Contra el “ciberacoso”

Juan Tomás Frutos

 

Las nuevas rutinas diarias, los comportamientos en los diversos ámbitos de nuestras vidas, así como el uso de las tecnologías llamadas nuevas y que no lo son tanto, puesto que ya se vienen utilizando desde hace tres décadas, nos llevan a situaciones que estrenan delitos y, por ende, que inauguran denominaciones de nuevo cuño en el campo de la victimología. Incluso se dan acontecimientos que habría que catalogar previamente en la fase que correspondería a los expertos en criminología.

Nos referimos a los delitos de acoso, de humillación, de persecución, de intromisión en la tranquilidad y en la intimidad de las personas, así como la violación de su correo, de su existencia pacífica y de la normal convivencia buscando y explotando datos que pueden dañar o que erosionan directamente la integridad física y/o síquica del ser humano. Las malvadas intenciones son las que hemos padecido durante siglos, pero su puesta en escena, su modo de operar es otro. Las nuevas tecnologías han inventado nuevos delitos: el acoso por Internet, en muchas ocasiones con identidades falsas, ha proliferado, y siembra la inquietud de cientos de personas que reciben informaciones, consideraciones, peticiones, sugerencias… y hasta amenazas sin que sea fácil poder actuar contra el agresor o los agresores precisamente por la impunidad que supone la distancia física, geográfica, social, cultural y hasta intelectual. Un delito de este calibre se puede cometer a miles de kilómetros, utilizando unas redes entrelazadas que no son sencillas de detectar. A menudo nos desayunamos con noticias que tienen que ver con relaciones rotas en las que una de las partes (generalmente el hombre) suele acosar a la que fue su pareja. En esto hay grados: desde el que utiliza un lenguaje no despectivo, pero igualmente acosador, hasta el que emplea datos falsos para asustar y amedrentar. A veces ocurre que este tipo de acosos se da por parte de personas desconocidas que han accedido a nuestros datos a través de una red social, algo sobre lo que, cada vez más, alertan los expertos. Debemos tener cuidado con los datos que damos (o que toman de alguna parte), y, en todo caso, hay que ser cautelosos respecto de las informaciones que trasladamos por la Red de Redes. Como norma, cuando tengamos a alguien que comunica con intenciones extrañas lo más aconsejable es pasar de él, no contactar de nuevo, y, si es él quien nos persigue, avisar a la Policía, que cuenta con personal adecuado y especializado para actuar en estos supuestos. La ley, como suele suceder, va por detrás de las situaciones que establecen la modernidad y sus tecnologías informativas e informáticas. Por eso es preciso que estemos atentos a las vicisitudes que nos podamos encontrar. Ser víctima, o tener cerca a una víctima, es más fácil de lo que pensamos. De lo que se trata es de tomar medidas preventivas cuando contactamos con alguien a través de nuestro PC, y de ayudar, igualmente, a aquellas personas de nuestro entorno que se puedan ver en problemas de esta índole. El “ciberacoso” forma parte de nuestro panorama actual. No conoce, este delito, ni consideraciones sociales, ni sexos, ni edades, ni culturas o formaciones. Se da en todas las capas, en todas las coyunturas y estructuras posibles. Precisamente por esta razón debemos estar preparados para actuar y no ser pasivos ante posturas y actividades que sean perniciosas. Es acoso con todas sus letras, esto es, se fundamenta en intentar estructurar situaciones de dominio, de querer cuando la otra persona nos dice que no, de imponer una visión o una dependencia mental o física. No dejemos que proliferen estos actos, que nunca sabemos cómo empiezan y menos aun como terminan. Dañan a las personas, y, no lo olvidemos, rompen a toda la sociedad, que no ha de ser tolerante en este sentido en lo más mínimo.