“En una época en la que el medio estaba dominado por la comedia bobalicona o la charlotada folclórica, Berlanga supuso la punta de lanza que rompió con todo el conformismo anterior y propuso un nuevo estilo que cuajó en un puñado de obras maestras, de las que “Bienvenido Mr. Marshall”, “El verdugo” o Plácido” son algunos ejemplos. Sin embargo, a pesar de su prestigio, es uno de los directores españoles con más proyectos sin realizar.
A diferencia de otros directores, Berlanga siempre ha trabajado en los guiones de sus películas: ‘Considero el guión como una especie de seguro de vida que te salvaguarda de cualquier ofuscación o pérdida repetida de la improvisación, durante el rodaje, pero nada más que eso’.
Reconoce que a pesar de ser un hombre que trabaja con la imagen, le cuesta un gran esfuerzo visualizar la historia a medida que la escribe: ‘Sólo cuando digo motor y cámara empiezo a ver claro lo que será la película, aunque tenga ya pensado el lugar de rodaje y el decorado. Puede que todo esto sea consecuencia de mi carácter tendente a la improvisación, realmente lo que me gustaría de verdad es rodar una película totalmente improvisada, sin ni siquiera un guión’ y añade: ‘Parto de la nada y quisiera, en la medida de lo pasible, seguir rodando dentro de la nada, del caos, conseguir una especie de creación vegetativa’.
La fase de elección de una próxima película de Berlanga es sumamente peculiar. Él y Rafael Azcona, su guionista desde hace casi treinta años, se reúnen en algún lugar bullicioso mientras comentan los pequeños incidentes que se producen ante ellos: ‘Este período lo hemos bautizado como comentaje, hablamos de lo que vemos, de lo que leemos en los periódicos… Hasta que de toda esta verborrea surge la idea y empezamos a plasmarla en el guión’.
Y es que, conociendo a Berlanga, es difícil imaginarlo recluido en un lugar aislado, esperando hallar la inspiración: ‘Necesitamos sentirnos cerca de la gente, respirando ese ambiente’. Un ambiente que traslada con todo su bullicio, a las maravillosas historias que cuenta en la pantalla, unas historias corales donde los actores entran y salen continuamente en unos larguísimos planos: ‘Yo cuento vidas de antihéroes, de pequeños personajes que no alcanzan sus objetivos, y al actor lo dirijo en este contexto, sin motivarle, sin comunicarme con él, de lo contrario, al sentirse protegido, dirigido y al mismo tiempo animado, se mueve en un terreno peligroso que le hace reproducir tics poco naturales. Por el contrario, provocar en ellos la inquietud, la zozobra, produce una reacción que yo creo positiva’.
Fueron días de una gratísima experiencia, de largos paseos por la ciudad, de deambular por un campus de la Merced que le pareció al director una zona tan humana y de una convivencia tan agradable que no dudó en calificarlo como un sitio en el que podría realizar un próximo guión junto a su inseparable Rafael Azcona. Nunca lo hizo, pero aquellas enseñanzas que impartió al centenar de alumnos del curso “Oficios de película” que organizó el Aula de Cine de la Universidad de Murcia, quedaron para siempre en la memoria de quienes tuvieron la suerte de compartir con él aquellas sesiones.