible” que el “agente” “causalmente” “intenta”, y en unas circunstancias, estados mentales y emociones suficientes, sin disponer el “agente” de una “opción obvia”, sino en una narración reflejo de la memoria, resultando acontecimientos “inusuales”, dificultando al lector modelo “que tuvo que proponer desde la concepción de secuencias en una primera instancia) hasta esa fabulación de texto “abierto” a que antes me refería.

“Tras la guerra, el silencio invadió el mundo”, dice Antonio Segado. Ese silencio previo a su denuncia, reavivado en su novelística, es estudiado sociológicamente por él y descifrado en dos ejes fundamentales del entorno, del escenario en el tiempo: la frontera de la insolidaridad y la ruptura con la reacción.

Ya en su discurso de ingreso en la Academia Alfonso X pide esperanza para la consecución y el establecimiento de una murcianía solidaria con ella misma, alejada del cainismo histórico, reformulada en la conciencia del pasado hacia un porvenir de fraternidad (en su narrativa hasta de ternura). La guerra, la ciudad donde viven muchos de sus personajes, donde apenas al salir a la calle se establece la represión, la frontera del odio conservado, el misterio del agua sumergida como un secante en los saladares frente al verde espacioso; las grandes coberturas noveladas, el mar y el desierto. Y frente a la sombra de la conservación de los usos de reacción una salida de ruptura en la que se salven el urbanismo, las tradiciones que miran los ojos, no como un secreto endógeno sino de especial tejido nuestro que se ha de mostrar sin desdecir.

(Por todo ello te reclamamos. En una simbiosis parecida a la que tú escribías, mezclando lo perecedero a lo telúrico, en sintaxis abigarrada, maleable, desde la alegría de encontrarte hasta esta temprana manera de quererte; entre el surco vital y el del ámbito de una generosa cordialidad. Cerca del buenos días frente al adiós definitivo de tus ojos. Esperando tu nueva novela en apariencia cerrada ya. Cansados, junto al mar, lejos de la metralla del vivir diario, en donde los niños corren al salir de la escuela, en la plaza de las flores; misterioso, pesado y cercano mirar nuestro de cada día.

“No la piedra dentada sino la ola dentada/ pero no por líquida más clara ni menos/ mineral, marejada con hielos/ de cuchilla en cada punta”, como Oscar Ceruto, en donde tengo tu nombre cuando me decías “hermano”, recién venido a vivir contigo en la tristeza.

Y qué les digo yo ahora a tus amigos, de qué hablaré este verano con Aurelio si has retomado el “Largo Trayecto” que avecinas cuanto te dieran el Premio “Gabriel Miró”, en donde nos dices que “hay un mundo distinto evanescente, flotante”, como un “tránsito”; “sentir el cuerpo sintiéndolo y mirándolo desde fuera, desde una lejanísima región”.

Y tendrás una calle con tu nombre, seguramente, y un homenaje, y una Tesis Doctoral, seguramente; pero nosotros lo que queremos es verte pronto en el silencioso y solemne recodo de esta tarde. Mi precipitado, entrañable, camarada, sentido hermano de mis dudas.