Dos mundos distintos y cantes de diversos ecos

El flamenco todavía no ha terminado de nacer ni terminará nunca, porque es, o al menos debe ser –sin menoscabo de su determinantes rítmicos- creación en acto.

Para que un cante cualquiera cumpla en lo suyo –en ser base y manifiesto de arte libre, libérrimo a veces- el intérprete debe huir como de la peste de toda imitación. De lo contrario estaría siempre al borde de convertir las distintas modalidades del cante en auténticas momias irreversibles.

Quiero decir que, para que un cante tenga visos de autenticidad, el intérprete debe cantar en cada momento –en cuanto al contenido melódico de los cantes se refiere- como el cuerpo le pida, sin repetirse incluso a sí mismo de una vez por otra; si bien esto último se da muy raras veces, y casi siempre en artistas no profesionales.

En cuanto a los moldes del flamenco –ritmos, compás, etc.-, resulta la cosa bastante complicada, y otro tanto podría decirse del intentar explicarlos; cuestión ésta, además, que rebasa con mucho las pretensiones del presente artículo, así como el espacio de que disponemos.

Veamos un buen ejemplo de la complejidad del tema. Chano Lobato, egregio cantaor gaditano –76 años y en plenitud de facultades-, en el recital con que nos deleitó en octubre de 2004 en el Centro Cultural Puertas de Castilla, puso de manifiesto –y yo diría que incluso nos hizo tocar con las manos- que a compás de bulerías, pueden entrar los más diversos componentes melódicos: desde los de las más puras bulerías de Jerez a los de un tango de Gardel, los de un bolero cualquiera o de una canción de Marifé de Triana. Es más, pienso que, de proponérselo, podría hacer lo mismo –es tal su genialidad- con los del rock o algo de mayor actualidad. No sé si también con los de la llamada música “bakalao”.

Pero ojo: por ese camino se está siempre al borde de caer en la desvirtuación. Y en flamenco, como en casi todo, no resulta siempre fácil distinguir la mies de la cizaña. Fue también Chano quien, en una larga entrevista que se le hizo en público, puso el dedo en la llaga al respecto. “El cantaor –dijo- engancha con su público cuando “se duele”. (Demos a la partícula “se” su función reflexiva, y estaremos en el buen camino de dar con el grano de la cuestión, dejando la paja aparte).

Los cantes llamado libres, o de Levante –del levante andaluz, por supuesto, y la sierra de La Unión-Cartagena-, muy especialemtne tarantas, cartageneras, granaínas, requieren para su interpretación preferentemente voces ricas, que abarquen el mayor número de notas posible; peculiaridad ésta que no es absolutamente necesaria –más bien perjudicial, diría el maestro Falla- cuando se trata de siguiriyas, soleares y demás cantes del acervo bajoandaluz.

Un buen ejemplo de lo que va expuesto lo constituyó la actuación de Curro Piñana en el Salón de actos de la CAM de Murcia en noviembre de 2004, cantando poemas de Miguel Hernández: “Los manantiales del agua”, “Mi corazón es un puente” y “Poema del agua”. Fueron unos tientos entreverados de marianas, cartageneras con sabor a taranta artística y soleares medidas, solemnes, acompasadas… Puso Curro en ello todo el poderío de su voz, todo su acreditado buen gusto, toda su alma.

Estuvo acompañado a la guitarra por su hermano Carlos: el más universal de nuestros artistas flamencos. Su ac