El artista aguileño Manuel Coronado celebra sus bodas de oro con la pintura con dos exposiciones

La sala Jazmina de ‘ La Vache Bleue ‘, en París y La Mola , en la Fortaleza de Isabel II de Menorca, son los dos escenarios en los que se dan cita los coloridos cuadros del pintor de la Región de Murcia, Manuel Coronado, para celebrar el cincuenta aniversario de su pintura.

‘Coronado. 1958-2008. Cuatro épocas’, es el título de la muestra que se inaugura en Menorca el día 7 de junio, en las que el artista de Águilas hace un recorrido por varias de las etapas que ha recorrido con su obra.

Según Coronado, la exposición ‘permite conocer mis distintas épocas como pintor, mis inquietudes artísticas a lo largo de todos estos años, y las motivaciones más hondas que me han movido en este tiempo’.

‘Se trata –asegura Coronado- de exponerme a la contemplación de la gente, de desnudarme artísticamente para que comprendan cómo soy yo y, en consecuencia, comprendan mi obra’.

Según el pintor, ‘En mi vida he renunciado a muchas cosas por el Arte, por mi Arte, por querer ser yo mismo, sin aditamentos exteriores, sin sujetarme a modas y a esas falsedades de que a menudo nos rodeamos en la sociedad’.

Solitario y solidario a un tiempo, lírico y prosaico, Coronado es la perfecta encarnación de esa eterna dualidad que ha planteado con frecuencia en sus obras a través de sus enigmáticas máscaras.

Aun comprendiendo las motivaciones que llevan a algunos a ver el arte como un elemento decorativo, defiende que ‘el artista sea cronista de lo que nos rodea. Los artistas tenemos la obligación de hacer pensar a la gente’.

Para Coronado, el arte ha sido el motor que ha hecho girar su vida: ‘Si la pintura no se toma como sacerdocio, no es nada’, asevera.

Coronado: la magia y la forma

Hablar del mundo mágico de Manuel Coronado supone casi una redundancia. En realidad Coronado no se habría visto impulsado a coger un pincel, de no haber podido utilizarlo como una hechizante batuta con la que conseguir efectos mágicos. Efectos capaces de ir más allá de una realidad a menudo ramplona y prosaica, trascenderla hasta situarse un paso más allá y devolvérnosla encarnada en un mundo de fantasía mucho más atractivo y sugerente que aquel del que surgieron. Subyugantes, casi hipnóticos en no pocas ocasiones; desasosegantes, casi perversos, en otras, sus cuadros poseen la rara virtud de no dejar a nadie indiferente.

Más que como pintor, podríamos definir a Coronado como un narrador. Un avezado cronista de su entorno, que posee la cualidad de observar lo que ocurre a su alrededor, y lanzarlo al observador en forma de particular mirada, hasta atraparlo en el lienzo. En Goya el sueño de la razón producía monstruos, pero en el particular universo de Coronado su personal lógica pictórica nos conduce a un lugar tan colorista como vital.

Circo y Carnaval, paraísos de la impostura y de la ensoñación, de la fantasía y de la ficción, ocultan sin embargo supremas verdades tras el maquillaje y la máscara que pueden ser expuestas a la luz a poco que se sepa hurgar en su deslumbrante y engañosa superficie. Y en eso es un maestro Coronado. A la manera de un compositor de la luz, el artista orquesta en su última exposición una melodía de colores y formas en la que el esplendoroso mundo del circo y el carnaval –su pariente cercano- se convierten en vehículos para expresar su visión de la sociedad.

Incurriendo en una suerte de paradójico hechizo –de nuevo la magia-, Coronado pone el antifaz a sus personajes, para desnudar su alma, para adentrarse en la trastienda de la realidad y ofrecernos de modo descarnado –si se me admite la aparente contradicción, en un artista absolutamente carnal- la verdad de los individuos, oculta tras esos miedos que obligan a la apariencia constante.

Sus equilibristas son magos de la supervivencia; sus payasos parecen traspasar las lindes de la realidad inmediata para adentrarse en un mundo interior bien diferente a aquel en el que engendran sus chistes; sus máscaras, en fin –nuevas máscaras del héroe para este milenio-, parecen el envés de una careta que intenta inútilmente ocultar su verdadero rostro hasta resaltar la verdadera esencia.

Coronado reinventa la naturaleza, la anima, la pasa por el tamiz de su genio hasta reconvertirla y hacer de ella un lugar ajeno a las leyes establecidas y en el que él es el supremo hacedor. Sus payasos, sus mujeres pensativas, sus enamorados, sus músicos, equilibristas, animales o flores, parecen flotar en medio de la nada, salir de la bruma o, como diría Donoso, de algún enigmático lugar sin límites. Bajo una simplicidad aparente, sus cuadros ocultan, tras su amable fachada, todo un complejo universo que permanece apenas agazapado, al alcance de cualquier espectador curioso.

Emotivo y lúcido; lógico y fantástico; voluptuoso y espiritual. Ángel fieramente humano, en definitiva, Coronado se nos muestra aquí con una poliédrica personalidad llena de matices y sugerencias.