El cante flamenco: entre la desvirtuación y el conservadurismo a ultranza

El flamenco, no se sabe muy bien si desde sus orígenes o desde el principio de la parte de su historia que nos es más o menos conocida, y por obra y gracia de sus enteraos y adictos, se ha venido moviendo siempre entre la trivialización y el conservadurismo a ultranza.

Ha habido, eso sí, grandes excepciones, habiendo sido precisamente los artífices de las mismas quienes han hecho posible que nuestro cante haya logrado emerger de sus cenizas tras cada una de sus profundas crisis.

Uno de los mayores baches a que me refiero, ya en nuestra época, consistió en el invento por parte del cantaor Pepe Marchena y de algunos empresarios avispados, allá por los primeros años veinte del siglo pasado, de la llamada “OPERA FLAMENCA”, en la que el virtuosismo, en el peor sentido de la palabra, se hizo sinónimo de calidad, habiendo brillado en ella toda una serie de vocecillas atenoradas –todo lo contrario de voces flamencas-: la del propio Marchena y un tal Angellillo, entre otros, a los que, ya a mediados se siglo, se unirían las de Antonio Molina, Valderrama, etc…, ahora ya formando parte de algo así como gran espectáculo, el cual ha llegado hasta nuestros días: las galas flamencas en las que el cante –sin consideración alguna por el aforismo del gran Manolo Caracol, según el cual el flamenco no está hecho para sordos- nos llega, en cuanto a decibelios, multiplicado por miles de veces por medio de chirimbolos electrónicos.

Y mientras, el flamenco de primera magnitud sobrevivía en lugares más o menos sórdidos: los llamados cuartos de los cabales y reservados de los prostíbulos. Y ya bien entrado el siglo XX –y en este caso para bien- en el seno de las peñas y asociaciones flamencas, así como en aulas de cultura de ámbito universitario. Pero sin que por ello dejara de producirse en ellas cierto grado de momificación de los treinta y tantos palos del cante: soleares, malagueñas, tarantas y demás.

No obstante, a lo largo del medio siglo a que me refiero, el toque de guitarra –lo mismo en concierto que en acompañamiento- y el baile: Paco de Lucía y Farruquito, pongamos por caso- han alcanzado su más alta cumbre.

Pero, como digo, en todas las épocas ha habido excepciones de signo positivo que tienen nombres propios. La más importante de nuestro tiempo se llama Camarón, quien descubrió, o al menos intuyó –no creo que nunca se le ocurriera reflexionar al respecto- que en el cante lo que importa no es el acariciarnos los oídos, sino lo que en él se nos transmite. Y lo que en flamenco se nos transmite son emociones, haciéndolas brotar de los más profundo de nuestro ser. Y fue tal el empeño que el de La Isla puso en ello, que yo diría que en cierta medida, acabó costándole la vida, al haber recurrido –en busca siempre de una mayor intensidad- a la droga y el alcohol.

Es un caso casi idéntico al de la inolvidable Janis Joplin; si bien en músicas (¿?), y mundos poco menos que opuestos. No obstante, yo diría que ambos alaridos poco menos que se complementan.

El Camarón ha tenido –y tiene- muchos imitadores que, como tales, no han conseguido brillar con luz propia. Pues una cosa es ser de la escuela de Camarón –Diego el Cigala- y otra muy distinta una especie de fotocopia: Duquende.

Por suerte, está hoy día surgiendo toda una pléyade de jóvenes cantaores y cantaoras con personalidad propia que, sin llegar a romper los esquemas básicos de nuestro arte, los están interpretando tal y como les pide el cuerpo. Buena prueba de ello fue el recital que la jovencísima cantaora almeriense María José Pérez nos ofreció el pasado diez de octubre en el museo Gaya. Yo diría que, más que con la voz, canta con todo el cuerpo y con toda el alma.

Ahora solo falta que cuando logre alcanzar cierta fama, que, de todas todas, la alcanzará, no se deje llevar por espejismos y empiece a aliviarse, como están haciendo algunos de su generación. Porque cuando se canta tan de veras como lo hace María José, no se puede actuar todos los días dejando a salvo las cuerdas vocales. Los que lo hacen caen inmediatamente en la trivialización. Y, por añadidura, quieren hacernos creer que se trata de una puesta al día del flamenco que quizás sea necesaria.

No obstante, los aciertos en tal sentido, han sido escasísimos. Si acaso los del primer Morente cantando a Miguel Hernández (“La nana de la cebolla”, “Sentado sobre los muertos”), y por supuesto José Menese en una auténtica recreación del cante por marianas con letra de Francisco Moreno Galván:

Tu no pierdas, hermano, la esperanza,

que el mañana llegará.

Que ande hubo candela,

rescoldiquio quea

y humo saldrá .

 

Y también, con igual resultado, la forma de petenera que, de tan casi folklórica, se le suele llamar petenera de baile:

Condenado estoy a muerte,

si me ven hablar contigo.

Que empiecen los mataores

a preparar sus cuchillos .

Letra también de Moreno Galván.

Existe actualmente una gran polémica sobre si las letras del cante deben ser las de siempre o de puño, letras y caletre de poetas cultos.

Dado que apenas tengo opinión al respecto –para mí un cante es bueno, malo o mediocre, independientemente de lo que en él se diga- me limitaré a señalar una letra para ser cantada por jaberas sobre un tema más o menos actual en el que se plagia a otra popular y en la que se hace referencia a aquel 23F de triste memoria. Su autor, el cartagenero Ginés Jonquera, un letrista que, de tanto ir de modesto por la vida, a veces hace pensar que lo suyo, más que modestia, es legitima soberbia:

En la letra popular se dice:

Se levanta un rey celoso,

coge la pluma y escribe,

y en el primer renglón pone

Quien tiene celos no vive .

 

Y en la de Ginés:

Se levanta un rey celoso,

coge la pluma y escribe,

y en el primer renglón escribe:

quea pa siempre prohibío

esparabar por bigotes,

que pa bigotes los míos .

Palo : cada una de las formas más o menos musicales del flamenco.

Esparabar : estropear, echar a perder.