El color de África:Viaje pictórico de tres artistas murcianos a Mozambique

Siguiendo la estela de aquellos pintores románticos que viajaban a lugares exóticos, Manuel Belzunce, Ángel Haro y Miguel Fructuoso han permanecido durante el mes de marzo de 2007 en el continente africano. Un período en el que han desarrollado una febril actividad pictórica que se ha plasmado en docenas de obras que serán expuestas en Murcia el próximo otoño.

Puede que muchos piensen que, en un mundo globalizado como el nuestro, en el que todos los países, todas las culturas, todo el pensamiento y todo el arte se encuentra a nuestro alcance a golpe de ratón, ya no tiene sentido el viaje de un artista a lugares diferentes. Pero Belzunce, Haro y Fructuoso no lo sienten así, el suyo, iniciático, como todo periplo, ha sido tanto un viaje al interior de sus personas y de su arte, como a las entrañas de nuestro vecino y desconocido continente.

Siguiendo la máxima russoniana ‘sentir para conocer’, su estancia en la ciudad mozambiqueña de Marracuene les ha dado oportunidad de conocer otras realidades, de sentir otras emociones y, cómo no, de plasmarlas en una serie de obras.


Basta de plañideras

Ha sido un mes en contacto con otro paisaje y con otras formas de vida. Para Haro, África continúa siendo un gran desconocido: ‘Con frecuencia se escuchan voces que se lamentan de su situación, pero este continente, antiguo, orgulloso y auténtico, no necesita de plañideras, sino que vayamos allí, que nos empapemos de su situación y que intercambiemos experiencias. Tiene mucho que ofrecer’.

Los tres califican la experiencia de sumamente enriquecedora, pues no en vano África ha sido motivo de inspiración permanente para muchos artistas. Según Haro ‘el arte africano suministró durante buena parte del siglo XX motivos de inspiración para el arte mundial’. Sin embargo, se ha dado en los últimos tiempos un paso atrás en este terreno: ‘curiosamente, ahora, cuando intentan irrumpir en el mercado internacional del arte, son ellos los que nos imitan’…

 

Un continente que atrapa

Los tres artistas sabían que África ya no es el continente encerrado en sí mismo que fue en el pasado y que nos dieron a conocer aquellos viajeros del siglo XIX, pero aun encierra muchos secretos y una magia capaz de enamorar al viajero, de atraparlo con sus encantos, de reconvertirlo: ‘A mí me ha cambiado la vida de una forma muy importante, en él me he encontrado de nuevo con la pintura’, asegura Fructuoso. Una sensación de plenitud que ya la habían sentido el año pasado Belzunce y Haro, en su estancia en Mauritania: ‘nos atrapó y nos conmocionó su poder’.

Pero este poder de sugestión no ha impedido que los tres artistas desarrollaran un exhaustivo trabajo que comenzaba invariablemente a las cinco y media de la mañana ‘Hemos realizado un trabajo muy intenso y muy fatigante, pero había que aprovechar las horas de sol’.

‘Vivíamos en la cima de una montañita desde la que se veía un río, todo lleno de verde alrededor y, al fondo, el mar’, comenta Belzunce, que asegura que ante un paisaje como este era obvio que ‘no podíamos trabajar en el interior de la casa. Decidimos ir a una explanada que había en el final del jardín. La limpiamos con unos rastrillos y ese fue nuestro lugar de trabajo’.

El paraíso de la espontaneidad

Precisamente, ese entorno natural ha constituido un elemento más de las obras que han desarrollado en este período: ‘Aquí se puede ser mucho más espontáneo: se puede tirar la pintura, arrojar encima tierra, agua… nos ha llegado a ocurrir que un perro pase por encima de una obra fresca. Un día una de las obras apareció parcialmente comida por algún animal. Allí estamos en contacto con la naturaleza, forma parte del trabajo. Una situación como ésta puede molestar a determinados artistas, pero no a nosotros’ –asegura Belzunce.

Y es que, desgraciadamente –asegura Ángel Haro- en Europa nos hemos alejado de la parte física, únicamente han prevalecido las ideas: ‘en África te das cuenta que lo físico es muy importante: influye el calor, los mosquitos, la humedad…’ Esas sensaciones le llevaron a apuntar en su cuaderno de viaje una idea que percibió muy fuertemente allí: ‘la mano piensa. El pintor tiene dos cerebros, uno de ellos es la mano. La mano es un vehículo que va del artista hasta el papel. Prueba de ello es que a veces salen piezas que no tenías pensadas, pero que son tuyas’.

Y es que, en opinión de Fructuoso, ‘Ahora estamos dominados por la asepsia, existe una asepsia en todo, incluido en arte. Hay un temor a que se vea la mano del hombre, y también de la naturaleza’.

Eso ha provocado, en opinión de estos artistas, que aquella gente conviva con fenómenos tan naturales como la enfermedad o la muerte de una manera muy distinta a como lo hacemos en Europa, y que lo hagan siempre de una forma positiva: ‘no he visto a nadie que se ría más y que se comunique de forma más rápida que esta gente’. ‘Es algo que da mucha envidia’ –aseguran.

Para Haro, buena parte del motivo de la inmigración reside en el hecho de que la propaganda que se hace de nuestra civilización es positiva, mientras que la suya es negativa: ‘sin embargo, cuando estás allí te das cuenta que ni lo nuestro es tan positivo ni lo suyo tan negativo. Hemos ignorado un montón de cosas buenas suyas de las que nosotros carecemos en estos momentos: su positivismo ante la vida, su arte’…

Según aseguran, este viaje ha constituido un constante descubrimiento, y no sólo en el sentido estrictamente vital, también en el artístico: ‘El concepto que tienen de la pintura me atrae bastante más que el de mi generación, a quienes les interesa más pisar moqueta que el arte en sí. A la mayoría de los críticos les da miedo oler a pintura, no se mezclan con ella, ni pisan un estudio de un pintor’.

También Haro es de una opinión similar: ‘Tradicionalmente, los críticos han formado parte de los círculos de pintores, han convivido con ellos, han ido a los mismos bares, les han acompañado en sus estudios… ahora sin embargo, los críticos y los pintores no se tocan’.

Pero si hay algo en lo que se muestran los tres de acuerdo es en la constante lección que ha constituido este viaje, un viaje mucho más breve en el tiempo que el de sus predecesores del XIX, pero que probablemente han vivido con una emotividad equiparable a como lo hicieron aquellos: ‘Yo creo que, en el mes que hemos estado en África, hemos vivido y pintado con una intensidad inusual. Los cuadros darán cuenta de esta circunstancia’.